Sobre el uso de animales

¿Pueden nuestros intereses egoístas justificar el uso y la condena de millones de animales indefensos a una vida llena de dolor y de abuso? 

Pues bien, la respuesta es sí. Lamentablemente, esa es la situación actual de los animales en el mundo. El egoísmo y la falta de pensamiento condenan a todos los animales a una diferencia mortal que justifica su uso y abuso. Pero la razón principal de este mal es la negación colectiva para aceptar nuestra animalidad. Mientras estemos convencidos que somos superiores los animales no humanos sólo conocerán el terror. 

Los animales son valorados según el beneficio que puedan aportar 

Animales de todas las especies son un recurso común en todos los aspectos de la cultura. Nos sentimos justificados para usar animales en la industria alimentaria, de la moda, del entretenimiento, de la investigación y hasta en las cosas más impensadas. 

Mantenemos a los animales cautivos en diferentes entornos por razones diferentes: zoológicos, circos, acuarios, delfinarios, laboratorios, granjas y hasta las propias casas. 

Aunque las cifras de los animales que se encuentran cautivos no son fiables, aproximadamente 26 billones de animales de más de 10.000 especies se mantienen cautivos. 

Para la mayoría de las personas las vidas de los animales no poseen valor por sí mismas.  Valoramos las vidas de los animales según lo que puedan producir y el beneficio que el animal pueda aportar. No concebimos a los animales como iguales en su capacidad de sufrimiento, sino como un recurso, y uno muy lucrativo. 

Son tratados como cosa por la ley 

Legalmente los animales no tienen un estatus mayor a cosa. Esto significa que son tratados como bienes de apropiación y de libre disposición por parte de sus propietarios. De ahí, que en la mayor parte del mundo los animales son tratados como máquinas de la productividad capitalista. 

Las vacas, por ejemplo, son especializadas en la producción de carne y leche para nuestro consumo voraz. La realidad de las vacas es la explotación ganadera intensiva. No importa si se encuentran estabuladas bajo condiciones creadas artificialmente o al aire libre. El objetivo es el mismo: incrementar la producción de carne y leche. La vida de la vaca es valorada sólo por lo que pueda producir. 

Son víctimas del hiperconsumo 

El uso de animales es algo tan arraigado en nuestra cultura que no lo cuestionamos, o bien no nos importa o simplemente no somos conscientes de que los animales también son víctimas de la lógica capitalista, del hiperconsumo y la excesiva comercialización. 

Mantenemos en cautiverio y torturamos visones, zorros, gansos y otros animales, por su piel, su hígado o sus plumas. También, los arrancamos de su hábitat y los privamos de su libertad. Para luego encerrarlos en pequeñas jaulas en circos, zoológicos, acuarios o delfinarios, con el único propósito de divertirnos descaradamente. Y aún no hablamos de la pesca, la caza furtiva, los animales de granja o los laboratorios y la investigación científica. No hay palabras que ilustren el tormento al que sometemos a los animales. 

El uso y abuso de los animales que se crían para procurarnos alimento excede con mucho, en números absolutos de animales afectados, a cualquier otro tipo de malos tratos. […] Es aquí, cuando nos sentamos a la mesa y en el supermercado o carnicería de nuestro barrio, donde nos ponemos en contacto directo con la mayor explotación que jamás haya existido de otras especies. 

― Peter Singer, Liberación animal 

La triste verdad es que los animales están siendo atormentados, torturados y masacrados en todas las formas concebibles por la imaginación humana. De manera lamentable, las cifras que ilustran estos hechos son un barómetro perturbador de nuestra inhumanidad. 

Liebre joven (en alemán, Feldhase) de Albrecht Dürer, 1502.

Ignoramos nuestra responsabilidad moral en el uso de animales 

Mantenemos con los animales una relación de utilidad y beneficio, más por tendencias sociales y emociones egoístas que por principios morales. 

Tal vez, la mayor evidencia de lo desacertados que son nuestros sistemas educativos la encontramos en esta problemática. Porque desde que tenemos historia escrita se ha hablado de ética animal, tal vez no se ha expresado de la misma manera, pero siempre se ha querido decir lo mismo. 

Ya en la antigüedad Ovidio, Plutarco, Pitágoras, Porfirio, Séneca y Platón escribieron que no debemos infligir daño a los animales y que no debemos lastimarlos ni siquiera para comida. 

Cuando reflexionamos sobre el concepto de justicia global, pensamos típicamente en extender nuestras teorías de la justicia en el plano geográfico para incluir una mayor proporción de los seres humanos que hay sobre el planeta. También pensamos muchas veces en extenderlas en el plano temporal para atender a los intereses de personas futuras […] Es menos frecuente que pensemos -aunque no tan poco como las generaciones anteriores- en la necesidad de extender nuestras teorías de la justicia más allá del reino de lo humano, de abordar cuestiones de justicia relativas a animales no humanos. 

― Martha Nussbaum, Las fronteras de la justicia. Consideraciones sobre la exclusión 

Conclusión 

Nuestras prácticas con los animales como la experimentación, la vivisección, las pruebas de laboratorio, las corridas de toros, las granjas industrializadas, los circos, acuarios, zoológicos, etcétera, son un mal moral. Somos partícipes de un despliegue de crueldad innecesaria, que urge una mayor comprensión por el animal y un trato que se caracterice por la no violencia. 

El respeto humano al resto de animales, más que tratarse de una nueva frontera moral, es un reflejo de nuestro crecimiento moral personal y colectivo. 

Debemos insistir en la importancia de respetar a los animales y proteger su valor intrínseco a la vida, la libertad e integridad física. Porque los animales poseen un estatus moral igual de importante al nuestro, y tenemos la responsabilidad moral de asumirlo, por el bien de los animales y de la humanidad en su conjunto. 


Arte| Liebre joven (en alemán, Feldhase) de Albrecht Dürer, 1502. Se encuentra en el Museo Albertina de Viena.

Esta pintura es considerada como una obra maestra de arte observacional, está llena de detalles delicados realizados con maestría. La destreza de Dürer para pintar el pelaje de la liebre es excepcional. En la actualidad, los expertos consideran la calidad de la pintura casi fotográfica.