El presente artículo aborda la evolución histórica de la moral compartida por los colombianos desde la perspectiva de la educación en Colombia. Los grandes problemas sociales que se registran en la fisonomía de la sociedad generan una serie de condiciones que afectan el desarrollo del potencial moral y social de las personas, especialmente la niñez y la juventud. Si podemos identificar y comprender aquellos aspectos presentes en el contexto social que inhiben este potencial, podremos reconocer la influencia directa del medio social sobre el comportamiento.
Introducción
Desde tiempos remotos, la conformación de comunidades ha implicado la necesidad de una educación moral que asegure una convivencia pacífica entre las personas, permitiendo así la vida en sociedad. La educación moral responde a la pregunta sobre el papel de la educación para formar seres humanos buenos, y encierra la educación en valores, la educación ética y la educación del carácter. Si bien podemos atender cada uno de estos aspectos de manera individual, la educación moral ideal los unifica, atendiendo al campo cognitivo, afectivo y contextual porque desde estos tres ámbitos se explica la conducta y el desarrollo moral de las personas. Pero, ante todo, la educación moral es una responsabilidad compartida por todos los agentes formadores: el aula se encuentra a mitad de camino entre la interacción con la familia y la interacción con la sociedad en general.
Colombia es un país caracterizado por una profunda desigualdad
A pesar de estar sujeta a las exigencias de cada época, la sociedad colombiana ha mantenido su herencia europea de la identidad masculina blanca, como eje central de los valores sociales y políticos a lo largo de los siglos.
Históricamente, Colombia ha sido una sociedad conservadora que defiende los valores religiosos y el sistema de valores sociales tradicionales, porque son considerados la base del orden y la armonía de la sociedad. En consecuencia, valores como la fe y la familia se han transmitido de una generación a otra, se han mantenido a lo largo del tiempo y aún influyen en las opiniones y decisiones de las personas. Pero también siguen teniendo un gran impacto los prejuicios de género, clase social, etnia y sexualidad, desde la forma en que las personas interactúan entre sí hasta la regulación de los asuntos públicos.
En líneas generales, Colombia es un país caracterizado por una profunda desigualdad, ya que opera bajo un sistema de clases que margina sistemáticamente a las personas en función de su condición socioeconómica, tanto a nivel individual como estructural. Esta situación se agrava por la discriminación racial contra otros grupos étnicos como los afrodescendientes y los indígenas. La sociedad colombiana ignora su multiplicidad étnica. Por un lado, en Colombia hay 30 etnias que la población desconoce y, por otro, cerca del 87% de la población es mestiza, esto significa que cada colombiano lleva en su sangre cerca de un 16% de sangre afro o indígena. Por tanto, es un error proclamar la población como blanca.
Adicionalmente, el sexismo, la homofobia y la xenofobia también impiden que se ejerzan los mismos derechos para todas las personas.
En general, en Colombia se apoya la igualdad de género, pero aún se sufre la violencia contra las mujeres y se mantienen actitudes sexistas como la justicia en la distribución de ingresos entre hombres y mujeres. Igualmente, el odio contra la comunidad LGTBI, los desplazados y los migrantes internacionales se manifiesta en la violencia y el incumplimiento a sus derechos humanos.
En Colombia las personas no tienen las mismas oportunidades y es casi imposible un desarrollo social equitativo. En la práctica, la mayor parte de la población enfrenta grandes barreras a la hora de acceder a la salud, a la educación superior, al empleo formal y a la propiedad inmobiliaria. Principalmente, debido a sesgos socioeconómicos, raciales, sexistas, homófobos y xenófobos.
La moral de los colombianos es relativa
Desde las guerras entre nativos y conquistadores, pasando por la guerra de Independencia de Colombia (1810-1825) y la Violencia (1928-1958), hasta el conflicto armado interno de Colombia (1960-actualidad), la historia de Colombia ha estado marcada por una larga lista de conflictos internacionales y guerras civiles. Si bien el costo humano ha sido enorme, el costo moral ha sido mayor. De acuerdo con la perspectiva antropológica sobre el sufrimiento social, las experiencias y representaciones de la violencia pueden registrarse en los marcos cognitivos y afectivos de las personas, así como en las normas y principios que rigen la vida cotidiana.
Con el correr de los años se afianzó en Colombia una moral relativa evidente en la conciencia colectiva actual. Por un lado, encontramos el oportunismo o cultura del atajo, evidente en actitudes como «no se debe, pero se puede» o «a papaya puesta, papaya partida». Por otro lado, la tolerancia de comportamientos inapropiados a cambio de beneficios personales, visible en conductas como «no importa que me sea infiel, con tal que me pase el dinero» o «no importa que el político robe, a condición de que realice las obras». La corrupción y la violencia en el país son hechos innegables que se manifiestan en todos los ámbitos de la sociedad, lo cual debe ser interpretado como síntomas de la descomposición del sentido ético.
Antecedentes históricos
Dicho esto, para comprender hacia donde vamos y el camino que aún debemos recorrer, es importante comprender de dónde venimos y el camino recorrido.
Entre 1499 y 1550, época del descubrimiento y la conquista, la Corona de Castilla y León descubrió el territorio de la actual Colombia.
