Simone Weil, filósofa y mística francesa, da testimonio con su propia vida de la obligación que tenemos con las propias ideas, especialmente, si hacemos de ellas un salvavidas. Para Weil, la más exigente de todas es la idea de justicia, porque no es solo un ideal moral o social, sino también un concepto epistemológico, es decir, cómo obtenemos el conocimiento que tenemos sobre la justicia, su validez y su relación con la realidad. Así, entiende Weil que cualquier explicación de la justicia debe reconocer dos cosas: la miseria humana y el amor. Sin el reconocimiento adecuado de estas dos cosas, la justicia no es verdadera.
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Simone Weil
Weil es llamada hereje por su misticismo nihilista, un misticismo caracterizado por el desapego del ego y, en general, de las costumbres sociales. No obstante, debemos comprender la herejía de Weil en un sentido más amplio e incluir su indignación, insubordinación, disidencia y rebelión. Porque sus ideas pueden ser difíciles de comprender si las examinamos desde un contexto social distinto al de la segunda guerra mundial y la Francia ocupada, donde ella experimenta en carne propia los horrores que puede albergar la condición humana: «Si los acontecimientos que acabamos de atravesar no bastan para advertirnos de que ha de cambiar nuestra manera de amar a la patria, ¿qué podrá aleccionarnos? ¿Puede haber algo que despierte más la atención que un mazazo en la cabeza?»
Weil es un espíritu libre que rechaza toda colectividad que le imponga una manera de ser o de pensar. Para ella, la mente es libre sólo si mantiene una postura crítica y rechaza el servilismo, así se mantiene fiel a su dictum al examinar los múltiples aspectos y planos en su pensamiento, integrando diferentes puntos de vista y persiguiendo siempre la universalidad.

La ética de la atención de Weil
La idea moral fundamental de Weil radica en la «atención» (l’attention). En términos generales, la atención se define como enfoque o concentración, cuidado, interés o curiosidad. Sin embargo, para Weil, la atención va más allá de eso, ella percibe la atención como una total apertura a la realidad, exenta del ego o de ideas preconcebidas. La atención no está guiada por la voluntad, sino por una forma específica de deseo sin objetivo.
La atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto, manteniendo próximos al pensamiento, pero en un nivel inferior y sin contacto con él, los diversos conocimientos adquiridos que deban ser utilizados. Para con los pensamientos particulares y ya formados, la mente debe ser como el hombre que, en la cima de una montaña, dirige su mirada hacia adelante y percibe a un mismo tiempo bajo sus pies, pero sin mirarlos, numerosos bosques y llanuras. Y sobre todo la mente debe estar vacía, a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir en su verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella.
─ Simone Weil, A la espera de Dios
Debemos entender la vida humana como «una composición en muchos planos» y, por lo tanto, cultivar la habilidad para discernir en diversos niveles. La atención es una orientación que, aunque demanda un arduo aprendizaje, lleva a este tipo de discernimiento. Por ejemplo, en la atención hallamos el discernimiento de lo que una persona está experimentando en su sufrimiento, de las circunstancias sociales que generan un ambiente de dolor, o el discernimiento de la vivencia de la propia aflicción.
«El espíritu de justicia y de verdad no es otra cosa que una cierta especie de atención, que es puro amor.»
Para Weil, la atención puede interpretarse como amor, ya que brinda reconocimiento humano y, en consecuencia, existencia significativa a otro; y el amor demanda la identificación de una realidad más allá del yo y, por lo tanto, descentraliza el yo y su singularidad. Así, Weil explica que la atención es amor, un amor auténtico que es desinteresado, comprensivo y compasivo, un amor que facilita el camino hacia la conexión humana.
Solo la operación sobrenatural de la gracia hace que un alma pase a través de su propio aniquilamiento hasta el lugar donde se adquiere el tipo de atención que permite ser atento a la verdad y a la desgracia. Es la misma para los dos objetos. Es una atención intensa, pura, sin móvil, gratuita, generosa. Y esa atención es amor. Porque la desgracia y la verdad necesitan para ser escuchadas la misma atención, el espíritu de justicia y el espíritu de verdad son uno solo. El espíritu de justicia y de verdad no es otra cosa que una cierta especie de atención, que es puro amor.
─ Simone Weil, La persona y lo sagrado
«La fe es ante todo la certidumbre de que el bien es uno.»
