En su obra maestra El mundo como voluntad y representación, Arthur Schopenhauer nos presenta el arte como alivio al sufrimiento. Ante todo, advierte que nunca podremos alcanzar la paz interior o la felicidad, si nuestra conciencia se encuentra ocupada por el «fluir infinito de la voluntad», sin embargo, este fluir puede interrumpirse por medio del arte.
Verdad y belleza
Al igual que Schelling, Schopenhauer reflexiona desde el idealismo kantiano. Concretamente, de nuestra incapacidad para conocer las cosas como son en sí mismas, y el hecho de que no podemos alcanzar el verdadero conocimiento.
Según la afirmación kantiana de que «el mundo es una representación mía» todo cuanto conocemos sucede y existe sólo en nuestras conciencias.
No obstante, a diferencia de Kant, para Schopenhauer la realidad no está en la idea sino en aquello que llamamos Voluntad, para él la realidad es la ciega voluntad de vivir.
Pues, prescindiendo de aquel mundo como representación, no queda nada más que el mundo como voluntad. La voluntad es el en sí de la idea que la objetiva perfectamente; es también el en sí de la cosa individual y del individuo que la conoce, los cuales la objetivan imperfectamente. En cuanto voluntad, fuera de la representación y todas sus formas, es una y la misma en el objeto contemplado y en el individuo que, elevándose en esa contemplación, se hace consciente de sí mismo como sujeto puro. […] Así como sin el objeto o sin la representación yo no soy sujeto cognoscente sino mera voluntad ciega, sin mí, sin el sujeto del conocer, la cosa conocida no es tampoco objeto sino simple voluntad, afán ciego.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
Podemos llegar a la cosa en sí por medio de la voluntad, entendida como el origen del mundo de las apariencias, el último y primigenio principio del ser y la fuente de toda vida. Asimismo, la voluntad es lo que somos en sí, nuestra esencia que se manifiesta en el cuerpo y por lo que somos también mundo.
La filosofía del pesimismo de Schopenhauer
El pesimismo schopenhaueriano es la opinión de que somos seres sintientes obligados a esforzarnos y a sufrir mucho, sin ningún propósito o justificación final y, por esta razón, la vida realmente no vale la pena vivirla. En su aspecto más personal, sentimos que nos falta algo y siempre estamos de una forma u otra necesitados de algo, y sufrimos por nuestra percepción de carencia. De forma única y particular tratamos de poner fin a este sufrimiento consiguiendo lo que nos falta. Lo que Schopenhauer llama «esforzarse».
Ahora bien, nuestro esfuerzo puede ser exitoso y conseguir lo que nos falta. O podemos fallar en nuestro esfuerzo, haciendo que nuestro sufrimiento sea el doble, ya que no solo nos falta algo, sino que además tenemos que enfrentar la realidad de nuestro fracaso. Pero esto no es todo, la satisfacción que nos produce escapar del sufrimiento es momentánea, ya que una vez satisfecho el deseo, rápidamente nos aburrimos, provocando que regrese una nueva sensación de carencia. Esto solo conduce a más esfuerzo y, por consiguiente, a más sufrimiento.
Lo mismo se muestra, por último, en los esfuerzos y deseos humanos, cuyo cumplimiento simula ser siempre el fin último del querer; pero en cuanto se han conseguido dejan de parecer lo mismo, por lo que se olvidan pronto, se vuelven caducos y en realidad siempre se dejan de lado como ilusiones esfumadas, aunque no de forma declarada; se es lo bastante feliz cuando todavía queda algo que desear y que aspirar, a fin de que se mantenga el juego del perpetuo tránsito desde el deseo a la satisfacción y desde esta al nuevo deseo -tránsito que se llama felicidad cuando su curso es rápido, y sufrimiento cuando es lento-, y no se caiga en aquella parálisis que se muestra en la forma del terrible y mortecino aburrimiento, de un fatigado anhelo sin objeto determinado, de un mortal languor [Languidez].
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
Intrínseco a este ciclo de sufrimiento está el deseo: el deseo de alcanzar y aliviar. Nuestros deseos son ilimitados, exigentes y cada deseo satisfecho da lugar a un nuevo deseo. Así, la vida es un ciclo de continuo sufrimiento, en el que el propio estado de satisfacción momentánea es sólo la promesa de un sufrimiento que pronto vendrá.
