Bandura: desconexión moral

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Si somos honestos con nosotros mismos veremos que las personas podemos hacer daño y vivir con ello. De hecho, personas amables y compasivas pueden llevar a cabo las atrocidades más aberrantes que pueda concebir la imaginación, desde la violencia doméstica hasta los crímenes de guerra y de lesa humanidad sin experimentar angustia personal o culpa. Ahora bien, ¿Cómo podemos hacer cosas horribles e inhumanas y seguir viviendo en paz con nosotros mismos? Según el psicólogo canadiense Albert Bandura esto es posible gracias a la desconexión moral (Moral disengagement). 

A continuación veremos los aspectos más importantes de la teoría de desconexión moral de Bandura, siguiendo su estudio Moral disengagement in the perpetration of inhumanities. Personality and Social Psychology Review ( SAGE) – vol. 3, número: 3, págs. 193-209 (Desconexión moral en la perpetración de inhumanidades. Revisión de la personalidad y la psicología social), la traducción de los párrafos aquí compartidos ha sido realizada con ayuda de la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator.

¿Qué es la desconexión moral? 

Para la teoría social cognitiva de la moralidad, el desarrollo del comportamiento moral está determinado por nuestras interacciones sociales: el pensamiento moral interactúa con otros determinantes psicosociales para controlar nuestro comportamiento moral individual. Así, en un proceso de autorregulación, los factores personales -como el pensamiento o la conducta moral personal- y las cosas en nuestro entorno interactúan y se afectan entre sí. 

En el desarrollo de nuestro yo moral, las personas adoptamos estándares de lo correcto y lo incorrecto que guían o limitan la conducta, es decir, nos autorregulamos. Ahora bien, en nuestros estándares morales se encuentran integrados los mecanismos de autorregulación, los cuales, junto a las autosanciones, convierten nuestro razonamiento moral en acciones. En consecuencia, ejercemos nuestra capacidad para tomar decisiones morales basadas en nuestro entendimiento de lo correcto e incorrecto y de rendir cuentas por estas acciones (agencia moral). 

El ejercicio de la agencia moral tiene dos aspectos: inhibitorio y proactivo. La forma inhibitoria se manifiesta en el poder de abstenerse de comportarse de forma inhumana. La forma proactiva de la moralidad se expresa en el poder de comportarse humanamente. En este último caso, los individuos invierten tanto su sentido de la autoestima en convicciones humanas y obligaciones sociales que actúan contra lo que consideran injusto o inmoral, aunque sus acciones les supongan un alto coste personal. No hacer lo correcto supondría costes de auto-desvalorización. En esta moralidad de orden superior, la gente hace cosas buenas y se abstiene de hacer cosas malas. 

— Albert Bandura

Tenemos la capacidad para monitorear la propia conducta y las condiciones bajo las cuales ocurre

También podemos juzgar la propia conducta en relación con los estándares morales y regular nuestras acciones por las posibles consecuencias. De esta manera, las autosanciones mantienen la conducta en línea con las normas éticas. La cuestión es que también tenemos la capacidad para convencernos a sí mismos de que los estándares morales no se aplican a uno mismo en un contexto particular. De este modo, separamos las reacciones morales de la conducta inhumana y desactivamos el mecanismo de autosanción. La psicología social, respectivamente Bandura, llama a este proceso desconexión moral.  

Sin embargo, las normas morales no funcionan invariablemente como reguladores internos de la conducta. Los mecanismos de autorregulación no entran en juego a menos que se activen y existen muchas maniobras sociales y psicológicas mediante las cuales se pueden desconectar las autosanciones morales de la conducta inhumana. La activación y desactivación selectiva del control personal permite diferentes tipos de conducta por parte de personas con las mismas normas morales en diferentes circunstancias.

— Albert Bandura

Mediante un proceso de reestructuración del conocimiento de lo que hemos aprendido y experimentado (reconstrucción cognitiva), las personas hacemos del comportamiento destructivo un comportamiento moralmente aceptable. Parafraseando al psicólogo evolutivo Robert Trivers, nos engañamos a sí mismos para engañar a los demás. 

Mecanismos de desconexión moral 

Las personas adoptamos estándares morales como guías para un comportamiento que consideramos bueno, pero también como disuasivos para la mala conducta. El problema es que los estándares morales sólo funcionan como reguladores internos fijos de nuestro comportamiento cuando activamos los mecanismos de autorregulación, los cuales pueden desactivarse por mecanismos cognitivos que Bandura llama mecanismos de desconexión moral, es decir, aquellos juicios y pensamientos que utilizamos para justificar nuestra conducta dañina e inhumana.  

Los mecanismos de desconexión moral están interrelacionados dentro de un contexto socioestructural y nos permiten desconectarnos de manera selectiva del mal comportamiento. De esta forma hacemos a un lado los estándares morales y actuamos en contra de ellos. 