En la ética de la atención de Weil, el otro es crucial, ya que permite el perfeccionamiento de cada uno al hacer transitivo el principio del amor o justica, para Simone Weil ambas cosas son lo mismo: «Es falso que no haya vínculos entre la belleza perfecta, la verdad perfecta y la justicia perfecta; hay algo más que vínculos: hay una misteriosa unidad, pues uno es el bien.»
De esta manera, para Weil, la justicia y el amor hacia el prójimo son lo mismo. Al igual que el amor, la atención suspende la importancia del yo y permite así la justicia sobrenatural: dirigir la atención tanto a Dios como a la aflicción.
Sólo la absoluta identificación de justicia y amor hace posible, a la vez, por una parte, la compasión y la gratitud, por otra el respeto a la dignidad de la desdicha en los desdichados, por sí misma y por los otros.
─ Simone Weil, A la espera de Dios
Noción de bien absoluto en Weil y la justicia del amor
Weil percibe la violencia como una energía que se desplaza sin restricciones a través de nosotros, deshumanizándonos a todos por igual, seamos víctimas o autores. Para ponerle fin a esto, la moral de Weil invoca el carácter sobrenatural de nuestras obligaciones eternas, con sus raíces en la naturaleza humana, y plantea la exigencia de una conciencia universal basada en el bien como obligación moral.
El fundamento de esta obligación moral es la exigencia del bien absoluto que se encuentra en todos y cada uno de nosotros, y que está presente en todo momento en la «conciencia universal». Weil está convencida que el bien habita en nuestros corazones, independientemente de que los hechos que se manifiestan en el mundo material parecen rechazar todo aquello que está más allá de los límites naturales.
Este bien trascendente constituye el fundamento de nuestra conciencia moral, algo que es innato a nosotros y que no tiene nada que ver con los hechos del mundo material.
Hay fuera de este universo, más allá de lo que las facultades humanas pueden captar, una realidad a la que corresponde en el corazón humano la exigencia de un bien total que se encuentra en cada hombre. De esta realidad fluye todo lo que es bueno aquí abajo. De aquí proceden todas las obligaciones.
─ Simone Weil, Echar raíces
«El amor que une es proporcional a la distancia.»
Weil ve la vida como la aceptación de la realidad, incluida la inevitabilidad del sufrimiento, y dice que la aflicción (malheur) puede ser una ruta hacia el conocimiento de Dios, ya que el dolor provocado por las contradicciones de la existencia nos lleva más allá de nuestros límites como seres finitos, hacia una visión trascendental de nuestra propia condición.
En su espiritualidad poco ortodoxa, explica Weil, que el mundo se halla a una «distancia infinita» del Creador y nosotros nos encontramos a una distancia abismal de Dios. Esto significa que el bien que anhelamos no está presente en ninguna parte del mundo y, por lo mismo, aspiramos a todo lo bueno, el bien en sí mismo, debido a la separación que nos impide alcanzarlo.
Entre la criatura y Dios se da toda una gama de distancias. Una distancia en la que el amor a Dios es imposible. Materia, plantas, animales. El mal ahí es tan completo que se destruye; ya no existe el mal: espejo de la inocencia divina. Nosotros nos hallamos en un punto en que el amor es posible por muy poco. Es un gran privilegio, porque el amor que une es proporcional a la distancia. Dios ha creado un mundo que es, no el mejor posible, sino el que contiene todos los grados de bien y de mal. Nosotros nos hallamos en el punto en que se da lo peor posible. Más allá de eso se halla el estadio en el que el mal se convierte en inocencia.
─ Simone Weil, La gravedad y la gracia
«Dios solo tiene el poder de proteger del mal a la parte eterna de un alma que ha entrado en contacto real y directo con Él.»
De forma particular y concreta, lo único que puede superar esta separación, este vacío, es el amor. Así, la distancia entre nosotros y Dios hace que el amor sea necesario y real. El amor es posible, justamente porque nos encontramos en el mundo, pero el amor es más que el intermediario entre nosotros y Dios, también es «la creencia en la existencia de otros seres humanos como tales», por tanto, somos nosotros quienes debemos «velar para que no se haga daño a los hombres».
