Sobre el conocimiento

El conocimiento es el resultado de comprender completamente por medio de la razón, el entendimiento y la inteligencia. En esencia, es la comprensión o información que adquirimos por experiencia o estudio sobre un tema, alguien o algo, ya sea conocido por una persona o por personas en general.  

Por conocimiento también entendemos cosas como: sabiduría, razón, consciencia, entendimiento, inteligencia, estudios, discernimiento, intuición, instrucción, saber, ciencia, erudición, cultura o competencia, entre otros. 

La palabra conocimiento deriva del verbo conocer, del latín cognōscō, cognōscere, compuesto del prefijo  co- (de cum, con) que significa todo, junto, y gnōscō, gnōscere que significa saber, tener noción. Y, en el diccionario encontramos que es la «acción y efecto de conocer», es decir, «averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas», o «entender, advertir, saber, echar de ver a alguien o algo». 

La pregunta por el conocimiento 

Desde que la filosofía existe, los filósofos han estudiado el conocimiento, un problema que no los ha dejado tranquilos desde antes de la época de Platón.  

Los filósofos, epistemólogos, estudian lo que constituye el conocimiento. Esto es, qué tipo de cosas podemos saber, cuáles son los límites de lo que podemos saber e incluso si es posible saber algo en absoluto. 

A primera vista parece tonto dedicarle tanto tiempo y esfuerzo a la pregunta si podemos saber algo, ya que es obvio que lo hacemos. Es obvio que si hacemos la pregunta es porque sabemos algo. 

Sin embargo, si esto es así ¿por qué las mentes más brillantes han dedicado su tiempo a este tema? 

¿Hay en el mundo algún conocimiento tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él? Este problema, que a primera vista podría no parecer difícil, es, en realidad, uno de los más difíciles que cabe plantear.

― Russell, Los problemas de la filosofía 

El problema es que si no estamos de acuerdo en cómo conocemos, nunca estaremos de acuerdo en qué conocemos. 

¿Sabemos cosas? 

La verdad es que estamos convencidos de que sabemos cosas. Para la mayoría de nosotros el conocimiento es incuestionable. 

De alguna manera nos hemos convencido de que el conocimiento implica: 

  • Certeza: es difícil si no imposible negar 
  • Evidencia: tiene que basarse en algo 
  • Sentido práctico: tiene que funcionar en el mundo real 
  • Amplio acuerdo: mucha gente tiene que estar de acuerdo con que es cierto 

Si lo pensamos bien nos damos cuenta de que se trata de pilares débiles. ¿Qué podemos decir que sabemos que también estemos seguros de su certeza? ¿No es al menos posible que estemos soñando o que todo lo que vemos es una ilusión? ¿Podemos estar seguros de que no estamos siendo engañados? ¿Cómo sabemos que las cosas en verdad son como creemos? ¿Cómo sabemos si algo es cierto o no? Después de todo muchas cosas que se supone que sabemos no son y muchas personas están de acuerdo con ellas. 

Si bien todos tenemos una idea de lo que significa saber, hasta cierto punto se trata de una comprensión intuitiva basada en cómo las personas utilizamos la palabra. Sin embargo, se trata de una comprensión errónea. 

En la actualidad la filosofía aborda la cuestión del conocimiento desde el análisis del uso de las palabras conocer y saber

Conocer es un conocimiento por contacto consciente con las cosas a través de la percepción y la experiencia, un proceso inmediato que se justifica por sí mismo. Mientras que saber es un conocimiento por conceptos o ideas, un proceso indirecto apoyado en razones. 

La palabra “conocer” se usa en dos sentidos diferentes: 1º En la primera acepción es aplicable a la clase de conocimiento que se opone al error, en cuyo sentido es verdad lo que conocemos. Así se aplica a nuestras creencias y convicciones, es decir, a lo que denominamos juicios. En este sentido de la palabra sabemos que algo es el caso. Esta clase de conocimiento puede ser denominada conocimiento de verdades. 2º En la segunda acepción de la palabra “conocer”, se aplica al conocimiento de las cosas, que podemos denominar conocimiento directo. En este sentido conocemos los datos de los sentidos. (Esta distinción corresponde aproximadamente a la que existe entre savoir y connaitre en francés, o entre wissen y kennen en alemán). 

― Russell, Los problemas de la filosofía 
Rafael Sanzio, Representación de la scientia como conocimiento de las causas.

¿Qué es el Conocimiento? 

Decimos que conocemos las cosas o que hay conocimiento, cuando nos ponemos en contacto con un objeto y obtenemos información acerca del mismo. 

Si bien el conocimiento es un proceso cerebral, una función psicobiológica que realizamos mediante el cerebro, para la filosofía, el conocimiento acontece en la mente (espíritu) y el resultado final del conocimiento es la idea o concepto. Es decir, abstracciones de las cosas conocidas o representaciones mentales de las mismas. 

