Mounier: somos persona

Emmanuel Mounier es el principal representante del personalismo, un movimiento que marca una línea entre los conceptos de individuo y persona. Mounier reconoce al ser humano como persona¹ humana, es decir, como primera realidad creadora y supremo valor espiritual. Como individuos cada uno de nosotros es miembro de la sociedad: una parte definida en correlación con el todo. Sin embargo, como personas humanas cada uno de nosotros puede afirmarse en la libre voluntad y en una fuente eterna: en Dios. 

Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser, mantiene esta subsistencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión; unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla, por añadidura, a impulsos de actos creadores, la singularidad de su vocación. 

― Emmanuel Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo

La ética nos orienta hacia la obtención de la felicidad mediante nuestra realización personal en una vida plena. Pero también nos orienta como comunidad de personas, y es de la comprensión de nuestro ser personal que comprendemos las exigencias que nos son impuestas por la vida en sociedad. 

La persona no es el individuo

El personalismo nos otorga un valor absoluto, es decir, la persona humana es valiosa por sí misma. Asimismo, Mounier advierte de no confundir el absoluto de la persona humana con el absoluto del individuo biológico o jurídico. 

Para Mounier la persona humana es completamente distinta del individuo político, cuyos rasgos son la disolución en lo material, la dispersión, el aislamiento y la avaricia: «Una entidad abstracta, legal y egoísta, que hace valer sus derechos y presenta una mera caricatura de la persona». 

Queremos decir que, tal como la designamos, la persona es un absoluto respecto de cualquier otra realidad material o social y de cualquier otra persona humana. Jamás puede ser considerada como parte de un todo: familia, clase, Estado, nación, humanidad. Ninguna otra persona, y con mayor razón ninguna colectividad, ningún organismo puede utilizarla legítimamente como un medio. 

― Emmanuel Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo 

Lo que importa es la naturaleza moral de la persona 

Si bien el personalismo defiende una comprensión teórica única de la persona, éste no ha sido principalmente una filosofía teórica de la persona. Más bien se trata de la justificación de la importancia y necesidad de la filosofía práctica o moral, destacando la naturaleza moral de la persona. 

La persona no es la conciencia que tenemos de ella: los roles que ella juega en el escenario de la sociedad. Tampoco debe confundirse con la personalidad que significa carácter y se considera como un «vicario de la persona». 

La persona es el volumen total de lo que somos. Como personas nuestras decisiones presuponen una intención, una elección, una valoración moral y una afirmación de la libertad personal. 

El personalismo de Mounier es un humanismo como contra-respuesta a la cultura de masas, en el que el «ser» cristiano reemplaza al ideal burgués del «tener». De esta manera, el ideal de Mounier es un ser personal en comunión con los demás. 

Mounier: somos persona

El ser personal de Mounier o la persona humana es pluridimensional. Según Mounier, no podemos percibirnos como un objeto bien definido. Sin embargo, poseemos un núcleo de conciencia profundo que se manifiesta en las dimensiones de nuestra vida personal. Estas dimensiones son: interioridad, corporeidad o encarnación, comunicación, afrontamiento, libertad, trascendencia y acción. 

Por precisa que pretenda ser, no se puede tomar esta designación como una verdadera definición. La persona, efectivamente, siendo la presencia misma del hombre su característica última, no es susceptible de definición rigurosa. No es tampoco objeto de una experiencia espiritual pura, separada de todo trabajo de la razón y de todo dato sensible. Ella se revela, sin embargo, mediante una experiencia decisiva, propuesta a la libertad de cada uno; no la experiencia inmediata de una sustancia, sino la experiencia progresiva de una vida, la vida personal.  

― Emmanuel Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo

Interioridad y Corporeidad o encarnación 

Poseemos una dimensión de profundidad que nos permite recogernos en la intimidad de nuestra vida interior, ser conscientes de nuestro propio ser y renovarnos a nosotros mismos. 

Sin embargo, así como somos todo espíritu también somos todo cuerpo. Poseemos una dimensión de exterioridad. Esto es, una vida corporal con todos sus aspectos orgánicos, una especie de contra peso a nuestra interioridad, donde estamos expuestos al mundo natural, a las demás personas y a nosotros mismos. 

En una vida plena nuestra vida interior se alimenta de la interacción con la realidad exterior: «Debemos encontrar la salida de nuestra interioridad para sostener esa interioridad». Somos «carne y espíritu». No somos reducibles al solo espíritu ni al solo cuerpo. 

