La herencia emocional

La herencia emocional se refiere a la manera como fuimos tratados en el pasado, pero principalmente se trata de la manera como nos sentimos en su momento al respecto. Es una suerte de filosofía emocional familiar, la manera de sentir y reaccionar emocionalmente de nuestros parientes cercanos y su continuidad en nosotros. 

La psicología llama «transferencia» a esta herencia emocional, y explica que cada uno de nosotros es susceptible de transferir inconscientemente patrones de comportamiento del pasado al presente, y así revivir en nuestra vida adulta viejos sentimientos o deseos reprimidos de la infancia. 

Transferencia… Designa, en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica. Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vivida con un marcado sentimiento de actualidad. 
Casi siempre lo que los psicoanalistas denominan transferencia, sin otro calificativo, es la transferencia en la cura. La transferencia se reconoce clásicamente como el terreno en el que se desarrolla la problemática de una cura psicoanalítica, caracterizándose ésta por la instauración, modalidades, interpretación y resolución de la transferencia. 

― Jean Laplanche & Jean-Bertrand Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis 

Todos somos beneficiarios de una herencia emocional, pero desconocemos gran parte de ella. El problema es que es responsable de nuestro comportamiento, afectando la manera como percibimos las propias emociones, cómo elegimos expresarlas y cómo intentamos conectar con otras personas. En otras palabras, afecta profundamente cómo percibimos, interpretamos y respondemos a las personas alrededor nuestro. 

La herencia emocional familiar 

Si bien heredamos virtudes maravillosas, la mayoría de nuestras dificultades en la vida adulta se derivan de legados psicológicos desconocidos, principalmente resultados emocionales de incidentes hostiles en nuestras vidas como pérdida, traición o abuso. 

Freud descubre que lo que se revive en la transferencia es la relación del sujeto con las figuras parentales, y especialmente la ambivalencia* pulsional que caracteriza dicha relación: «Era necesario que [el paciente de Análisis de un caso de neurosis obsesiva] se convenciese, por el doloroso camino de la transferencia, de que su relación con el padre implicaba realmente este complemento inconsciente» (8). En este sentido, Freud distingue dos transferencias: una positiva, otra negativa, una transferencia de sentimientos de ternura y otra de sentimientos hostiles (y). 

― Jean Laplanche & Jean-Bertrand Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis 

Las cosas buenas 

De nuestras familias podemos heredar pautas de comportamiento positivas. Por ejemplo, Marco Aurelio comienza su obra Meditaciones con una lista de las muchas cosas positivas que había aprendido de sus parientes.

1. Aprendí de mi abuelo Vero: su bondad y no enojarme con facilidad. 
2. De la reputación y memoria dejada por mi padre: su pudor y carácter varonil. 
3. De mi madre: su sentido religioso, su inclinación a dar cuanto tenía y abstenerse de cualquier acto de maldad, así como su vida sencilla, lejos de toda clase de lujos y vanidades. 
4. De mi bisabuelo: no haber frecuentado las escuelas públicas; pero no haber desdeñado la presencia en su casa de los mejores maestros y haberlos remunerado como se merecían, sin reparar en gastos. 
5. De mi preceptor: no tomar partido en quejas públicas; la resistencia y frugalidad; el cuidado de no encomendar a otro el trabajo propio, de no empezar cien asuntos a la vez y de no prestar oídos a los chismosos. 

― Marco Aurelio, Meditaciones 
Corriendo por la playa de Joaquín Sorolla, 1908.

Las cosas no tan buenas 

La cuestión es que junto a las cosas buenas también heredamos muchas más que no son tan buenas, predisposiciones que van en contra de nuestras posibilidades de realización y bienestar. Porque su lógica no se deriva de nuestro yo actual sino de una conducta repetitiva que aprendimos en la infancia. Especialmente, en momentos plagados de emociones negativas como la ansiedad, la tristeza, la ira y la desesperación.

La pequeña Mary se hallaba en la playa con su madre. 
«Mami, ¿puedo jugar en la arena?» 
«No, mi vida; no quiero que te ensucies el vestido.» 
«¿Puedo andar por el agua?» 
«No. Te mojarías y agarrarías un resfriado.» 
«¿Puedo jugar con los otros niños?» 
«No. Te perderías entre la gente.» 
«Mami, cómprame un helado» 
«No. Te hace daño a la garganta» 
La pequeña Mary se echó entonces a llorar y la madre, volviéndose hacia una señora que se encontraba al lado, le dijo: «¡Por todos los santos! ¿Ha visto usted qué niña tan neurótica?» 

―Anthony de Mello, La oración de la rana 

Lo que vivimos de niños moldea las expectativas con las que nos relacionamos con otras personas, y la manera como lidiamos con las situaciones de nuestra vida adulta. De nuestra herencia emocional depende si podemos reconocer y gestionar las emociones, desarrollar la empatía y si podemos establecer y fomentar relaciones sanas con los demás, con un gran impacto en nuestras relaciones actuales: el trabajo, la pareja, el dinero y el tiempo.

De ahí la importancia de alcanzar cierta madurez emocional, o lo que es lo mismo, comprender de qué se trata esta herencia antes de echar a perder nuestras vidas o lastimar a otras personas. 

Tenemos la vida entera para aprender a mantener un comportamiento dirigido a un objetivo cuando existen emociones que compiten entre sí, pero cuanto antes mejor, porque sólo así podremos manejar las emociones difíciles y las situaciones que estas generan, sin escalarlas innecesariamente. 


Arte | Corriendo por la playa de Joaquín Sorolla, 1908. Se encuentra en El Museo de Bellas Artes de Asturias