En la actualidad la filosofía define el conocimiento como una creencia verdadera justificada. Esta definición implica tres condiciones que deben cumplirse: 

  1. La persona cree que la afirmación es verdadera. Las creencias están en nuestras cabezas, son nuestra manera de pensar y de ver el mundo. No obstante, lo que pensamos sobre el mundo puede no coincidir con la forma en que el mundo realmente es. Lo que pensamos podría estar equivocado. 
  2. El enunciado es de hecho verdadero. La verdad no está en nuestras cabezas, la verdad está afuera. Algo es verdad si el mundo realmente es así. 
  3. La persona está justificada en creer que el enunciado es verdadero. La creencia es la semilla del conocimiento, pero la justificación es la responsable de convertir la creencia en conocimiento. Sabemos algo si estamos justificados en creer que es verdad. 

La justificación es difícil de precisar, porque las creencias vienen en todas las formas y tamaños y es difícil encontrar una sola teoría que pueda explicar todo lo que querríamos afirmar. 

Cabe aclarar que la filosofía se refiere a personas justificadas y no a ideas o conceptos justificados. Las personas somos el centro. Por tanto, mi conocimiento no es necesariamente su conocimiento. Esto significa que podemos compartir las mismas evidencias y aun así saber cosas distintas. 

En otras palabras, las personas tenemos creencias y esas creencias están justificadas o no justificadas. Si satisfacemos estas tres condiciones podemos decir que sabemos que algo es verdad. Por consiguiente, conocemos cuando sabemos que un enunciado es verdadero o falso. 

La virtud es conocimiento  

Para que exista conocimiento, es decir, para saber algo, es necesario que ese algo sea verdad, que lo creamos y que tengamos razones para creerlo, razones que obviamente deben ser verdaderas.

No creas en lo que has oído.
No creas en la tradición porque provenga de muchas generaciones. 
No creas en nada de lo que se ha hablado muchas veces. 
No creas en algo porque haya sido escrito por algún viejo sabio. 
No creas en las conjeturas. 
No creas en la autoridad, en los maestros o en los ancianos. 
Cuando hayas observado y analizado detenidamente una cosa, 
que esté de acuerdo con la razón y beneficie a uno y a todos, 
entonces acéptala y vive conforme a ella. 

Buda

Buda lo explica de manera maravillosa y nos enseña que no debemos creer a la ligera. Porque todas nuestras creencias nacen, en gran parte, de las experiencias y los testimonios de otras personas. En consecuencia, no importa qué tan convincente sea la verdad de esas creencias, por el simple hecho de ser ajenas, es nuestro deber recibirlas con dudas e interrogantes.  

Para la filosofía, concretamente la epistemología de la virtud, el conocimiento es una creencia verdadera no accidental. En pocas palabras, saber es creer la verdad debido a las propias virtudes intelectuales. Y, las virtudes intelectuales son las características que promueven el florecimiento intelectual o que nos convierten en excelentes conocedores. 

La virtud supone el conocimiento

Sócrates sostuvo que la virtud (areté) es conocimiento, que ningún hombre hace el mal voluntariamente y que todas las virtudes son una. Gracias al «conocimiento del bien y del mal», o conocimiento sobre el bienestar humano, podemos comprender lo que son las cosas y la naturaleza de las cosas. Fundamentalmente, se trata de un conocimiento suficiente y necesario para la virtud. 

Ahora bien, esta idea encierra una serie de paradojas. Por un lado, la virtud es enseñable y el vicio es una forma de ignorancia. Mientras que, por otro lado, la virtud no se puede enseñar y, de hecho, el vicio resulta tanto de las pasiones fuera de control como de la falta de conocimiento. 

No obstante, más allá de las paradojas heredadas de Sócrates y Platón, la virtud supone el conocimiento y es una parte fundamental de nuestro carácter. 

La virtud se trata de comprender claramente lo que es bueno y por qué es bueno, y de alguna manera esta comprensión, cuando es verdaderamente sólida, es eficaz. De alguna manera, el alma injusta es realmente enfermiza de una manera que nadie podría desear y que exige más compasión que venganza. Lidiar con la afirmación de que la virtud es conocimiento, entonces, es un primer paso hacia la claridad.

— Lorraine Smith Pangle, Virtue is Knowledge: The Moral Foundations of Socratic Political Philosophy 

«¿Sabes a qué clase de peligro vas a exponer tu alma?» 

El saber es un conocimiento por conceptos o ideas apoyado en razones. El problema es que hay personas que utilizan su intelecto para beneficio personal en lugar de la búsqueda del conocimiento real. En consecuencia, es fundamental comprender si las razones en las que se apoya el conocimiento son buenas y por qué son buenas. De lo contrario podemos caer en el error, el engaño o el autoengaño. 

