Neoplatonismo

Plotino aparece en la historia como un pensador original que dio lugar al neoplatonismo. Si bien el nombre sugiere una interpretación de la filosofía de Platón, lo cierto es que se trata de una interpretación original con muchos nuevos elementos. 

La inspiración de Plotino abarcó mucho más que las ideas de Platón. También se inspiró en Aristóteles, los estoicos, el escepticismo, el eclecticismo y el neopitagorismo. En líneas generales, interpretó todo esto desde una perspectiva religiosa, recogió nuestra tendencia de sumergirnos en la divinidad y sintetizó el pensamiento pagano antiguo en una metafísica de corte místico. 

Ante todo, el neoplatonismo se trata de una forma de redescubrir verdades fundamentales de la filosofía. No obstante, la búsqueda de la verdad se identifica con un modo de vida y con la religión. 

Cabe agregar que el pensamiento neoplatónico influyó en la ascética cristiana hasta mediados del siglo XX. 

Poema del alma 17: El ideal por Louis Janmot, 1854.

Existe un bien absoluto que debemos buscar

Para el neoplatonismo el bien es la actividad específica natural de todos los seres, pero el alma sublime dirige su actividad a la cosa más sublime: el Bien sin más. 

Los males residen con y entre nosotros y el alma desea huir de los males, huir hacia el bien. 

—Y ¿en qué consiste esta huida? 
—«En asemejarse a Dios» —dice (Platón). Y esto se logra, si «nos hacemos justos y piadosos con ayuda de la sabiduría». Se logra, en suma, por la virtud. 

—Si, pues, nos asemejamos por la virtud, ¿nos asemejamos a quien posee virtud? Concretamente, ¿a qué Dios nos asemejamos? ¿Al que mejor parece poseer estas virtudes, más concretamente, al Alma del cosmos y al principio rector que hay en ella, dotado de una sabiduría maravillosa? Es, en efecto, razonable que sea él a quien tratemos de asemejarnos mientras estamos acá. 

― Plotino, Enéadas 

Descubrimos la verdad a través de un proceso de introspección en el que se interpreta la teoría platónica de las ideas, y la idea del bien desde una perspectiva religiosa. 

El fundamento supremo de toda la realidad es el Ser Perfecto. Primero, Absoluto (el Uno), de él emana el espíritu o inteligencia (el nous), y de éste emana el alma. El Bien o lo Uno se identifica con Dios. Las ideas no son una realidad externa al mundo físico, sino los arquetipos de la «mente» divina. Con otras palabras, el conocimiento es una especie de conocimiento en Dios.  

Ahora bien, esto no significa que podamos conocer a Dios en sí mismo. Porque Dios es incognoscible e inefable. Y es así, porque en la medida en que es Absoluto carece de toda determinación particular. La relación entre lo Uno y lo múltiple la debemos entender como un proceso de emanación, donde nos alejamos de lo Uno pero regresamos a Él por medio de la purificación del alma. 

El alma, una vez purificada, se hace forma, razón, enteramente incorpórea, espiritual; pertenece entera a lo divino donde está el origen de la belleza. Por tanto el alma, reducida a la inteligencia, es mucho más bella. Pero la inteligencia es para el alma una belleza propia y no extraña, porque el alma está entonces realmente aislada. Por ello se dice con razón que el bien y la belleza del alma consisten en hacerse semejantes a Dios, porque de Dios viene lo bello y el destino de los seres. 

― Plotino, Enéadas 

Reavivar la virtud

Nuestra existencia es una representación del cosmos como un todo. Esto significa que somos un microcosmos en el que todos los niveles del ser (Unidad, Conciencia, Alma, Naturaleza, Materia) se combinan en un individuo orgánico. Sin embargo, somos más de «arriba» que de abajo. Es decir, somos ante todo seres divinos y no seres sociales o políticos. Por tanto, la verdadera virtud no está en darle sentido a las interacciones con los demás, sino en la búsqueda de «regresar el dios en nosotros a lo divino en el Todo».

Si el hombre decae en la contemplación, puede reavivar la virtud que hay en él. Comprende entonces su hermoso orden interior y recobra su ligereza de alma. Por la virtud llega hasta la inteligencia, y por la sabiduría hasta él. Tal es la vida de los dioses y de los hombres divinos y bienaventurados: liberarse de las cosas de este mundo, vivir sin hallar placer en ellas, huir solo hacia él solo.  

― Plotino, Enéadas

En estas tres realidades, el Uno, el espíritu y el alma del mundo, existe unión y perfección. La imperfección se encuentra en la materia y el caso es que somos prisioneros de ella (cuerpo). Por ello, debemos buscar la perfección, el Bien absoluto, debemos ascender hacia el reencuentro con el Uno.

Para el neoplatonismo el camino a la salvación es la vida filosófica

Es innegable que tenemos cuerpos y formamos parte del mundo material. Pero, a diferencia de otros organismos vivos, nosotros poseemos un alma que nos permite reflexionar sobre nuestra propia condición.

Solo un esfuerzo sincero y arduo de la mente hace posible nuestro regreso al Uno, y solo la mente puede eliminar para siempre nuestras preocupaciones por el cuerpo. Asimismo, las virtudes como las cardinales (justicia, prudencia, templanza y coraje), tienen la tarea de purificarnos y prepararnos para una relación individual mucho más trascendental con la Conciencia divina.

Para la ética neoplatónica el fin de nuestros actos es la vida buena (eudaimonía), pero en su sentido más amplio: deificación. Así, el neoplatonismo va más allá de la realización mundana de la vida dentro de los límites de lo humanamente posible, y lleva nuestra individualidad a la Unidad.


Arte | Poema del alma 17: El ideal por Louis Janmot, 1854. Se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Lyon

La gran obra diseñada a lo largo de su carrera por Louis Janmot, artista extraordinario en su época, consiste en un proyecto de cuatro ciclos de composiciones, acompañados de un poema de dos mil ochocientos versos, que ilustra el viaje de un joven, confrontado con alegrías, pero también con peligros y pruebas de la vida. Sin embargo, sólo el primero de estos ciclos se completará en pintura y se presentará en la Exposición Universal de 1855 en París, bajo el título L’Âme, poème en dix-huit tableaux . Esto evoca el nacimiento del niño, su infancia y su adolescencia en compañía de una niña. Sin embargo, su amor en ciernes se ve brutalmente interrumpido por la muerte de esta, figurada en esta composición, que ilustra su alma abandonando la tierra. (Museo de Bellas Artes de Lyon)