De la misma manera como los científicos creen en la hipótesis antes de la prueba, a los románticos idealistas nos gusta creer que «la belleza es la verdad, la verdad belleza». El problema es que las últimas líneas del poema Oda a una urna griega de John Keats permanecen un enigma:
… «la belleza es la verdad, la verdad belleza»; esto es todo lo que sabes de la tierra, y todo lo que saber necesitas.
TS Eliot se refirió a estas líneas como «sin sentido» y «una mancha grave en un hermoso poema». De hecho, muchos artistas han coincidido en que uno de los mayores problemas del arte es, precisamente, que la verdad no es belleza ni la belleza verdad, como tampoco es todo lo que necesitamos saber.
Nadie sabe con certeza qué quiso decir Keats. No obstante, sobre el particular, la ciencia se presenta como conciliadora:
«En física, la belleza no asegura automáticamente la verdad, pero ayuda.»
— Ian Stewart, Belleza y verdad: Una historia de la simetría
La visión del mundo clásico
En el mundo clásico, Platón y Aristóteles se preguntan ¿Qué es real? ¿Qué es lo correcto? ¿Qué es encantador? Al parecer desde siempre hemos anhelado verdad, bondad y belleza. Para los filósofos clásicos el mundo posee un significado y un propósito genuinos. Por tanto, todo buscador noble puede conocer de manera objetiva los valores de la verdad (lo que define la realidad), la bondad (lo que cumple su propósito) y la belleza (lo que es encantador).
Pues, precisamente, las cuestiones que discutimos no son mínimas, sino, casi con seguridad, aquellas acerca de las cuales saber la verdad es lo más bello, e ignorarla lo más vergonzoso. En efecto, lo fundamental de ellas consiste en conocer o ignorar quién es feliz y de quién no lo es. Empezando por la cuestión que ahora tratamos, tú crees posible que el hombre que obra mal y es injusto sea dichoso, si realmente estimas que Arquelao es injusto por una parte y por la otra es feliz.
— Platón, Gorgias
En esta línea de pensamiento, nos realizamos como seres humanos gracias a estos valores -o capacidades internas- de logos (razón) que corresponde a la verdad, ethos (moralidad) que corresponde a la bondad y pathos (emoción) que corresponde a la belleza.
Soc. – Ciertamente también en lo referente a las leyes y costumbres; las que son bellas no carecen, sin duda, de esta cualidad, la de ser útiles o agradables o ambas cosas juntas.
POL. – No carecen, en verdad, según creo.
Soc. – ¿Y así es también la belleza de los conocimientos?
POL. – Exactamente. Por cierto, que ahora das una buena definición al definir lo bello por el placer y el bien.
Soc. – ¿No se define, entonces, lo feo, por lo contrario, por el dolor y el mal?
POL. – Forzosamente.
— Platón, Gorgias
Pensamiento escolástico
Para la filosofía escolástica «todo ente es uno, verdadero y bueno» [quodlibet ens est unum, verum, bonum]. En el pensamiento escolástico encontramos que la verdad y la belleza son trascendentales. Esto significa que son «propiedades del ser» comunes a todos los seres. Sin embargo, estos atributos o propiedades no son la esencia de las cosas, pero fluyen necesariamente de la esencia. Asimismo, no son el ser de las cosas, pero son un punto de vista especial tomado del ser, que puede tomarse de todos y cada uno de los seres.
La visión del pensamiento católico
En la actualidad encontramos cuatro trascendentales en la teología, particularmente en el pensamiento católico: unidad, bondad, verdad y belleza.
La práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede también encontrar otras formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que ella entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el niño como el hombre de ciencia.
— La Santa Sede. Catecismo de la Iglesia Católica, VI. Verdad, belleza y arte sacro
Según el pensamiento católico anhelamos los trascendentales porque hemos sido creados para conocer y adorar a Dios, y son un reflejo de Dios. Así, donde hay verdad, hay ser y bondad también, porque los trascendentales son ontológicamente uno.
En otras palabras, nos esforzamos por la perfección que se espera de nosotros a través del deseo de alcanzar la perfección de los trascendentales. Consecuentemente, estos valores devienen en el deseo último o lo más perfecto que podamos desear y alcanzar.

La verdad no asegura la belleza ni la belleza asegura la verdad
Para Kant los trascendentales son «requisitos lógicos» que los escolásticos confundieron con propiedades de todas las cosas.
Esos supuestos predicados trascendentales de las cosas no son más que requisitos lógicos y criterios de todo conocimiento de las cosas en general, conocimiento al que atribuyen como fundamento las categorías de cantidad.
— Immanuel Kant, Crítica de la razón pura
Kant advierte que sólo podemos conocer los fenómenos o las cosas tal y como se nos presentan, las cosas tal y como son en sí mismas (nóumena) permanecen ocultas a nosotros. Esto significa que, al no tener una manera independiente de conocer la realidad, la verdad sobre esa realidad se torna imposible.
Por otra parte, Schelling explica que no podemos conocer el «en sí mismo» desde el exterior, es decir, como aparecen las cosas, sino desde el interior por medio de una intuición estética, una suerte de conocimiento que adquirimos a través de la experiencia.
A la discusión se suman Schopenhauer y Nietzsche. El primero sostiene que la realidad es la ciega voluntad de vivir y podemos llegar a la cosa en sí por medio de la voluntad. Mientras que el segundo nos dice que las cosas y su representación en nuestra experiencia son errores, ficciones útiles que no corresponden con lo real.
Por último, casi de manera conciliadora, Heidegger explica que verificar la verdad acerca de algo es un proceso de descubrimiento o revelación. Por tanto, si algo se revela a sí mismo podemos aprender de la verdad sobre ese algo. Siempre y cuando estemos abiertos y proporcionemos algún lugar para que la verdad ocurra.
La verdad no es belleza ni la belleza es verdad
Contrario al poeta para quien «la belleza es la verdad, la verdad belleza», para el filósofo la belleza no es idéntica a la verdad. Más bien, la belleza puede tener, en algunos casos, una relación estrecha con la verdad. Después de todo, algunas cosas sólo pueden ser explicadas desde su fealdad.
Si bien no hay constancia de que la siguiente cita se trate de una afirmación de Nietzsche, revela el lado oscuro de nuestras ideas sobre lo bello y lo bueno: «Si matas a una cucaracha eres un héroe. Si matas a una mariposa eres malo. La moral tiene criterios estéticos». Queremos que las ideas que nos gustan sean verdaderas, pero la belleza no asegura la verdad. El problema es que moldeamos el futuro -personal y colectivo- con las ideas que nos gustan y guardamos en el corazón. Ideas que, aunque bonitas, probablemente no son verdad.
Arte | Amapolas y mariposas de Vincent van Gogh, 1889. Se encuentra en Museo Van Gogh, Ámsterdam.