Bandura identifica ocho mecanismos psicosociales responsables de la desconexión moral: justificación moral, lenguaje eufemista, comparación ventajosa, desplazamiento de responsabilidad, difusión de la responsabilidad, minimización de consecuencias, deshumanización y atribución de culpabilidad. 

La negación de San Pedro de Caravaggio, 1610.

Justificación moral 

Si creemos que cosas como la mentira, el engaño, la traición, la violencia, la tortura o el terror son posibles debido a la ausencia de reflexión, entonces estamos completamente equivocados. El comportamiento reprochable solo es posible después de que justificamos nuestras decisiones y acciones con un fundamento moral. A través de la reconstrucción cognitiva, reinterpretamos la realidad hasta el punto en que creemos que el comportamiento incorrecto es apropiado. 

Un claro ejemplo de justificación moral es el terror sagrado, que ha sido justificado por principios religiosos bien fundados durante miles de años. Lo mismo ocurre con las reivindicaciones nacionalistas. Tener altos principios morales no impide la justificación moral, pero es menos probable caer en las demandas sociales arbitrarias. 

Un conjunto de prácticas de desconexión opera sobre la reconstrucción cognitiva del propio comportamiento. Las personas no suelen adoptar conductas perjudiciales hasta que se han justificado a sí mismas la moralidad de sus actos. En este proceso de justificación moral, la conducta perjudicial se hace personal y socialmente aceptable al describirla como algo que sirve a fines socialmente dignos o morales. De este modo, las personas pueden actuar siguiendo un imperativo moral y preservar su visión de sí mismas como agentes morales mientras infligen daño a los demás.

— Albert Bandura

Lenguaje eufemista 

Bandura explica que los patrones de pensamiento individuales que sirven como base para las acciones están moldeados por el lenguaje, y el lenguaje eufemístico utiliza palabras o expresiones que cambian la apariencia o reducen la intensidad y gravedad de una conducta reprobable, dañina e inhumana. En la guerra, por ejemplo, es más fácil asesinar civiles -incluso niños inocentes- con la etiqueta lingüística de daño colateral. Así, con la ayuda de una reformulación eufemística, se acepta el mal comportamiento y se libera de culpa a los involucrados, reduciendo la responsabilidad propia o ajena. 

El lenguaje configura los patrones de pensamiento en los que se basan las acciones. Las actividades pueden tener apariencias muy distintas según cómo se las denomine. No es de extrañar que el lenguaje eufemístico se utilice ampliamente para hacer respetables conductas perjudiciales y reducir la responsabilidad personal por ellas. Eufemizar es un arma dañina. La gente se comporta de forma mucho más cruel cuando las acciones agresivas se asean verbalmente que cuando se denominan agresión (Diener, Dineen, Endresen, Beaman y Fraser, 1975).

— Albert Bandura

Comparación ventajosa 

Para hacer que nuestro comportamiento dañino parezca moralmente aceptable, comparamos nuestra conducta con contrapartes que son más graves y consideradas peores que la nuestra. Este es un mecanismo de defensa que trivializa el propio comportamiento: cuanto menos ético sea el comportamiento contrastante, más probable es que la propia conducta inmoral, dañina e inhumana parezca menos mala. 

Al explotar el principio de contraste hacemos los comportamientos reprensibles más aceptables. Según Bandura, la justificación moral y la comparación ventajosa son los «autodesinhibidores» más efectivos. Porque, además de eliminar la autocensura, también cambian la apreciación que tenemos de nuestro yo al servicio de actividades dañinas: «Lo que antes era moralmente condenable se convierte en fuente de autovaloración».

La comparación ventajosa es otra forma de hacer que una conducta perjudicial parezca buena. La forma en que se percibe un comportamiento depende de con qué se compara. Explotando el principio de contraste, los actos reprobables pueden convertirse en justos. Los terroristas ven su comportamiento como actos de martirio desinteresado al compararlos con las crueldades generalizadas infligidas al pueblo con el que se identifican. Cuanto más flagrantes sean las inhumanidades contrastadas, más probable es que la propia conducta destructiva parezca benévola. Por ejemplo, la destrucción masiva de Vietnam se minimizó presentando la intervención militar estadounidense como una forma de salvar a la población de la esclavitud comunista. 

La comparación histórica expeditiva también sirve para autoexculparse. Por ejemplo, los apologistas de la anarquía de las figuras políticas a las que apoyan citan transgresiones de pasadas administraciones rivales como vindicaciones. Los partidarios de los medios violentos se apresuran a señalar que las democracias, como las de Francia y Estados Unidos, se lograron mediante la violencia contra un gobierno opresor.

