Sobre el bien y el mal lo primero que debemos comprender es que se trata de uno de los fundamentos más importantes de nuestra supervivencia. Existimos en un mundo que nos exige orientarnos y asignar significado a las cosas y, para orientarnos, nos basamos en interpretaciones universales compartidas como la distinción entre el bien y el mal.
El horizonte de nuestro interés no está limitado como en los animales no humanos. En el mundo de los animales la distinción entre el bien y el mal no es importante, ellos se encuentran fijos en un entorno particular y se comportan de acuerdo con sus instintos. Su comportamiento es en gran medida específico de la especie.
Nosotros, por otro lado, no vivimos en un entorno fijo, de hecho, los instintos no nos ayudan mucho. Nuestra naturaleza demanda que evaluemos las cosas como buenas o malas, somos forzados por razones antropológicas a distinguir entre el bien y el mal para orientarnos en nuestro mundo y sobrevivir.
No obstante, el bien y el mal son conceptos que se interpretan y definen de diferentes maneras, según la visión que tenemos del mundo. Y los llamamos conceptos porque se refieren a la valoración de una observación, pero no a la observación en sí.
Las diferentes interpretaciones son resultado de la cultura, la religión y la filosofía, ya que cada una trata de caracterizar el bien y el mal desde su propia perspectiva.
El concepto del bien
Por bien o bueno entendemos aquello que representa un valor material o espiritual: un objeto útil, una habilidad estimada (virtud) o una meta deseada. En general, el bien es una designación difusa de la totalidad de lo que se juzga afirmativamente, y por lo que vale la pena luchar.
En sentido ético el concepto del bien está relacionado con nuestras acciones y decisiones, pero también con los fines y objetivos que perseguimos con dichas acciones y decisiones.
Ahora bien, todos buscamos el bien de un modo u otro, la discusión está en determinar en qué consiste.
Cómo entendemos el bien
Desde la antigüedad hasta nuestros días la idea del bien es la máxima autoridad. Sin embargo, algunos expertos piensan que no existe un consenso general sobre cómo usar el término bien.
Para algunos, el bien se trata de lo que somos: nuestra esencia o naturaleza. Para otros, tanto el bien como el mal son cosas creadas por el hombre, que no ocurren en la naturaleza como cosas reales (realidades ontológicas); en otras palabras: invenciones nuestras. Y también hay quienes opinan que el concepto del bien depende del propósito, así como del punto de vista de si algo puede ser juzgado como bueno o malo.
Por ejemplo, el positivismo lógico señala que los conceptos de bien y bueno no se pueden definir, solo expresan sentimientos y emociones de quien hace juicios morales. Mientras que el prescriptivismo ético sostiene que estos términos no son emotivos, sino imperativos y quien los pronuncia expresa un deber o una obligación en conciencia.
El bien en la religión
En las religiones el bien supremo (summum bonum) como máxima autoridad, asume una posición suprema: es la medida de todas las cosas y seres, incluidos nosotros y lo que hacemos.
Cabe aclarar que, desde el punto de vista bíblico, el bien supremo no se mide en función de un bien abstracto, sino en relación con el Dios creador. Dios lo ha hecho todo y todo es bueno. No obstante, esta bondad trascendente de Dios es su amor creador y salvador (ágape).
Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno.
— Génesis 21, Reina-Valera 1960 (RVR1960)
El bien en la filosofía
Platón: la idea del bien
Platón explica el bien como el principio del ser y de la verdad de las cosas, la idea máxima. Solo a través de la idea del bien es posible que el alma alcance el verdadero conocimiento.
Aristóteles: el bien es la actividad del alma dirigida por la virtud
Aristóteles toma la noción de bien platónica y la precisa un poco más, agregando que el bien no puede ser algo universal y absoluto, sino algo que existe sólo en los seres que llamamos buenos. Hay bienes de distintas clases como hay entes de distintas clases. Así, el bien es «aquello a lo que todas las cosas tienden», aquello por lo que sucede todo lo demás: el objetivo de cada decisión y de cada acción.
Epicuro: la ética del placer
En oposición a Platón y Aristóteles, Epicuro plantea que el principio de todo bien se haya en el placer. El placer es un bien inherente a nuestra naturaleza y estamos destinados a buscar el placer. La finalidad de nuestras vidas es el placer, pero no cualquier placer sino el tranquilo y duradero.
Estoicismo
Desde el punto de vista estoico el estándar para la bondad o la maldad es proporcionado por la naturaleza (phýsis). El bien es un estado de perfección y, como tal, no es gradual, sino solo dado o no. El bien se realiza cuando vivimos virtuosamente.
Neoplatonismo
Por su parte, el neoplatonismo explica el bien como la actividad específica natural de todos los seres. Sin embargo, el alma sublime dirige su actividad a la cosa más sublime: el Bien sin más.
San Agustín: el mal es la ausencia del bien
Para San Agustín todo lo creado por Dios es bueno, sin excepción. El mal debe ser entendido como ausencia del bien, no como algo que ha sido creado por Dios.
Kant: ¿Qué hace que una voluntad sea buena?
La filosofía de Kant vacía de todo contenido material la idea de bien; para él, lo único absolutamente bueno es la buena voluntad. Las acciones son verdaderamente morales sólo si tienen la intención correcta, es decir, basadas en la buena voluntad.
