A lo largo de la obra de Friedrich Wilhelm Nietzsche, el arte –especialmente la música- se presenta como la mejor respuesta para contrarrestar el sufrimiento. No obstante, el sufrimiento no es algo malo, Nietzsche lo defiende y aboga por él como necesario para alcanzar la grandeza humana: «Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la montaña, inventé para mí una llama más luminosa».
Nos componemos de dos partes, una parte creativa y una parte creada, es decir, mente y cuerpo. Según Nietzsche, el cuerpo está destinado a sufrir, y la mente está destinada a crear algo hermoso a partir del sufrimiento del cuerpo.
Criatura y creador están unidos en el hombre: en el hombre hay materia, fragmento, exceso, fango, basura, sinsentido, caos; pero en el hombre hay también un creador, un escultor, dureza de martillo, dioses-espectadores y séptimo día: – ¿entendéis esa antítesis? ¿Y que vuestra compasión se dirige a la «criatura en el hombre», a aquello que tiene que ser configurado, quebrado, forjado, arrancado, quemado, abrasado, purificado, a aquello que necesariamente tiene que sufrir y que debe sufrir?
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, Más allá del bien y del mal
Instauramos la racionalidad a costa de los valores vitales
Para Aristóteles era importante enfrentarnos con el lado oscuro de la naturaleza humana a través de las obras trágicas. Porque cuando observamos en la obra ese lado de la naturaleza humana que preferiríamos evitar, resulta inevitable una purga emocional (catarsis). Gracias a esa experiencia -de sanación emocionalmente positiva- evitamos las consecuencias en nuestras vidas de la irracionalidad del salvajismo y la violencia expresados y resueltos en el escenario.
Al igual que Aristóteles, Nietzsche encuentra en la tragedia griega el potencial de transformar nuestro entendimiento. Para él, los poetas trágicos de la antigua Atenas juntaron lo esencial de los dioses griegos: Apolo y Dionisio.
Los griegos, que en sus dioses dicen y a la vez callan la doctrina secreta de su visión del mundo, erigieron dos divinidades, Apolo y Dioniso, como doble fuente de su arte. En la esfera del arte estos nombres representan antítesis estilísticas que caminan una junto a otra, casi siempre luchando entre sí, y que sólo una vez aparecen fundidas, en el instante del florecimiento de la «voluntad» helénica, formando la obra de arte de la tragedia ática. En dos estados, en efecto, alcanza el ser humano la delicia de la existencia, en el sueño y en la embriaguez.
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, El nacimiento de la tragedia
Dionisio/Apolo
Nietzsche toma a Apolo como modelo de lo apolíneo: el orden, la razón, el ideal de mesura, el ideal de belleza y de las formas acabadas como la escultura. Y toma a Dionisio como modelo de lo dionisíaco, lo opuesto a lo apolíneo: lo irracional, la fuerza, la vitalidad, la voluntad, la desmesura y el arte inacabado que se expresa fundamentalmente en la música.
Por un lado, lo apolíneo representa el principio de individuación que nos limita y encierra en sí mismos. Mientras que lo dionisíaco representa la unidad del universo, el renacer, la fusión con la naturaleza en busca de la plenitud.
¿Qué significan los conceptos opuestos de apolíneo y de dionisiaco que yo introduje en la estética, concibiéndolos como dos tipos de embriaguez? La embriaguez apolínea excita principalmente a los ojos, de forma que éstos adquieren la fuerza suficiente para ver visiones. El pintor, el escultor y el poeta épicos son visionarios por excelencia. En el estado dionisiaco, por el contrario, lo que excita e intensifica es todo el sistema emotivo, de modo que dicho sistema descarga de una vez todos sus medios de expresión y al mismo tiempo hace que se manifieste la fuerza necesaria para representar, reproducir, transfigurar y transformar todo tipo de mímica y de histrionismo.
