Sobre la belleza

La belleza puede ser comprendida como aquello que por la perfección de sus formas complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu. La palabra bello viene del latín bellus, que a su vez procede de benullus, diminutivo de benus que significa bonus, bonito, amable, delicado. 

Para el poeta lo bello es la manifestación del amor en la forma, para el místico es la delicadeza del espíritu, mientras que para el filósofo es un ideal estrechamente relacionado con la verdad y la bondad. Así, para Platón lo bello en sí es una idea y las cosas bellas una participación de la idea. En tanto que para Kant lo bello es lo que se representa sin concepto como el objeto de una satisfacción universal, es decir, aquello que nos complace universalmente sin motivo, libre de todo interés. 

La belleza no es una virtud 

Las virtudes o valores morales se refieren a los actos humanos valorados como buenos. Por ese motivo, la belleza como tal no es una virtud. En cambio, es un valor estético como lo son lo sublime y lo elegante. En los valores estéticos la cualidad reside en objetos particulares, mientras que en las virtudes la cualidad reside en nuestra conducta. 

Si bien no es una virtud, nuestra capacidad para apreciarla sí lo es. Precisamente, la estética es la teoría filosófica de su estudio, especialmente de las condiciones con las que percibimos, creamos y valoramos lo bello. 

Según Sócrates, aquello que hace que la vida valga la pena vivirla es la contemplación de la belleza misma. La cuestión es que la belleza pura, aquella que no está mezclada con la «inmundicia mortal» sólo la podemos contemplar con la mente. 

Sólo así cuando veamos la belleza la reconoceremos por encima del oro y de los cuerpos hermosos, y aquellos que logremos verla seremos capaces de la verdadera virtud. 

Es un todo complejo compuesto por partes 

Santo Tomás de Aquino dedicó ciertos pasajes de la Suma Teológica al estudio de lo bello, allí lo define en términos aristotélicos como aquello que agrada únicamente en su contemplación. Asimismo, un objeto es bello cuando tiene unidad, proporción y claridad. La belleza es un todo complejo compuesto por partes. 

Aristóteles decía al respecto que «para ser bella, una criatura viviente, y cada todo compuesto de partes, no solo debe presentar cierto orden en la disposición de las partes, sino también ser de cierta magnitud definida. La belleza es una cuestión de tamaño y orden». 

Para Santo Tomás, el objeto es bello cuando sus partes guardan orden y proporción entre sí, de manera tal que la estructura compleja de su totalidad es clara o manifiesta. En otras palabras, algo es bello cuando no presenta en su unidad ningún elemento discordante o inarmónico: nada que lo pueda oscurecer. El objeto es admirable por su excelencia o perfección intrínseca. 

Por tanto, para que algo sea bello se deben cumplir tres requisitos previos: perfección, proporción adecuada y claridad. 

Pues la eternidad, en cuanto que significa ser sin principio, tiene semejanza con el Padre, que es principio sin principio. La especie o la belleza tienen semejanza con lo propio del Hijo, pues para la belleza se requiere lo siguiente: Primero, integridad o perfección, pues lo inacabado, por ser inacabado, es feo. También se requiere la debida proporción o armonía. Por último, se precisa la claridad, de ahí que lo que tiene nitidez de color sea llamado bello.

― Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I q39 

La belleza admirable pone el mal en su sitio 

Lo interesante es que Santo Tomás en sus pasajes sobre la belleza no hace referencia al arte. Para él, nuestro interés por lo bello es de origen sensible, y la belleza es competencia o privilegio del ojo y el oído, es decir, de aquellos sentidos que son capaces de «contemplar». Porque, a diferencia de los animales, no sólo tenemos sentidos para sobrevivir, sino también para deleitarnos en la belleza del orden sensible por la belleza misma, pero también para conocer y descubrir la verdad. 

En efecto, siendo el bien lo que apetecen todas las cosas, es de la razón del bien que en él descanse el apetito; pero pertenece a la razón de lo bello que con su vista o conocimiento se aquiete el apetito. Por eso se refieren principalmente a lo bello aquellos sentidos que son más cognoscitivos, como la vista y el oído al servicio de la razón, pues hablamos de bellas vistas y bellos sonidos. En cambio, con respecto a los sensibles de los otros sentidos no empleamos el nombre de belleza, pues no decimos bellos sabores o bellos olores. Y así queda claro que la belleza añade al bien cierto orden a la facultad cognoscitiva, de manera que se llama bien a lo que agrada en absoluto al apetito, y bello a aquello cuya sola aprehensión agrada. 

― Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica – I-IIae q27

La perfección existencial de la totalidad de las cosas sólo pertenece a lo que es «ser y naturaleza». 

La cuestión es que tanto el mal como lo bello pertenecen a la perfección de la totalidad de las cosas. Por esta razón Santo Tomás habla de la belleza admirable, aquella en la que el mal ocupa el lugar que le corresponde en el orden correcto de las cosas, haciendo resaltar el bien. Así, «lo bello», escribe Santo Tomás, «es lo que nos agrada al ser visto», pero también «lo bello es lo mismo que el bien con la sola diferencia de razón». 

¿Es lo bello realmente bello o está la belleza en los ojos? 

Lo bello ha sido abordado a lo largo de la historia desde dos perspectivas diferentes: lo bello estético y lo bello ontológico. 

La belleza estética se refiere a nuestra actitud subjetiva de vivencia de lo bello o el sentimiento estético. Mientras que lo bello en sentido ontológico se refiere a la belleza en sí u objetiva, aquella que se identifica con la bondad, la verdad y la perfección. 

Con otras palabras, la pregunta por la belleza ha girado en torno a si lo bello es bello en sí, o si somos nosotros quienes atribuimos la cualidad de bello. 

Si usamos la estética para describir un objeto como una flor, la belleza es una característica fija de esa flor. Sin embargo, lo que podemos considerar bello puede que no lo sea para otra persona. 

En su obra Six great Ideas (Seis grandes ideas), el filósofo Mortimer Adler explica la belleza como la intersección entre la verdad (conocimiento) y la bondad (deseo). Ahora bien, a diferencia del poeta para quien la belleza es verdad, para Adler la belleza no es idéntica a la verdad ni a la bondad. De hecho, puede ser radicalmente distinta de la verdad o la bondad. Más bien, la belleza admirable -de las cosas que tienen perfección existencial- guarda una relación estrecha tanto con la verdad como con la bondad. No obstante, Adler distingue entre dos formas de belleza: belleza deleitable y belleza admirable. 

Belleza deleitable 

La belleza deleitable se refiere a aquella que al encontrarla expresamos algo de nuestras propias preferencias, es decir, aquello que nos gusta. Por tanto, cuando decimos «¡qué bello!» lo que queremos expresar es «¡esto me gusta a mí!». 

Si la belleza se identifica con lo deleitable -con eso que nos proporciona la clase de deleite que es el puro placer desinteresado producto de la contemplación del objeto- no se puede escapar a la conclusión que hemos llegado que la belleza se encuentra en su totalidad en el ojo del espectador y es simplemente una cuestión de gusto.

― Adler, Six great Ideas (Seis grandes ideas

La belleza deleitable es completamente subjetiva y no guarda relación con la verdad ni con la bondad. Básicamente, se trata de nuestro gusto personal, aquello que nos gusta. Entonces, lo bello se encuentra en nuestros ojos y ya sabemos que los sentidos nos engañan. Recordando a Tolstoi en La sonata a Kreutzer: «Es asombroso cuán completo es el engaño de que la belleza es bondad». 

El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli, 1483 – 1485.

Belleza admirable 

Nos dice Adler que también hay cosas bellas por sí mismas, porque tienen ciertas propiedades que hacen que sean admirables. En este sentido, lo bello no está en nuestros ojos, sino en el objeto. 

Hay una excelencia intrínseca o perfección que Adler llama belleza admirable. Esta belleza versa sobre la belleza propia del objeto. Siguiendo nuestro ejemplo, la flor es bella en sí misma, es decir, que posee cualidades propias que la hacen objetivamente bella. 

Pero hay otro sentido en el que, cuando llamamos a un objeto bello, estamos hablando acerca del objeto en sí mismo, y no se trata de nosotros mismos o sobre el objeto en relación con nosotros. Llamamos al objeto bello, porque tiene ciertas propiedades que hacen que sea admirable. 
[…] 
Lo bello como lo admirable es lo mismo en las obras de arte y las cosas de la naturaleza. En ambos ámbitos, el objeto admirado como bello posee una excelencia intrínseca o perfección que es apropiada para el tipo de cosa que es, ya sea un producto de la naturaleza o del arte. La única diferencia es que en la esfera del arte hablamos de lo admirable como lo bien hecho; en el ámbito de la naturaleza como lo bien formado.

― Adler, Six great Ideas (Seis grandes ideas

Únicamente en la belleza admirable el objeto posee cualidades internas que nacen del objeto mismo, y son independientes del deleite que producen en cualquier persona que las contemple. Otro aspecto importante es que la belleza admirable puede ser mediada por el pensamiento y es dependiente del conocimiento. Algo muy similar a la contemplación de la belleza moral y la belleza del conocimiento, que nos permite alcanzar el amor por la belleza misma, según Diotima, aquella que sólo puede contemplarse con la mente. 

