Sobre la realidad, la ciencia y la filosofía nos dicen que la realidad objetiva no existe. Cada uno de nosotros accede a su propia realidad siendo imposible conocer algo más allá de eso. Por consiguiente, no podemos conocer la realidad tal como es, porque las cosas siempre serán interpretadas desde nuestras percepciones personales.
La realidad no es lo que aparenta
El problema es que estamos convencidos que todo lo que captan nuestros sentidos es real, cuando en verdad las cosas que nos llegan son apariencia. Básicamente, se trata de un conocimiento incompleto y superficial que se opone al conocimiento verdadero.
Al respecto, Bertrand Russell explicó que los sentidos no nos dicen la verdad sobre las cosas, solo nos dan la verdad sobre ciertos datos de los sentidos. Asimismo, esto depende de las relaciones que hay entre las cosas y nosotros.
Así, lo que vemos y tocamos directamente es simplemente una «apariencia», que creemos ser el signo de una «realidad» que está tras ella. Pero si la realidad no es lo que aparenta ¿tenemos algún medio de conocer si en efecto existe una realidad? Y en caso afirmativo ¿tenemos algún medio para descubrir en qué consiste?
― Bertrand Russell, Los problemas de la filosofía
En el budismo encontramos una opinión similar, aunque un tanto más profunda. En concreto, la realidad tal y como aparece no es la realidad tal y como es, creer lo contrario es caer en el error. No importa qué tan convencidos estemos de las cosas, no son lo que creemos que son.
Queremos encontrarle sentido a la realidad
Desde muy pequeños luchamos por encontrarle sentido al mundo, nuestra curiosidad es innata: queremos comprender cómo son en verdad las cosas o por qué sucede lo que sucede. Así empezamos a preguntar sobre lo que percibimos y experimentamos, descubriendo rápidamente que las cosas que vemos no coinciden necesariamente con la realidad.
No obstante, también intuimos que el concepto expresado por la realidad encierra el fundamento último de la vida y de todo lo que en ella acontece. Lo que muchos no sabemos es que cada vez que alguien nos explica la diferencia entre apariencia y realidad, nos está introduciendo en el objeto de estudio de la filosofía.
El deber de la filosofía consiste en eliminar la ilusión producida por un malentendido, aunque ello supusiera la pérdida de preciados y queridos errores, sean cuantos sean.
— Immanuel Kant, Crítica de la razón pura
Si bien lo que llamamos real no es más que ilusión, el taoísmo nos presenta este mundo como una gran fuente de sabiduría o gran maestro, donde nos es posible aprender qué es la realidad a partir de la observación de la naturaleza.
Por suerte, siempre se nos ha dado naturalmente querer comprender cómo son en verdad las cosas o por qué sucede lo que sucede. Así, al igual que los niños, los filósofos se esfuerzan por separar la apariencia de la realidad, separando lo valioso de lo trivial.
Nos gusta creer en un propósito
Lidiar con las apariencias es inquietante y nos produce vértigo. No obstante, la suposición de una existencia de orden y propósito en el universo, ya sea este sagrado o accesible para la razón humana nos ayuda a lidiar con la realidad, independientemente de si la comprendemos o no.
Cuando los presocráticos abordaron la cuestión sobre el origen de las cosas prescindieron de una explicación de origen divino para el universo. Ellos atribuían a fuerzas físicas los acontecimientos dejando de lado las acciones de los dioses del Olimpo. Parafraseando a Protágoras, en lo que concierne a los dioses no tenemos manera de saber si existen o no.
Los antiguos griegos entendieron el universo como un todo ordenado. Algo así como un único ser viviente provisto de propósito y accesible para la razón humana. Ellos pensaron que el orden en el universo emerge del cumplimiento de una ley natural que no depende de los astros, la voluntad de los dioses ni del azar.
Aristóteles señaló que si observamos los acontecimientos y los procesos nos revelarán un orden subyacente: no ocurren al azar. Igualmente, insistió que la investigación científica debía ocuparse de las cuatro causas: la causa material o materia de la que están hechas las cosas, la causa eficiente o aquello por lo cual las cosas adquieren su existencia, la causa formal o aquello por lo cual las cosas transmiten su existencia, y la causa final o razón de ser, su fin o propósito.
Y otras que son causas en el sentido de ser el fin o el bien de las cosas, pues aquello para lo cual las cosas son tiende a ser lo mejor y su fin; y no hay diferencia, es decir, que este fin, es el bien mismo o el bien aparente.
― Aristóteles, Física
En nuestra cultura occidental nos encontramos arraigados a este télos aristotélico, tendemos a creer que debe haber un orden y un propósito para todo cuanto existe. Bien sea por nuestras creencias religiosas que nos llevan a ver a Dios como el fin y el propósito del universo, o bien porque encontramos coherente atribuirle racionalidad al cosmos.
Todo sugiere que no hay un propósito
Pese a que nos gusta creer en un propósito, todo sugiere que no hay uno. La física cuántica nos dice que el universo parece no tener un propósito determinado. Cuando la teoría cuántica sugirió que el universo podría funcionar sin un fin determinado y que los acontecimientos podrían ocurrir sin sentido, al azar, Albert Einstein no lo pudo aceptar. Esto lo llevó a expresar su famosa frase: «Dios no juega a los dados con el universo».
Einstein defendió el determinismo universal, es decir, que todo se debe a causas necesarias o leyes causales: el universo tiene orden y propósito.