La inexistencia es preferible y nuestro mundo es el peor de todos los mundos posibles
El mundo es representación, fuerza y voluntad. Pero también es voluntad voraz, insatisfecha, fuerza ciega, deseo, dolor y tragedia.
Pero por lo que se refiere a la vida del individuo, cada historia vital es una historia de sufrimiento; pues, por lo regular, todo curso vital es una serie continuada de grandes y pequeñas desgracias que cada cual oculta en lo posible, porque sabe que los otros rara vez sentirán simpatía o compasión, y casi siempre satisfacción al representarse las calamidades de las que en ese momento se han librado; – pero quizás no haya nunca un hombre que al final de su vida, cuando es al mismo tiempo reflexivo y sincero, desee pasar otra vez por lo mismo, sino que antes que eso preferirá mucho más el completo no ser. El contenido esencial del famoso monólogo de Hamlet es, en resumen, este: nuestro estado es tan miserable que el completo no ser sería claramente preferible a él.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
Desde esta perspectiva Schopenhauer era pesimista y no tenía esperanza frente a nuestra irracionalidad. Nuestro estado natural y el de todo cuanto existe es la esclavitud de la voluntad, y como esclavos de la voluntad actuamos a su servicio buscando siempre satisfacer nuestros deseos queriendo más y más.
Sin embargo, el pesimismo de Schopenhauer también puede verse como una fuente de fortaleza. De hecho, la genialidad de «el gran pesimista» nos dice que también es posible combatir el horror de la existencia.
Schopenhauer y el arte como alivio al sufrimiento
Según Schopenhauer, el carácter de la voluntad como cosa en sí misma —impulso ciego— se expresa en nuestros esfuerzos perpetuos. Como seres sintientes sufrimos como esclavos de la voluntad de vida (Wille zum Leben). En otras palabras, lo que nos hace sufrir es nuestra propia conexión con el mundo, nuestra participación en él.
Asimismo, nuestra «voluntad de vida», o nuestra visión egocéntrica del mundo se divide y categoriza en función de su utilidad en nuestro juego de alcanzar y aliviar. No obstante, el intelecto posee un papel saludable en nuestra vida. Al cortar los «mil hilos de la voluntad» que nos unen al mundo, el intelecto escapa de este ciclo egoísta de sufrimiento. Así, Schopenhauer identifica tres formas principales en las que el intelecto se libera hasta cierto punto de la servidumbre a la voluntad: (1) en la experiencia estética y la producción artística, (2) en las actitudes y acciones compasivas, y (3) en el ascetismo.
En cada una de estas tres formas de estar en el mundo, ejercemos diversos grados de libertad respecto de la voluntad de vivir, una libertad que está intrínsecamente ligada a un grado de «conocimiento intuitivo» o manera de ver el mundo como realmente es.
El ascetismo como solución al sufrimiento
El camino más extremo para el alivio del sufrimiento es el ascetismo, o renuncia a la existencia encarnada. En principio, se trata de una vida severamente disciplinada asociada con la de los monjes y sacerdotes célibes, en la que se requiere la negación de todo placer. Pero Schopenhauer es un buen conocedor de la naturaleza humana, y admite que la gran mayoría de las personas carecemos del interés y/o la disciplina para ser verdaderos ascetas y, por lo tanto, nunca superaremos el sufrimiento de la vida siguiendo este camino.
Mas aquel que, traspasando el principium individuationis, conoce el ser en sí de las cosas y con ello la totalidad, no es ya susceptible de tal consuelo: él se ve en todos los lugares a la vez y se sale. – Su voluntad cambia, ya no afirma su propio ser que se refleja en el fenómeno, sino que lo niega. Eso se manifiesta en el tránsito de la virtud al ascetismo. En efecto, ya no le basta con amar a los demás como a sí mismo y hacer por ellos tanto como por sí, sino que en él nace un horror hacia el ser del que su propio fenómeno es expresión: la voluntad de vivir, el núcleo y esencia de aquel mundo que ha visto lleno de miseria.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
La compasión como solución al sufrimiento
Una de las cosas importantes como Schopenhauer explica la voluntad es que está presente (inmanente) en todos los aspectos de la realidad. En otras palabras, es la totalidad de la realidad, incluyéndonos a nosotros mismos y a todas las cosas en este mundo. En consecuencia, no hay distinción entre las cosas, no hay individuos ni yo: todo es voluntad y la realidad es una.