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, El ocaso de los ídolos
La realidad se aprehende a partir de la división Dionisio/Apolo
Según Schopenhauer, hay una realidad en sí misma y es la Voluntad (Wille) que se manifiesta por medio de la voluntad de vivir (Wille zum Leben), obrando en la totalidad del universo. Pero esta realidad en sí misma es una representación. Nietzsche aborda la realidad ampliando este dualismo Voluntad/Representación, con la ayuda de la distinción Dionisio/Apolo.
Ambos opuestos se necesitan y se estimulan mutuamente, pero esta unión de lo apolíneo y lo dionisiaco es disuelta al someter la vida al servicio de la razón, al someter lo dionisíaco a lo apolíneo.
Así, Nietzsche explica que a partir de Sócrates la voluntad se somete al servicio del intelecto dando inicio a la decadencia, es decir, instauramos la racionalidad a costa de los valores vitales.
Cuando no hay más remedio que convertir a la razón en tirano, como hizo Sócrates, se corre por fuerza el peligro no menor de que algo se erija en tirano. En ese momento se intuyó que la racionalidad tenía un carácter liberador, que Sócrates y sus «enfermos» no podían no ser racionales, que esto era de rigor, que era su último recurso. El fanatismo con que se lanzó todo el pensamiento griego en brazos de la racionalidad revela una situación angustiosa: se estaba en peligro, no había más que una elección: o perecer o ser absurdamente racional… El moralismo de los filósofos griegos que aparece a partir de Platón está condicionado patológicamente; y lo mismo cabe decir de su afición por la dialéctica. Razón = virtud = felicidad equivale sencillamente a tener que imitar a Sócrates e instaurar permanentemente una luz del día —la luz del día de la razón—, contra los apetitos oscuros. Hay que ser inteligente, diáfano, lúcido a toda costa: toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce hacia abajo.
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, El ocaso de los ídolos
Verdad y belleza
Para Nietzsche todo es ficción – apariencia – lo que significa, contrariamente a Kant, que ninguna idea regulativa puede considerarse constitutiva. Un juicio objetivo basado en características no puede simplemente oponerse a un juicio subjetivo basado en sentimientos (como el juicio estético).
La cuestión es que lo dionisiaco forma parte vital de la verdad, y al negarse la realidad de los elementos dionisiacos (lo irracional, la vitalidad, la voluntad, la desmesura) en la cultura occidental, y al insistir en que todo se puede explicar y controlar por medio de la razón, hemos sacrificado la verdad sobre la realidad. Tanto lo apolíneo como lo dionisiaco son necesarios para presentar una visión unificada de la realidad.
En consecuencia, las cosas y su representación en nuestra experiencia son errores, ficciones útiles que no corresponden con lo real.
Las características que se han asignado al verdadero Ser de las cosas son las características del No-ser, de la nada; se ha construido el “mundo verdadero” en contraposición al mundo real, y es en realidad un mundo aparencial, en tanto que solo ilusión óptico-moral.
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, El ocaso de los ídolos
Lo apolíneo y lo dionisiaco encarnan la dualidad que hay en nosotros, de ahí que sólo las personas que puedan unificarlos se situarán más allá del bien y del mal.
Para Nietzsche el arte es la mejor respuesta al sufrimiento
Para Nietzsche, la belleza no representa un puente kantiano entre las esferas cognitiva y moral, más bien él está interesado en el gran poder que tiene la belleza para crear ilusiones para la vida.
«La vida no es más que sufrimiento»
Nietzsche considera que el sufrimiento forma parte de la vida y es inevitable: está ahí y se quedará para siempre.
«La vida no es más que sufrimiento» – esto dicen otros, y no mienten: ¡así, pues, procurad acabar vosotros! ¡Así, pues, procurad que acabe esa vida que no es más que sufrimiento!