No fue un territorio fácil de conquistar, porque los pueblos nativos no aceptaron la presencia española y pelearon hasta la muerte. La Corona impuso en el recién descubierto territorio su sistema social, cultural y económico, encontrando resistencia. Así, las guerras y las enfermedades traídas por los españoles diezmaron a la población indígena, y sin suficientes esclavos para trabajar en las minas recurrieron a los esclavos africanos para dicha tarea.
Se estima que durante la conquista y la colonia a Colombia llegaron aproximadamente 4000 esclavos africanos por año. Tanto los aborígenes como los africanos eran destinados a trabajos forzados y otras formas de dominación, ya que eran considerados inferiores, no tenían derechos y se les comparaba con animales. En ese periodo, el recién descubierto territorio fue escenario del holocausto indígena y cómplice del holocausto africano.
Entre 1550 y 1819, época de la conquista y la colonia, las comunidades religiosas de los Jesuitas, Franciscanos y Dominicos se encargaron de la educación moral en la Nueva Granada.
La educación en esta época apenas era formal, las primeras escuelas que se construyeron en la Nueva Granada tenían la tarea de educar a los hijos de los colonizadores, es decir, niños blancos que provenían de familias ricas descendientes de europeos. En consecuencia, sólo alrededor del 10% de los niños iban a la escuela y aprendían a leer y escribir. Mientras que sólo las niñas blancas de las familias más adineradas tuvieron acceso a una educación en casa para aprender a leer, coser, tejer, bordar y rezar. Se trataba de una formación religiosa encaminada a hacer de las hijas unas buenas esposas y madres de familia.
Siguiendo los principios de la evangelización española, las comunidades religiosas encargadas de la educación en la Nueva Granada enseñaron español y las creencias religiosas de los españoles a la población nativa y mestiza. Se enfocaron en brindar una formación en valores que fomentaba la obediencia, sumisión, austeridad y resignación. No obstante, hacia finales del siglo XVII, la población de Nueva Granada comenzó a rebelarse contra la corona española, y al hacerlo, también comenzó la transformación de estos valores orientados hacia la obediencia, dando lugar al proceso de independencia.
Entre 1820 y cerca de 1839, después del movimiento independentista comenzó el periodo de la República.
En ese periodo de la historia colombiana, la educación descansaba bajo la ley y las aspiraciones del Estado. Aunque las comunidades religiosas continuaron con su labor educativa, la responsabilidad de la educación recaía sobre la autoridad civil. En general, la educación moral estaba orientada hacia la culturización de la población, siguiendo los principios nacidos en la revolución francesa y las ideas provenientes de la ilustración. Sin embargo, la educación de las mujeres era prácticamente la misma que se había concebido desde la época de la Colonia. Se presentaba un perfil que destacaba la figura de una mujer culta, madre y ama de casa, encargada de mantener la moral y las finanzas del hogar en buen estado.
Fundamentalmente, la tarea de la educación moral consistía en formar buenos ciudadanos desde un énfasis en la formación en valores, específicamente el respeto a la autoridad, civismo, patriotismo, libertad, igualdad y justicia. Pese a ello, hacia la segunda parte del siglo XIX, se produjo un declive moral en Colombia generando descontento en algunos intelectuales de la época con el Estado. Por un lado, se culpaba a la preferencia de la sociedad por las instituciones de la autoridad civil, y por otro, se defendía la participación del clero en la formación moral de la población.
Entre 1840 y 1919, época de la modernidad, la educación en Colombia era entendida como una función pública que debía cumplir el Estado, siguiendo las ideas de la ilustración.
Sin embargo, no se trataba de una tarea exclusiva del Estado. Ya que, buscando la moralización de la población, en la Constitución Política de 1886 y el Concordato de 1887 se devolvió a la Iglesia Católica el manejo de la educación, quedando establecido que la educación debía organizarse en Colombia de acuerdo con los dogmas y la moral de la religión católica.
En consecuencia, en aquel entonces la educación en Colombia se regía por una pedagogía principalmente católica, con la finalidad de incentivar buenas costumbres tales como la puntualidad, compostura, gestos, respeto, formalidad y trato respetuoso hacia los mayores y la autoridad. Sin embargo, más allá de los muros de las escuelas, la llegada de la prosperidad económica de los cafeteros, artesanos y nuevos empresarios gestó la ambición por el dinero, lo que dio lugar a la realización de actividades ilícitas como el contrabando.
El 21 de mayo de 1851 se ordenó que todos los esclavos debían ser liberados.
Al declarar el 1 de enero de 1852 que todas las formas de subyugación habían terminado en Colombia, el Congreso liberó a la población afro de la esclavitud y la proscribió formalmente. No obstante, el fin de la esclavitud no mejoró la situación general de las poblaciones afro e indígenas, dados los limitados recursos económicos y la limitada influencia social y política a nivel local o nacional. Si bien eran libres, no eran ciudadanos con derecho al voto. Sólo podían ejercer el derecho al voto aquellos hombres libres que sabían leer y escribir, mayores de veintiún años, casados y propietarios de bienes raíces, o aquellos hombres que tuviesen una renta anual de al menos quinientos pesos.
Para la misma época, la formación de la mujer experimentó un cambio importante con la creación de la Escuela Normal para mujeres alrededor de 1872. El propósito de las normales femeninas era formar a las futuras maestras de primaria y de instituciones educativas femeninas. Gracias a esto, las mujeres encontraron nuevas oportunidades laborales distintas a la de ser amas de casa.