Hace 2400 años aproximadamente, Platón observó que no pensamos lógicamente sobre la propia vida. De hecho, se percató que nuestras ideas se derivan de lo que llamamos sentido común (los griegos lo llamaban doxa). El consejo de Platón: pensar más y mejor.
Para Platón el alma puede recordar la verdadera belleza universal, el problema es que la mayoría de las almas terrenales están tan corrompidas por el cuerpo, que pierden toda la memoria para los universales, entendidos estos como conceptos verdaderos o ideas concretas que sirven para comprender una pluralidad de realidades materiales.
En otras palabras, no pensamos bien y seguimos las pasiones o instintos ocultos, lo que Platón comparó con ser arrastrados peligrosamente por un grupo de caballos salvajes con los ojos vendados.
Hemos construido sociedades ordenadas donde las personas respetan la norma y la ley. Por tanto, podríamos decir que la razón, la moral, la ley y la ética nos han protegido de nuestros instintos ocultos hasta el punto que muchos de nosotros no podemos hacernos una idea de una humanidad en estado de naturaleza. Sin embargo, la inhumanidad es una realidad que forma parte de nuestro día a día. Como ya decía Camus, sin ética somos bestias salvajes. Pero, la mayor parte del tiempo no somos conscientes de esta verdad.
Una de las ideas centrales del pensamiento de Platón es pensar más
Platón desconfiaba del sentido común porque está plagado de errores y prejuicios. Para él, las ideas que tenemos sobre la mayoría de las cosas, amor, dinero, etc., son erróneas y no resisten la prueba de la razón.
Ahora bien, el problema está en la falta de pensamiento racional, si no pensamos y además confiamos más en nuestros sentidos que en la razón, advierte Platón, que pareceremos más subhumanos que humanos. Según él, permaneceremos atrapados en un mundo de sombras, perdiendo así lo que es real.
Imagina unos hombres en una habitación subterránea en forma de caverna con una gran abertura del lado de la luz. Se encuentran en ella desde su niñez, sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello, de tal manera que no pueden ni cambiar de sitio ni volver la cabeza, y no ven más que lo que está delante de ellos. La luz les viene de un fuego encendido a una cierta distancia detrás de ellos sobre una eminencia del terreno. Entre ese fuego y los prisioneros, hay un camino elevado, a lo largo del cual debes imaginar un pequeño muro semejante a las barreras que los ilusionistas levantan entre ellos y los espectadores y por encima de las cuales muestran sus prodigios.
― Platón, La República
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–Ésta es precisamente, mi querido Glaucón, la imagen de nuestra condición. La caverna subterránea es el mundo visible. El fuego que la ilumina, es la luz del sol. Este prisionero que sube a la región superior y contempla sus maravillas, es el alma que se eleva al mundo inteligible.
Por consiguiente, si queremos ser completamente humanos debemos utilizar la razón, comprender la realidad como es y dejar la cueva. Esto significa que en algún momento debemos empezar a entender que no somos el cuerpo, somos alma racional y ésta pertenece al mundo de las ideas. Además, es eterna e indestructible, mientras que el cuerpo es perecedero.
Somos alma racional
Somos producto de la unión provisional entre el alma y el cuerpo. Dos cosas completamente distintas forzadas a coexistir accidentalmente, pero sólo podemos ser una de ellas.
Si bien somos alma esta se encuentra encerrada en el sepulcro del cuerpo como la ostra en su concha. De hecho, la causa de la mayoría de nuestros problemas es la ausencia de pensamiento racional, mientras el cuerpo tiene el control. Así, seguimos desesperadamente nuestras pasiones y actuamos siguiendo nuestros instintos.
A raíz de esta relación entre cuerpo y alma, Platón estableció el alma racional (razón), el alma irascible (voluntad), y el alma concupiscible (pasiones y deseos más vinculados al cuerpo). Por esta razón, nuestra vida moral consiste en superar lo material e inferior para llegar a la región de las ideas.
Cómo es el alma, requeriría toda una larga explicación; pero decir a qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza que, como si hubieran nacidos juntos, lleva a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses son todos ello buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil su manejo.
― Platón, Fedro
En esta imagen del alma hay una función afectiva de la acción que busca alcanzar el mundo de la divinidad, así como una función apetitiva que tiende a la pasión sensual y nos arrastra a lo terrenal. De esta manera, por un lado, buscamos alcanzar lo divino y, por otro, las pasiones nos arrastran a lo mundano.
Asimismo, hay un elemento racional de la acción al cual Platón le asigna la capacidad para la contemplación de lo verdadero. Por tanto, también podemos razonar y contemplar la verdad de las cosas. No obstante, para alcanzar lo verdadero, como advirtió Platón, debemos renunciar completamente a los sentidos y contemplar intuitivamente al ser y a la idea del Bien. De ahí que nuestro ideal deba ser la armonía de estos tres elementos del alma con la razón al mando.
Todos tenemos en nuestro interior estos elementos, y para ser completamente humanos debemos ejercitar la razón: pensar nuestra vida lógicamente. Porque actuar de otra manera conlleva el riesgo de terminar con los valores equivocados y en medio de situaciones infelices. Así, Platón, totalmente actual, nos invita a pensar más y mejor.
Dime lo que valoras y te diré quién eres
Las distintas proporciones de estos elementos, razón, voluntad, pasiones y deseos, tienen como resultado distintas clases de personas en una sociedad. En consecuencia, encontramos aquellas personas que guiadas por sus apetitos valoran más los placeres sensuales y aquello que puede comprar el dinero.
Una segunda clase de personas son los soldados, quienes obedecen a sus emociones y son capaces de realizar grandes hazañas, de comprometerse y concluir grandes proyectos.
La tercera clase de personas son los gobernantes, ubicados en lo más alto de la República, tienen los mismos apetitos y emociones, pero mediante una acertada educación viven en armonía con la razón. Platón los llamó gobernantes, no obstante, esta clase de personas siempre ha sido una minoría esquiva: librepensadores amantes de la verdad.
Platón señaló la importancia de aprender a someter nuestros instintos a la razón: pensar más y vivir en armonía con la razón
La causa de la mayoría de nuestros problemas es precisamente la ausencia de pensamiento y seguir desesperadamente nuestras pasiones. Para ser completamente humanos debemos ejercitar la razón, ya que actuar de otra manera conlleva el riesgo de descender al nivel de seres guiados solo por impulsos y pasiones.
Arte | Auriga de Delfos o El cochero de Delfos, 474 a.C. Se encuentra en el Museo Arqueológico de Delfos.
Él disfruta los premios; y al corazón más profundo de Parrhasia, aclamado por el pueblo, lo llamó la Victoria.
Con estas palabras el poeta griego Píndaro describe al ganador de una carrera durante los juegos panhelénicos dedicados a Apolo.
La estatua «L’Auriga di Delfi» estaba originalmente en el templo de Apolo en Delfos. Representaba una cuadriga completa con sus cuatro caballos y un carro donde estaba el Auriga.