La persona inmersa en la naturaleza. El hombre, así como es espíritu, es también un cuerpo. Totalmente «cuerpo» y totalmente «espíritu». De sus instintos más primarios, comer, reproducirse, hace delicadas artes: la cocina, el arte de amar. Pero un dolor de cabeza detiene al gran filósofo, y san Juan de la Cruz, en sus éxtasis, vomitaba. Mis humores y mis ideas son modelados por el clima, la geografía, mi situación en la superficie de la tierra, mis herencias, y más allá, acaso, por el flujo masivo de los rayos cósmicos. A estas influencias se les añaden todavía las determinaciones psicológicas y colectivas posteriores. No hay en mí nada que no esté mezclado con tierra y con sangre. Algunas investigaciones han mostrado que las grandes religiones cambian por los mismos itinerarios que las grandes epidemias. ¿Por qué ofenderse por ello? Los pastores también tienen piernas, que son guiadas por los declives del terreno.  

― Emmanuel Mounier, El personalismo

Comunicación 

Nuestro compromiso es tanto personal como comunitario. Por tanto, la principal tarea que tenemos no es dominar la naturaleza, sino producir cada vez más una comunicación que conduzca a la comprensión universal: «así como el filósofo que primero se encierra en el pensamiento nunca encontrará una puerta que conduzca al ser, así el que primero se encierra en sí mismo nunca encontrará un camino hacia los demás». 

Afrontamiento 

Vivimos en un mundo hostil expuestos a todo tipo de fenómenos y acontecimientos adversos. Sólo el hombre que da la cara a los acontecimientos alcanza la singularidad de su vida personal. De hecho, la persona humana se caracteriza por la capacidad de afrontar los obstáculos. Sólo el espíritu libre posee la fuerza de afrontamiento necesaria para enfrentar cualquier amenaza de servidumbre o degradación. Gracias a esta fuerza de afrontamiento prefiere el hombre defender la dignidad de su vida que su vida misma. 

La persona humana se afirma a sí misma, se expresa, responde y le hace frente a las provocaciones del medio. 

Libertad 

Ahora bien, la libertad es nuestra afirmación autónoma frente a posibilidades concretas. No nacemos libres sino con la capacidad de ser libres. La libertad nace y crece en el interior de cada uno de nosotros al mantener la autonomía de nuestras decisiones, al orientar nuestra espontaneidad racional hacia una liberación. 

No soy libre por el solo hecho de ejercitar mi espontaneidad; me hago libre si inclino esta espontaneidad en el sentido de una liberación, es decir, de una personalización del mundo y de mi mismo.

― Emmanuel Mounier, El personalismo 

Trascendencia

En palabras de Mounier, no hay verdadero progreso sin la dimensión de la trascendencia. Nuestras vidas están abiertas y orientadas hacia realidades que las trascienden. Somos atraídos por un movimiento de autosuperación hacia horizontes de realización, que no forman parte de nuestro ser actual. 

Como seres poseedores de cuerpo no podemos librarnos por completo de las servidumbres de lo material. No obstante, la cuestión no es escapar, sino trascender. 

Aquí notamos el antagonismo entre el individuo y la persona humana: el individuo es parte del «mundo de las masas», esto es el mundo de la irresponsabilidad, la indiferencia y la huida. Mientras que la persona humana surge sólo de la trascendencia, es el mundo de la «afirmación, la responsabilidad, la presencia, el esfuerzo, la plenitud». 

Acción 

La existencia es acción y nos realizamos en y por la acción. Ahora bien, la acción la debemos comprender como la fecundidad de nuestro ser, o dicho de otra manera nuestra espontaneidad creadora. 

En cada uno de nosotros convergen la libertad y la responsabilidad. De ahí que la perfección de nuestras vidas es proporcional a la perfección de nuestras acciones. Cada acción tiene el potencial de engrandecernos o degradarnos, y esto depende del equilibrio y de la actualización de todas las dimensiones del ser personal. 

La persona es, pues, en definitiva, movimiento hacia un transpersonal que anuncia simultáneamente la experiencia de la comunicación y de la valoración.  

― Emmanuel Mounier, El personalismo

Cada una de nuestras acciones fundamenta la base de una vida centrada -o no- en la persona humana. 


¹El término persona del latín, «máscara» del actor, cuyos orígenes se remontan al drama griego, donde el πρόσωπον, o máscara, se identificó con el papel que asumiría un actor en una producción determinada. Tal uso se mantiene hoy en día en la palabra «persona», que se refiere a los personajes de la literatura o el drama de ficción, o a las segundas identidades que las personas adoptan para comportarse en determinados contextos sociales. El concepto de «persona», según la Enciclopedia Herder, lo podemos comprender como: «El ser humano en cuanto sujeto moral poseedor de conciencia y responsable de sus acciones».