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, Así habló Zaratustra
El sufrimiento es de una importancia tan fundamental que no sólo sugiere la pregunta sobre el sentido del sufrimiento, sino también sobre el sentido de la vida. Nietzsche advierte que el yugo del sufrimiento como tal no puede ser removido de nuestra vida, pero sí podemos determinar cómo tratar el sufrimiento: «¡Así, pues, procurad que acabe esa vida que no es más que sufrimiento!»
Está en nuestras manos la decisión: podemos aceptar el sufrimiento, rebelarnos contra él, integrar el sufrimiento o como mínimo alejarnos con miedo. El sentido del sufrimiento se convierte en el sentido de la vida en su totalidad.
Aquí resulta necesario pensar a fondo y con radicalidad y defenderse contra toda debilidad sentimental: la vida misma es esencialmente apropiación, ofensa, avasallamiento de lo que es extraño y más débil, opresión, dureza, imposición de formas propias, anexión y al menos, en el caso más suave, explotación. […] La «explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia de la vida. – Suponiendo que como teoría esto sea una innovación, – como realidad es el hecho primordial de toda historia: ¡seamos, pues, honestos con nosotros mismos hasta este punto! –
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, Más allá del bien y del mal
La filosofía griega acabó con la tragedia griega y con ella perdimos el arte que nos alertaba de nuestra oscura naturaleza humana: el yo oculto, aquello que no queremos tener pero que está ahí como una sombra, nos guste o no.
Incapaces de mirar decididamente lo trágico de nuestras vidas reprimimos los impulsos irracionales dionisiacos, aprendimos a dominarlos e intelectualizarlos negando su realidad y explicando todo con la razón.
«La vida es esencialmente amoral»
Estigmatizar el sufrimiento como un simple mal es producto de la historia del impacto de las tradiciones occidentales, especialmente el cristianismo.
Como ya hemos visto anteriormente, la vida moral se define principalmente por los ideales de perfección que provienen de la religión, el derecho y la ética. Según Nietzsche, estos ideales niegan por completo la posibilidad de mantener cualquier apariencia de moralidad:
- Aquello que llamamos bien encuentra su origen en una «revuelta de esclavos de la moralidad».
- Nuestras instituciones de derecho y justicia son las manifestaciones contemporáneas de los antiguos sistemas de castigo y humillación: «Se supuso que los seres humanos eran ‘libres’ para poder así juzgarles y castigarles, considerándoles culpables».
- Nuestros ideales filosóficos y sacerdotales son fundamentalmente mecanismos de negación de la vida.
No hay error más nocivo que el de confundir el efecto con la causa, cosa que considero la corrupción por antonomasia de la razón. Con todo, este error constituye una de las costumbres más antiguas y más jóvenes de la humanidad; entre nosotros hasta ha sido santificado y se le ha dado el nombre de «religión» y de «moral». Todo principio formulado por la religión y la moral contiene dicho error; los sacerdotes y los legisladores morales son los autores de semejante corrupción de la razón.
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, El ocaso de los ídolos
«No somos responsables de existir»
Las distinciones entre el bien y el mal son ambiguas y abren la posibilidad de anarquía, corrupción, violencia y todo lo que conciba nuestra imaginación. Sin embargo, las posibilidades se extienden más allá de las restricciones de ser bueno o ser malo.
Para Nietzsche «todo intento de buscar responsabilidades suele reducirse a la satisfacción del instinto de querer juzgar y castigar». En consecuencia, Nietzsche desvía el énfasis de la responsabilidad a la creatividad individual, así la oposición del bien y del mal se sustituye por la voluntad de poder manifestada en el arte.
Nadie es responsable de existir, de estar constituido de uno u otro modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este medio ambiente. La fatalidad de su existencia no puede desvincularse de la fatalidad de todo lo que ha sido y de todo lo que será. No es la consecuencia de una intención que le sea propia, de una voluntad, de una finalidad; no se ha intentado alcanzar con él un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad»; es absurdo tratar de encaminar su ser hacia un fin cualquiera.
― Friedrich Wilhelm Nietzsche, El ocaso de los ídolos