Indiferencia o distorsión de las consecuencias
Este es un mecanismo defensivo que utilizamos para restarle gravedad o importancia a las consecuencias de nuestros actos dañinos e inhumanos. Al distorsionar el daño no hay motivo para que se active la autocensura. Por tanto, impedimos que se activen los mecanismos de autorregulación ignorando, distorsionando o minimizando los resultados dañinos de nuestras acciones. Es posible reconocernos a sí mismos en frases como «no es para tanto», «el daño que causé no es tan grave» o «todo pasará y se olvidará pronto».
Bandura explica que es más fácil lastimar a otros cuando ignoramos los resultados perjudiciales de nuestra conducta, y cuando los efectos causales no son visibles. Cuando decidimos llevar a cabo una acción que puede dañar a otra persona, ya sea por un estímulo social o para beneficio personal, evitamos enfrentar las consecuencias distorsionando el daño que causamos.
Otras formas de debilitar el control moral consisten en ignorar o distorsionar los efectos de las propias acciones. Cuando las personas realizan actividades perjudiciales para los demás por motivos de beneficio personal o presión social, evitan enfrentarse al daño que causan o lo minimizan. Si la minimización no funciona, la evidencia del daño puede desacreditarse. Mientras se ignoren, minimicen, distorsionen o no se crean los resultados perjudiciales de la propia conducta, hay pocas razones para que se active la autocensura.
Es más fácil dañar a otros cuando su sufrimiento no es visible y cuando las acciones perjudiciales están física y temporalmente alejadas de sus efectos. Nuestras tecnologías de la muerte se han vuelto altamente letales y despersonalizadas. Estamos en la era de la guerra sin rostro, en la que la destrucción masiva se lleva a cabo a distancia con una precisión mortal mediante sistemas controlados por ordenador y láser. […] Incluso un alto sentido de la responsabilidad personal es un freno débil de la conducta lesiva cuando los agresores no ven el daño que infligen a sus víctimas (Tilker, 1970).
— Albert Bandura
Deshumanización
La deshumanización es un mecanismo de defensa que niega la humanidad o los atributos humanos de otra persona o grupo de personas. Cuando activamos este mecanismo ya no vemos a la víctima como una persona igual a nosotros, es decir, con esperanza y sentimientos como nosotros, en su lugar, la vemos como algo menos que un humano. Lo que ocurre es un proceso de deslegitimación donde categorizamos a otros en grupos sociales negativos, lo que los excluye de una humanidad aceptable.
La deslegitimación permite restar humanidad a los afectados, y al restarles humanidad los excluimos de la esfera de valores morales de un endogrupo, lo que a su vez justifica los tratos inmorales. Esto es posible gracias a la creencia en la superioridad de nuestra especie, y que no es lo mismo lastimar a un ser humano que a un animal. Así justificamos el comportamiento dañino e inhumano carente de empatía y de cualquier rastro moral.
La deshumanización es una constante a través de la historia de nuestra civilización.
A los esclavos siempre se les ha considerado menos que humanos, desde los esclavos en la antigua Roma hasta los esclavos modernos en las fábricas y las minas. Igualmente, holocaustos como el africano o el judío son posibles porque negamos los atributos de la naturaleza humana. Aún en nuestros días las minorías sociales son víctimas de deshumanización: marginados, migrantes, afrodescendientes, personas del colectivo LGBTI, etcétera. Debemos ser conscientes que todo ser humano puede ser víctima de deshumanización, incluidos nosotros mismos.
El último conjunto de prácticas de desvinculación actúa sobre los receptores de los actos perjudiciales. La fuerza de la autocensura moral depende en parte de cómo ven los autores a las personas a las que maltratan.
Las experiencias interpersonales correlativas durante los años de formación, en los que las personas experimentan alegrías y sufren dolor juntas, crean la base de la receptividad empática ante la difícil situación de los demás (Bandura, 1986). Percibir al otro en términos de humanidad común activa reacciones emocionales empáticas a través de la similitud percibida y un sentido de obligación social (Bandura, 1992; McHugo, Smith y Lanzetta, 1982). Las alegrías y el sufrimiento de aquellos con los que uno se identifica son más excitantes indirectamente que los de los extraños o de los individuos que han sido despojados de cualidades humanas. Por lo tanto, es difícil maltratar a personas humanizadas sin sufrir angustia personal y autocondena.