Ya que todo somos nosotros, para Schopenhauer es lógico tratar a las personas y a todo lo que existe en este mundo con compasión. Al estar la realidad compuesta de voluntad, ser compasivo es tratarse bien a uno mismo. La compasión nos desprende -o al menos nos distancia- de la voluntad de vida, cortando los hilos que nos atan al mundo y al sufrimiento.
«Todo amor (αγαπε, caritas) es compasión». Hemos visto cómo del hecho de traspasar el principium individuationis en un grado inferior surgía la justicia y en grado superior la verdadera bondad de espíritu, la cual se manifestaba como amor puro, es decir, desinteresado, hacia los demás. Cuando alcanza la perfección, equipara plenamente el individuo ajeno y su destino al propio: más allá no puede ir, ya que no existe ninguna razón para preferir el individuo ajeno al propio. Pero la mayoría de individuos ajenos cuyo bienestar o vida están en peligro sí puede prevalecer sobre las miras al propio bienestar del individuo. En tal caso, el carácter que ha llegado hasta la máxima bondad y la perfecta nobleza sacrificará su bienestar y su vida por el bienestar de muchos otros.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
Si bien ser compasivos nos puede parecer más razonable que convertirnos en ascetas, aún es necesario que desarrollemos un enfoque específico de la vida, y esto no es tan fácil como parece. Por fortuna, existe una tercera solución temporal que se puede emplear para aliviar el sufrimiento de la vida: el arte.

Schopenhauer y el arte como alivio al sufrimiento
La experiencia estética facilita una liberación momentánea de la irracionalidad y la ceguera, del dolor, el tedio y la insatisfacción de vivir. El arte desvía la atención de los motivos del querer, en nuestro juego de alcanzar y aliviar, y nos transporta al reino de la objetividad, de las cosas libres de su relación con la voluntad, un mundo libre de subjetividad.
Pero mi propósito lo hacía necesario, y menos se desaprobará si se tiene presente la importancia y alto valor del arte, raras veces lo bastante reconocidos, considerando que en nuestra opinión todo el mundo visible es la simple objetivación, el espejo de la voluntad, que le acompaña para que se conozca a sí misma y, como pronto veremos, para hacer posible su salvación; y, al mismo tiempo, que el mundo como representación, si le permitimos ocupar nuestra conciencia a él solo tomado por separado y desgajado del querer, constituye el aspecto más grato y el único inocente de la vida: entonces tenemos que ver el arte como la máxima elevación, el más perfecto desarrollo de todo eso.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
En concreto, cuando contemplamos una obra de arte tenemos la capacidad de desprendernos del querer, estamos momentáneamente suspendidos de la voluntad de vida, es decir, del deseo y el esfuerzo. Nos perdemos en la obra de arte, olvidando que somos individuos gobernados por la voluntad: nos volvemos uno con la obra de arte.
De esta manera, con la ayuda del genio artístico los seres humanos tenemos la capacidad de convertirnos en «sujeto de conocimiento puro y libre de voluntad». Al ver una obra de arte nos acercamos a la naturaleza real de las cosas y comprendemos que la realidad está compuesta de voluntad.
Schopenhauer conceptualiza el arte como una «idea platónica». Esto significa que el arte y el buen artista buscan replicar objetos en su forma menos distorsionada. Así, el artista pinta como son realmente las cosas y no como las percibe, capturando la objetividad.
La experiencia estética
Para Schopenhauer la experiencia estética se presenta en dos maneras: la bella y la sublime. Según él, todos los seres humanos somos capaces de una experiencia estética, y tenemos una experiencia estética a través de la percepción tanto de la naturaleza como del arte. La cuestión es que la mayoría de nosotros la disfruta ocasionalmente, al parecer, sólo los genios son capaces de una experiencia estética sostenida. También nos dice que hay dos condiciones necesarias para toda experiencia estética: una subjetiva y otra objetiva.