Pero el grito: «¿Por qué me hacen daño?» plantea problemas completamente diferentes, que requieren un espíritu de verdad, justicia y amor. En cada alma humana surge continuamente la demanda de no ser perjudicada. El texto del Padre Nuestro dirige esta petición a Dios. Pero Dios solo tiene el poder de proteger del mal a la parte eterna de un alma que ha entrado en contacto real y directo con Él. El resto del alma, y el alma en su totalidad en quienes no han recibido la gracia del contacto real y directo con Dios, está abandonado a los deseos de los hombres y al azar de las circunstancias. Así, son los hombres quienes deben velar para que no se haga daño a los hombres.
─ Simone Weil, La persona y lo sagrado
«Lo bello es la imagen del bien.»
Anhelamos un tipo de bondad absoluta que no se encuentra en este mundo, ya que el «auténtico bien» solo puede resplandecer por la belleza del mundo. En efecto, la belleza del mundo es un signo de la existencia de un bien así, uno absoluto que solo se puede alcanzar mediante el amor y el cuidado. Porque lo bello es lo que deseamos que exista. Esto es, una obligación moral en la trascendencia del bien que se manifiesta de manera universal en cada uno de nosotros.
Lo bello es lo necesario que, aun estando en conformidad con su propia ley y solamente con ella, obedece al bien.
─ Simone Weil, La gravedad y la gracia
En otras palabras, amamos la belleza del mundo, porque es gracias a ella que experimentamos la sensación de algo parecido a la sabiduría que queremos tener para satisfacer nuestro deseo de bien. Asimismo, nuestra compasión hacia las cosas delicadas va unida a nuestro amor por la «verdadera belleza», ya que creemos firmemente que las cosas realmente bellas deberían ser eternas, pero no lo son.
De todos los seres humanos, sólo reconocemos la existencia de aquéllos a los que amamos. La creencia en la existencia de otros seres humanos como tales es amor. El espíritu no está obligado a creer en la existencia de nada (subjetivismo, idealismo absoluto, solipsismo, escepticismo: véanse las Upanishad, los taoístas y Platón, los cuales se valen, todos, de esa actitud filosófica a título de purificación). Por esa razón el único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Por esa razón, belleza y realidad son idénticas. Por esa razón, el gozo y la sensación de realidad son idénticos.
─ Simone Weil, La gravedad y la gracia
«El amor real y puro desea siempre ante todo permanecer entero en la verdad, cualquiera que sea, incondicionalmente.»
Lo que amamos es algo que existe y que podemos pensar, y por esta razón puede ser causa «de verdad o de error». Aquello que amamos no es la verdad, sino la realidad: «el amor necesita realidad». Por tanto, cuando deseamos la verdad, lo que deseamos es un contacto con la realidad y, dice Weil, que desear un contacto con la realidad es amarla: «Sólo se desea la verdad para amar en la verdad. Se desea conocer la verdad de lo que se ama.»
La belleza es el instrumento elegido para alcanzar la perfección espiritual, porque la belleza del mundo nos hace amarlo. Mediante este amor, la realidad se nos revela en el sentido más profundo, como algo más que un simple conjunto de hechos.
«Cada ser grita en silencio pidiendo ser leído de otra manera.»
Cuando sufrimos daño, «el mal penetra verdaderamente» en nosotros, además del dolor y el sufrimiento, nos invade «la misma esencia del mal». Así como podemos transmitirnos el bien unos a otros, también podemos transmitirnos el mal: «Se puede transmitir el mal a un ser humano halagándolo, proporcionándole bienestar, placeres; pero la mayoría de las veces, los hombres se transmiten el mal al hacer daño.»
Y en esto, en asegurarnos de que no se haga daño a los demás, consiste la justicia para Weil. En cierto sentido, lo que Weil describe es la regla de oro: «trata a los demás como quieres que te traten a ti» o «trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti.» Se trata de una manera especial de interactuar desde la perspectiva del otro, promoviendo la empatía, la compasión y el respeto mutuo.
Justicia. Estar dispuestos continuamente a admitir que el otro es algo muy distinto de lo que leemos cuando él se halla delante (o cuando pensamos en él). O más bien, leer en él que ciertamente él es algo distinto, tal vez algo muy distinto de lo que leemos. Cada ser grita en silencio pidiendo ser leído de otra manera. Leemos, pero también somos leídos por otro. Interferencias entre ambas lecturas. Obligar a alguien a que se lea a sí mismo como le leen los demás (esclavitud). Obligar a los demás a que nos lean como nos leemos a nosotros mismos (conquista). Mecanicismo. La mayoría de las veces, diálogo de sordos.
─ Simone Weil, La gravedad y la gracia