Sin embargo, el indeterminismo cuántico nos dice que no todos los fenómenos del universo están sometidos a leyes causales, como lo ilustra la también famosa frase del premio Nobel de química de 1977, Ilya Prigogine: «Dios juega a los dados y… ¡además los tiene trucados!»
El físico alemán Werner Heisenberg demostró que no podemos conocer con suficiente precisión la situación de un estado físico en un instante determinado. Lo que en física se llama el principio de indeterminación o principio de incertidumbre.
Según Heisenberg la inexactitud forma parte natural de nuestro conocimiento del mundo subatómico, éste es de carácter estadístico, probabilístico y no determinista. Las leyes naturales no se refieren ya a las partículas elementales en sí, sino a nuestro conocimiento de dichas partículas.
La noción de la realidad objetiva de las partículas elementales se ha disuelto por consiguiente en forma muy significativa, y no en la niebla de alguna noción nueva de la realidad, oscura o todavía no comprendida, sino en la transparente claridad de una matemática que describe, no el comportamiento de las partículas elementales, pero sí nuestro conocimiento de dicho comportamiento.
―Werner Heisenberg, La imagen de la naturaleza en la física actual

Vivimos en la ignorancia de las cosas
No importa cuál sea nuestra percepción de la realidad, las posibilidades son bastante altas de que aquello que creemos real no lo sea. Básicamente, porque nuestra percepción de la realidad es limitada y desconocemos otras verdades.
Por casi dos mil años hemos basado nuestro entendimiento del universo en la religión, explicando lo inexplicable desde nuestras creencias religiosas. Pero con la llegada de las ciencias secularizadas, lentamente hemos ido reemplazando las creencias religiosas por las explicaciones científicas.
La cuestión es que no se trata de un acontecimiento aislado. En principio se trata de una constante de la incertidumbre que rodea al universo. De ahí, que a medida que la ciencia y la tecnología avanzan, las teorías científicas anteriores son reemplazadas por las recién descubiertas. La ignorancia se transforma en verdad, pero cada vez que la ignorancia se transforma en verdad, se manifiesta una nueva ignorancia. Así, la verdad de hoy puede ser la mentira de mañana.
El problema es que al no tener certeza de qué son las cosas, tampoco estamos en condiciones de otorgarles un valor certero.
Conclusión
Todo indica que todo lo que nos rodea es una gran ilusión, pero nos sentimos a gusto en ella como el personaje de Cypher en la película Matrix de las Hermanas Wachowski.
El trabajo de Cypher era liberar las mentes humanas atrapadas dentro de la matriz. Sin embargo, estaba disgustado con la naturaleza cruda de la realidad, en comparación con las comodidades relativas que se encuentran dentro del mundo ilusorio de la matriz.
Sabes … sé que este bistec no existe. Lo sé cuando me lo meto en la boca; la matriz está diciendo a mi cerebro que es jugoso y delicioso. Después de nueve años… ¿sabes de lo que me doy cuenta? La ignorancia es grata.
― Cypher justificando su decisión de traicionar a sus amigos y volver a entrar en la matriz, Matrix de las Hermanas Wachowski
Sufrimos por las cosas -ilusiones- como bien nos recuerda el poeta que inconscientes nos liberamos del dolor del mundo, pero conscientes sentimos las cosas, nos sumergimos en el dolor y la angustia.
Yo había comprendido hace muchos años que no hay cosa en el mundo que no sea germen de un Infierno posible; un rostro, una palabra, una brújula, un aviso de cigarrillos, podrían enloquecer a una persona, si ésta no lograra olvidarlos.
― Jorge Luis Borges, Deutsches Requiem de El Aleph
A nadie le gusta el sentimiento de incertidumbre, el no saber nos aterra a todos. Precisamente, es en este punto de incertidumbre donde la espiritualidad y la ética se tornan valiosas. La ética nos brinda un propósito honorable, mientras que la espiritualidad nos invita a abrazar lo desconocido. De hecho, después de la palabra «amor», la frase «no temas» es la que más veces aparece en la Biblia.
Pensar profundamente sobre la realidad inspira el crecimiento humano, espiritual y ético. Porque nos inspira a darnos cuenta de que hay más en el mundo que lo que podemos ver. Asimismo, nos inspira a ver el mundo como un lugar de expansión y posibilidades infinitas, y a vernos a nosotros mismos como seres de expansión y transformación.
Arte | La condición humana (La condition humaine) de René Magritte, 1933. Se encuentra en la Galería Nacional de Arte, Washington, DC, EE. UU.
La condición humana
La genialidad de Magritte juega con diferentes capas de significado, y nos obliga a llegar a una nueva comprensión de lo que estamos mirando. Tanto la escena fuera de la ventana como la pintura en el caballete dentro de la pintura son la misma obra de arte. No hay una escena real más allá del caballete.
La condición humana muestra un caballete colocado dentro de una habitación y frente a una ventana. El caballete tiene una pintura sin marco de un paisaje que parece en cada detalle contiguo con el paisaje visto fuera de la ventana. Al principio, se asume automáticamente que la pintura del caballete representa la parte del paisaje fuera de la ventana que oculta a la vista. Sin embargo, después de un momento de consideración, uno se da cuenta de que esta suposición se basa en una premisa falsa: es decir, que las imágenes de la pintura de Magritte son reales, mientras que la pintura del caballete es una representación de esa realidad. De hecho, no hay diferencia entre ellas. Ambas son parte de la misma pintura, la misma fabricación artística. (Galería Nacional de Arte, Washington, DC, EE. UU.)