Siempre existirán personas que utilizan el carisma y el engaño para tapar los agujeros de sus argumentos, o crear una cortina de humo. Cuando confiamos en alguien creemos que se trata de una buena persona. Sin embargo, la experiencia nos enseña que nos podemos equivocar, y más hoy día que, por la suma adecuada, cualquiera puede contratar expertos en confianza especializados en ayudar a «generar confianza». 

El arte de la persuasión es el mecanismo básico de cosas como el marketing o la política. De hecho, Platón descubrió el carácter retórico de la democracia y lo criticó por basarse en algo contrario al conocimiento real. 

– ¿Pues qué? ¿Sabes a qué clase de peligro vas a exponer tu alma? Desde luego si tuvieras que confiar tu cuerpo a alguien, arriesgándote a que se hiciera útil o nocivo, examinarías muchas veces si debías confiarlo o no, y convocarías, para aconsejarte, a tus amigos y parientes, meditándolo durante días enteros… y al que llamas sofista; si bien qué es un sofista, parece que lo ignoras, en quien vas a confiarte a ti mismo. Entonces él, después de escucharme, contestó: -Tal parece, Sócrates, por lo que tú dices. -Ahora bien, Hipócrates, ¿el sofista viene a ser un traficante o un tendero de las mercancías de que se nutre el alma? A mí, al menos, me parece que es algo así.

— Platón, Protágoras 313a-c 

Lógica sofista o sofisma 

Por sofisma entendemos un razonamiento inválido que, en apariencia correcto y convincente, encierra alguna argucia lógica. Básicamente, se trata de un argumento engañoso que se pretende hacer pasar por verdadero. 

Los sofistas desarrollaron técnicas de retórica que tendían más hacia el convencimiento de los demás que hacia la verdad. En principio, practicaban un juego lógico con la intencionalidad de engañar o poner enigmas a la capacidad de razonar. 

De ahí, que, si bien fueron grandes pensadores, se les acusó de hacer que un argumento débil pareciera un argumento fuerte y de distorsionar la verdad. 

No obstante, podemos juzgar por nosotros mismos. 

Cuenta una leyenda sofista que Protágoras recibió en sus clases de retórica a Euathlo como estudiante, pero el joven no tenía dinero para pagar las clases. Entonces Protágoras acordó recibir su pago de maestro cuando éste ganara su primer caso en la corte. 

Pasó el tiempo y Euathlo nunca se presentó en la corte. 

Protágoras perdió la paciencia y entabló contra su estudiante un juicio por incumplimiento de pago. 

Protágoras razonó que ganaría, sin importar cuál fuera la sentencia del jurado. Euathlo tendría que pagar si los jueces sentenciaban en su contra y también si lo hacían a su favor, porque al ganar su primer caso se cumpliría la condición original del convenio entre estudiante y maestro. 

Protágoras se presentó a la corte. No obstante, el aprendiz aprendió bien del maestro. Euathlo razonó de la siguiente manera: si los jueces deciden que debo pagarle a Protágoras, entonces no tendré que hacerlo porque aún no habré ganado mi primer caso. Y si lo gano los jueces habrán decidido que no tengo que pagarle a Protágoras. 

¿Tendría Euathlo que pagarle a Protágoras? 

La mayoría piensa que el conocimiento no es firme ni conductor ni soberano. No sólo piensan eso en cuanto a su existencia de por sí, sino que aun muchas veces, cuando algún hombre lo posee, creen que no domina en él su conocimiento, sino algo distinto, unas veces la pasión, otras el placer, a veces el dolor, algunas el amor, muchas el miedo, y, en una palabra, tienen la imagen del conocimiento como de un esclavo, arrollado por todo lo demás. ¿Acaso también tú [Protágoras] tienes una opinión semejante, o te parece que el conocimiento es algo hermoso y capaz de gobernar al hombre, y que si uno conoce las cosas buenas y las malas no se deja dominar por nada para hacer otras cosas que las que su conocimiento le ordena, sino que la sensatez es suficiente para socorrer a una persona?

— Platón, Protágoras 352b-c 

Conclusión

Sabemos que la manera como concebimos el mundo no solo define nuestras vidas, sino también el momento histórico que vivimos y todo el entramado social. El impacto del conocimiento y del uso que le damos es de proporciones gigantescas: puede crear o puede destruir, puede generar riqueza o pobreza, y puede favorecer la justicia o la injusticia, entre muchas cosas más. 

Ahora bien, para la mayoría de nosotros está claro que todas las personas podemos conocer las cosas, que fuera de nosotros existe un mundo por conocer y que obviamente poseemos las facultades mentales y físicas necesarias para conocer. 

Estamos convencidos que, si podemos formular una pregunta sobre el mundo, nosotros mismos o los acontecimientos, entonces, es casi sobre entendido que podemos obtener una respuesta confiable. Sin embargo, para nuestra sorpresa, no siempre es así.


Arte | Rafael Sanzio, Representación de la scientia como conocimiento de las causas, Stanza della Segnatura. 1508-1511. Museos Vaticanos.