Nietzsche: moral del resentimiento
Para Nietzsche los valores cambian a lo largo del tiempo y la moral depende de la cultura que la representa. Por tanto, los conceptos de bien y mal son un problema antropológico y no teológico. Nietzsche entiende el bien como aquello que busca el poder, el carácter fundamental de la vida como crecimiento, expansión, transformación. El bien es todo lo que aumenta el poder en sí mismo en el hombre, malo es todo lo que proviene de la debilidad.
Utilitarismo
Desde la perspectiva utilitarista el mayor bien es la mayor felicidad para el mayor número posible de personas. Las acciones son valoradas no por lo que son en sí mismas, sino por las consecuencias que producen.
El concepto del mal
La antítesis del bien (bonum) es el mal (malum). Necesitamos el concepto del mal para comprender y responder a las atrocidades y horrores como genocidios, asesinatos en masa, violaciones y torturas, entre otros. Porque sólo el concepto del mal puede captar el significado moral de estas acciones y sus perpetradores.
En un sentido amplio, el concepto del mal señala cualquier acción injusta o defecto de carácter, daño o sufrimiento, ya sea este físico, psíquico, moral, religioso o metafísico. Por tanto, es tanto natural como moral.
Los males morales son daños o sufrimientos que resultan de las intenciones o negligencia de acciones de personas cuerdas y autónomas (agentes morales). El mal moral es nuestra libre decisión de actuar contra el bien, y lo podemos entender como el resultado de nuestras intenciones o negligencia.
Mientras que los males naturales son daños o sufrimientos que no resultan de las intenciones o negligencia de agentes morales, sino de cosas como terremotos o dolores de estómago.
En contraste con el sentido amplio del mal, también nos referimos al mal desde un concepto más reducido, con el que resaltamos lo más despreciable, lo peor que un ser humano pueda hacer o imaginar. Este concepto del mal implica la condena moral y se usa en contextos morales, políticos y legales.
El mal en la religión
En el judaísmo existe el mal que lucha como una fuerza independiente contra la creación divina. Desde que el hombre comió del fruto del árbol del conocimiento tenemos la libertad de elegir entre el bien y el mal, o lo que es lo mismo, la libertad de decidir a favor o en contra de Dios.
El cristianismo explica el mal en el mundo a partir del pecado original. Para San Agustín, por ejemplo, el pecado original es el origen de todo el mal y el sufrimiento en el mundo. Así, el mal emerge al mundo desde nuestro libre albedrío.
El problema con esta tesis es que el mal se coló en el Jardín del Edén en forma de serpiente, y la serpiente es tratada explícitamente como una criatura de Dios. En consecuencia, el mal no es causado por nosotros humanos. Esto da lugar a la idea de que Dios provocó la transgresión en sí. Para algunos filósofos y teólogos, Dios mismo es la causa metafísica para el mal.
En el sistema dogmático de la doctrina cristiana, el mal siempre está subordinado a Dios (el mal como un ángel caído que puede actuar solo con el permiso de Dios).
Taoísmo
Para el taoísmo, el Tao en sí no es un ser omnipotente, sino el origen y la unión de los opuestos y, por lo tanto, indefinible. El Tao produce la creación, la dualidad, el yin y el yang, la luz y la sombra, el bien y el mal, de cuyas transformaciones, movimientos e interacción emerge el mundo.
Budismo
Por último, la mayoría de los budistas creen que el mal nace de nuestras acciones y creencias negativas como la codicia, la ira y la ignorancia. Sin embargo, no se trata de una característica intrínseca nuestra o de una fuerza externa. De hecho, va en contra de las enseñanzas budistas clasificar a las personas como buenas o malas, porque esto justifica hacerles daño. Y en ese pensamiento están las semillas del mal genuino.
Para el budismo el mal es algo que creamos, no algo que somos o alguna fuerza externa que nos infecta.
Cebe anotar que la filosofía considera el mal como un absurdo, mientras que la teología lo considera como un misterio.
El mal radical
En el pensamiento de Immanuel Kant todos tenemos una buena voluntad moral, solo si elegimos realizar acciones moralmente correctas porque son moralmente correctas. Entonces, cualquier persona que no tenga una buena voluntad moral tiene una voluntad mala.
Asimismo, el mal es radical en la medida en que está arraigado en nuestra naturaleza como una inclinación o «inclinación por el mal». Porque al igual que el apego al bien, el mal está enraizado en las profundidades de la capacidad humana de libertad y, por lo tanto, puede arruinar el «fundamento de todas las máximas». En otras palabras, el mal radical es una tendencia a ir en contra de la ley moral, pero como una constante antropológica, no teológica.
La banalidad del mal
Por otra parte, los análisis seculares del concepto del mal en sentido estricto comenzaron en el siglo veinte con el trabajo de Hanna Arendt. Los pensamientos de Arendt sobre la naturaleza del mal provienen de su intento por comprender y evaluar los horrores de los campos de exterminio nazis, lo que se conoce como «asesinato administrativo en masa».
Un rasgo distintivo del mal extremo es que no se hace por motivos humanamente comprensibles, como el interés propio. En Eichmann en Jerusalén, Arendt explica que los «asesinos de escritorio» como Eichmann no fueron motivados por motivos demoníacos o monstruosos, los motivos y el carácter eran más banales que monstruosos. De hecho, ella describe a Eichmann como un ser humano «terriblemente normal» que simplemente no pensaba mucho en lo que estaba haciendo.
Arte | Jeroglíficos del hombre natural, alegoría del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal; según J. Bakewell, 1790-1800. Se encuentra en el Museo Británico.