— Albert Bandura

Desplazamiento de responsabilidad

A menudo escuchamos frases como «¿y yo qué culpa?», «era el destino», «Dios así lo quiso» o «solo seguía órdenes», también, con frecuencia, las decimos nosotros mismos. La verdad es que somos especialistas en atribuir toda o gran parte de la responsabilidad de los propios actos a otras personas o situaciones. Vemos nuestras conductas reprobables como resultado de exigencias de figuras de autoridad o de la presión social y no de nuestra responsabilidad personal. Ahora bien, para cumplir las exigencias de la autoridad y no sentirnos responsables de las consecuencias de nuestros actos, debemos tener un fuerte sentido del deber hacia la autoridad o creer firmemente en ella, solo así podemos ignorar la rendición de cuentas por los efectos causados por nuestros actos. 

De forma engañosa nos limpiamos la culpa, así la culpa es de Dios, la vida, el destino, el jefe o cualquier forma de autoridad que esté por encima de nosotros. Porque el desplazamiento de responsabilidad distorsiona la relación entre las acciones y los efectos que provocan: distorsiona los hechos. Al no vernos a sí mismos como agentes de las acciones dañinas evitamos las reacciones de autocrítica. 

El control moral funciona con más fuerza cuando las personas reconocen que causan daño con sus acciones perjudiciales. El segundo conjunto de prácticas de desvinculación opera oscureciendo o minimizando el papel agentivo en el daño que uno causa. Las personas se comportarán de formas que normalmente repudian si una autoridad legítima acepta la responsabilidad de los efectos de su conducta (Diener, 1977; Milgram, 1974). Bajo la responsabilidad desplazada, consideran que sus acciones se derivan de los dictados de las autoridades en lugar de ser personalmente responsables de ellas. Como no son los verdaderos responsables de sus actos, se ahorran reacciones de autocondena. 

La autoexención de graves inhumanidades mediante el desplazamiento de la responsabilidad se revela de forma más espantosa en las ejecuciones masivas sancionadas socialmente. Los comandantes de las prisiones nazis y su personal se eximieron de responsabilidad personal por sus inhumanidades sin precedentes (Andrus, 1969). Afirmaban que simplemente cumplían órdenes. La obediencia autoexculpatoria de órdenes horribles es igualmente evidente en las atrocidades militares, como la masacre de My Lai (Kelman y Hamilton, 1989).

— Albert Bandura

Difusión de la responsabilidad 

En grupo podemos ser más despiadados que en solitario, porque difundimos o extendemos la culpa -o parte de ella- por todos los miembros de un grupo o colectivo, y así no podemos ser considerados personalmente responsables de nuestros actos. Por ejemplo, «todo el mundo está haciendo trampa, así que está bien que yo también haga trampa». El sentido de la responsabilidad se difunde mediante la división del trabajo, la toma de decisiones en grupo o la acción en grupo. En principio, lo que hacemos es desaparecer o minimizar la responsabilidad individual al repartir la culpa entre todos. 

La difusión de la responsabilidad ocurre en un grupo de personas y a mayor número de personas en el grupo, mayor el nivel de difusión. Por un lado, la acción colectiva nos proporciona un sentimiento de anonimato, una surte de camuflaje. Por otro lado, cualquier actividad dañina que realizamos como grupo puede asociarse a las acciones de los demás. 

El ejercicio del control moral también se debilita cuando se oscurece la agencia personal al difuminar la responsabilidad por el comportamiento perjudicial. Kelman (1973) proporciona un análisis perspicaz de las diferentes formas en que el sentido de la agencia personal se oscurece al difuminar la responsabilidad personal. Hay varias formas de hacerlo. El sentido de la responsabilidad puede difuminarse, y por tanto disminuir, mediante la división del trabajo. La mayoría de las empresas requieren los servicios de muchas personas, cada una de las cuales realiza trabajos subdivididos que parecen inofensivos en sí mismos. Una vez que las actividades se rutinizan en subfunciones separadas, la gente desvía su atención de la moralidad de lo que están haciendo a los detalles operativos y la eficiencia de su trabajo específico. 

La toma de decisiones en grupo es otra práctica habitual que hace que personas por lo demás consideradas se comporten de forma inhumana. Cuando todos son responsables, nadie se siente realmente responsable. Las organizaciones sociales hacen todo lo posible por idear mecanismos para ocultar la responsabilidad de las decisiones que afectarán negativamente a los demás. La acción colectiva es otra forma de debilitar el control moral (Zimbardo, 1995). Cualquier daño causado por un grupo siempre puede atribuirse en gran medida al comportamiento de los demás (Bandura, Underwood y Fromson, 1975). La figura 3 muestra el nivel de daño infligido a otros en repetidas ocasiones dependiendo de si se hizo en grupo o individualmente. Las personas actúan con mayor crueldad bajo la responsabilidad de un grupo que cuando se responsabilizan personalmente de sus actos.

— Albert Bandura

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