La autocensura por conductas crueles puede desconectarse despojando a las personas de sus cualidades humanas. Una vez deshumanizadas, ya no se las considera personas con sentimientos, esperanzas y preocupaciones, sino objetos infrahumanos (Keen, 1986; Kelman, 1973). Se les retrata como «salvajes» descerebrados, «gooks» y demás miserables despreciables. Si despojar a los enemigos de su humanidad no debilita la autocensura, ésta puede eliminarse atribuyéndoles cualidades demoníacas o bestiales. Se convierten en «demonios satánicos», «degenerados» y otras criaturas bestiales. Es más fácil brutalizar a las personas cuando se las considera formas animales bajas, como cuando los torturadores griegos se referían a sus víctimas como «gusanos» (Gibson y Haritos-Fatouros, 1986).
— Albert Bandura
Atribución de culpabilidad
Bandura anota que nos victimizamos y autoexculpamos culpando a los afectados de nuestra conducta inmoral. En principio, lo que hacemos es vernos a sí mismos como si fuéramos obligados a adoptar conductas reprobables por provocación, así desplazamos a la víctima la responsabilidad de nuestro comportamiento dañino, y evitamos la autocondena al convencernos a sí mismos de que nuestra conducta nociva es el resultado de una reacción defensiva en lugar de una decisión personal.
En otras palabras, nos convencemos de que la otra persona «lo provocó» o «se lo buscó», y hacemos de la víctima la principal responsable de nuestro comportamiento inhumano. Este mecanismo es visible en los maltratadores y los violadores.
Culpar a los adversarios o a las circunstancias es otro recurso que puede servir para autoexculparse. En este proceso, las personas se ven a sí mismas como víctimas intachables empujadas a una conducta perjudicial por una provocación forzosa. La conducta punitiva se considera, por tanto, una reacción defensiva justificable ante provocaciones beligerantes. Las transacciones conflictivas suelen implicar actos de escalada recíproca. Se puede seleccionar de la cadena de acontecimientos un acto defensivo del adversario y presentarlo como el inicio de la provocación. Entonces se culpa a las víctimas de haber provocado el sufrimiento. La autoexculpación también puede lograrse si se considera que la conducta dañina de uno se ve forzada por circunstancias apremiantes en lugar de ser una decisión personal. Al echar la culpa a los demás o a las circunstancias, no sólo se excusan las propias acciones perjudiciales, sino que incluso uno puede sentirse honrado en el proceso.
— Albert Bandura
Conclusión
Siempre hay algo que deseamos y no está en concordancia con una conducta ética, también podemos seguir ideologías que pueden generar situaciones degradantes, humillantes o violentas, o, simplemente seguimos órdenes. Constantemente, la vida nos presenta situaciones que ponen a prueba nuestros estándares morales y los mecanismos de autocensura.
Cuando hacemos cosas terribles no es fácil lidiar con la propia conciencia, ya que podemos sentir culpa o miedo ante las consecuencias de nuestros actos. Para no lidiar con la angustia y la culpa, o conseguir nuestros objetivos, nos desconectamos de la moral sin alterar los estándares morales y, al terminar, barremos la evidencia debajo de la alfombra para que nadie se entere, especialmente los propios mecanismos de autocrítica.
El problema es que todos tenemos los mecanismos presentados por Bandura para desconectar el control moral. De hecho, todos los seres humanos somos maestros supremos del autoengaño, y así poder mentir a otros, hacer trampa, engañar, traicionar, robar, maltratar y hasta matar. La inhumanidad es una realidad que forma parte de nuestro día a día, como ya advertía Camus, sin ética somos bestias salvajes: ¿Qué tan honestos somos con nosotros mismos?
Arte | La negación de San Pedro de Caravaggio (Michelangelo Merisi), 1610. Se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (THE MET).
«De pie ante una chimenea, el apóstol Pedro es acusado de ser un seguidor de Jesús. El dedo señalador del soldado y los dos dedos de la mujer aluden a las tres acusaciones relatadas en la Biblia, así como a las tres negaciones de Pedro». (THE MET)