La distinción entre lo bello y lo sublime es la siguiente: frente a lo bello el conocimiento puro vence sin lucha, pues la belleza del objeto, es decir, su propiedad de facilitar el conocimiento de la Idea, descarta sin resistencia (y por lo tanto de una manera inadvertida para la conciencia) la voluntad y el conocimiento de las relaciones puesto al servicio de ella. La conciencia subsiste en calidad de sujeto puro del conocimiento, y de la voluntad no queda ni recuerdo. Por el contrario, frente a lo sublime, ese estado de puro conocimiento tiene que ser conquistado previamente por el individuo, arrancándose con violencia y conscientemente de las relaciones del objeto, que conoce que son desfavorables para su voluntad y elevándose libre y deliberadamente por encima del querer y del conocimiento de cuanto con él se relaciona.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
La voluntad es un deseo de perpetuarse que no tiene fin, la base de la vida. Y es, precisamente, este deseo engendrado por la voluntad, la fuente de todo nuestro dolor y sufrimiento. La experiencia estética nos permite -temporalmente- un respiro de la lucha del deseo, y nos permite entrar en un reino de disfrute puramente mental, el mundo como representación o imagen mental.
Schopenhauer y las cinco formas de arte como alivio al sufrimiento
Según la filosofía de Schopenhauer, estas cinco formas de arte como alivio al sufrimiento son: arquitectura, poesía, pintura, escultura y música. Las bellas artes tienen diferencias relacionadas con el medio en el que se copian las ideas, el medio a través del cual son transmitidas y por el cual otros las percibimos. Además de estas diferencias, para Schopenhauer las bellas artes también difieren y poseen una jerarquía entre ellas.
La jerarquía entre las bellas artes se basa en la «escalera» jerárquica de las ideas que esas formas de arte expresan. Precisamente, es tarea del genio copiar las ideas y hacerlas intuitivamente perceptibles para los demás. Por ejemplo, las ideas encarnadas en la arquitectura son la masa, la gravedad, la rigidez, la luz y las ideas de los materiales utilizados, como la piedra o la madera.
El ánimo interior, el predominio del conocer sobre el querer, puede provocar ese estado dentro de cualquier entorno. Eso nos muestran aquellos eximios holandeses que dirigieron tal intuición puramente objetiva a los objetos más insignificantes y erigieron un monumento perdurable a su objetividad y tranquilidad de espíritu en el bodegón, que el espectador estético contempla no sin emoción, porque le hace presente el tranquilo, callado e involuntario estado de ánimo del artista que era necesario para intuir tan objetivamente cosas tan insignificantes, examinarlas con tanta atención y reproducir esa intuición con tanto discernimiento.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
Específicamente, Schopenhauer considera la música como la forma más alta de arte. Para él, la música está en la cúspide de la escalera, porque la música encarna la voluntad que subyace en la vida misma.
Ella [la música] está totalmente separada de todas las demás. En ella no conocemos la copia, la reproducción de alguna idea del ser del mundo: pero es un arte tan grande y magnífico, actúa tan poderosamente en lo más íntimo del hombre, es ahí tan plena y profundamente comprendida por él, al modo de un lenguaje universal cuya claridad supera incluso la del mundo intuitivo.
― Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación
De esta manera, Schopenhauer nos presenta el arte como alivio y liberación al sufrimiento, especialmente la música.
Arte | Schopenhauer elogia a los artistas holandeses del Siglo de Oro, uno de ellos es Johannes Vermeer, cuya obra vemos aquí: La lechera (The Milkmaid), c. 1660. Se encuentra en Rijksmuseum, Museo en Ámsterdam, Países Bajos.
«Una criada vierte leche, completamente absorta en su trabajo. Excepto por el chorro de leche, todo lo demás está quieto. Vermeer tomó esta simple actividad cotidiana y la convirtió en el tema de una pintura impresionante: la mujer se yergue como una estatua en la habitación brillantemente iluminada. Vermeer también tenía ojo para cómo la luz a través de cientos de puntos de colores juega sobre la superficie de los objetos.» (Rijksmuseum)