La belleza está en el cerebro 

Una de las grandes revoluciones del siglo XX fue la Resonancia Magnética Funcional, una técnica de neuroimagen que le permite a los neurocientíficos determinar qué partes del cerebro están activas mientras llevamos a cabo una sensación, un pensamiento o una tarea. 

Esta técnica no sólo nos ha permitido comprender cómo funcionan nuestros cerebros, también le ha permitido a los científicos estudiar los aspectos neurológicos de la belleza y la creación artística, dando origen a lo que hoy se conoce como neuroestética. Término acuñado en 1999 por el neurobiólogo Semir Zeki, especialista en la corteza visual y profesor del University College de Londres. 

En 2011 Tomohiro Ishizu y Semir Zeki publicaron el estudio sobre la experiencia de la belleza visual y musical: Toward A Brain-Based Theory of Beauty en la revista de acceso abierto PLOS ONE. 

El estudio revela que la experiencia subjetiva de lo bello y de lo feo puede determinarse de manera objetiva y puede ser medida. 

La apreciación de la belleza de la pintura y la música se relaciona con la actividad de una parte específica del cerebro emocional, campo A1 de la corteza órbito-frontal medial, una región de la corteza cerebral situada en la parte frontal del cerebro que forma parte del centro del placer y recompensa del mismo. 

Los dos resultados principales de este estudio, a saber, que la actividad en una sola región (campo A1) de MOFC está correlaciona con la experiencia de la belleza visual y musical, y que hay una relación lineal entre la señal BOLD y la intensidad de la experiencia de la belleza, nos conduce hacia la formulación de una definición de belleza basada en el cerebro. 
[…] 
Nuestra propuesta cambia la definición de belleza a favor del sujeto perceptor, lejos de las características del objeto aprehendido dando fuerza al proverbio latino “De gustibus non est disputandum” (En materia de gustos no hay disputa). Hacemos hincapié en que no queremos dar a entender que los objetos considerados como bellos no tienen ciertas características que ayudan en esta clasificación, aunque estas características han sido, y continúan siendo, un tema de debate.

― Ishizu y Zeki, Toward A Brain-Based Theory of Beauty 

La belleza está presente en la anatomía y funcionalidad de nuestro cerebro. No obstante, también está relacionada con los aspectos culturales que nos atañen como individuos. Es tanto objetiva como subjetiva y las modernas técnicas de neuroimagen permiten el estudio de ambas, en especial la objetiva. 

Conclusión 

Todos tenemos un sentimiento por lo bello -un sentimiento muy personal- que nos permite reconocer algo que nos gusta en una persona, un paisaje o una obra de arte. Este sentimiento es básico y simple, tan fundamental que ni siquiera es accesible a nuestro intelecto, al menos no de manera consciente.

El problema es que en el diario vivir las cosas que nos gustan son como una suerte de programación que nos ayuda a tomar decisiones, pero no nos dice si el camino tomado es el correcto o no. Por consiguiente, para no ser engañados por nuestros propios gustos, la belleza debe guardar una estrecha relación con la verdad y la bondad.

Ahora bien, lo bello es bello, es lo que es y punto. Una cosa es la belleza y otra muy distinta es nuestra capacidad para valorar y tomar decisiones desde los valores morales y éticos. Así, podemos apreciar la belleza de una oruga peluche en los cafetales colombianos y ser lo suficientemente sabios para no tocarla.


Arte | El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli, 1483 – 1485. Se trata de una de las pinturas más reconocidas de Botticelli, representa el nacimiento de la diosa del amor y la belleza Venus, emergiendo de la espuma del mar como una mujer plenamente madura. Se encuentra en la Galería Uffizi.

El nacimiento de Venus

Conocida como el «Nacimiento de Venus», la composición en realidad muestra a la diosa del amor y la belleza llegando a tierra, a la isla de Chipre, nacida de la espuma del mar y llevada allí por los vientos, Céfiro y, quizás, Aura. La diosa está de pie sobre una concha de vieira gigante, tan pura y perfecta como una perla. La recibe una mujer joven, a la que a veces se identifica como una de las Gracias o como la Hora de la primavera, y que le tiende un manto cubierto de flores. Incluso las rosas, arrastradas por el viento, son un recuerdo de la primavera. El tema de la pintura, que celebra a Venus como símbolo del amor y la belleza, quizás fue sugerido por el poeta Agnolo Poliziano. (Galería Uffizi)