La fábula de los ciegos

Si bien se llama La fábula de los ciegos en realidad es un cuento corto de Hermann Hesse. En este cuento el escritor alemán ilustra de manera brillante el partidismo y la ideología dentro de los acontecimientos políticos, resaltando el peligro ideológico, o lo que es lo mismo, la afirmación soberbia de opiniones como verdades. 

Hesse sufrió en carne propia los males que causan el partidismo y las ideologías políticas. Pero nunca se rindió, por el contrario, se aferró a la poesía, a la ética y al cristianismo. De hecho, creía en la paz y siempre rechazó con firmeza la politización de la vida. «No estoy en nada político, de lo contrario habría sido un revolucionario hace mucho tiempo», escribiría Hesse alguna vez. Y, sin embargo, esto no le impediría seguir y evaluar de cerca los acontecimientos políticos. 

Y tengo así en Alemania varias personas, otrora amigos míos, a quienes daré la mano en caso necesario pero de quienes no puedo esperar el mismo servicio, pues la gente está politizada y como ya es sabido, en una época de política y partido el hombre ya no se siente obligado respecto a su prójimo, sino sólo respecto a sentimientos y métodos partidistas y belicosos. […] 
Desde 1914 siempre he tenido en mi contra los poderes empeñados en no permitir una conducta religiosa y ética (en lugar de la política). Desde mi despertar a la época de guerra he debido embolsarme cientos de ataques de la prensa y millares de cartas odiosas y me las embolsé. […] En mi opinión, mi lugar es estar en este puesto de outsider y neutral, desde el cual debo mostrar mi poco de humanidad y cristianismo. […] 
No, ni el antisemitismo ni partido alguno habrán de ganarme para sus filas.

― Hermann Hesse, Carta Al doctor Eduard Korrodi, Zúrich, 12 de febrero de 1936, En Cartas escogidas 
El ciego mal portado (A Mons / L’aveugle Mal Conduit), grabado de artista anónimo, Siglo XVIII (finales) – Siglo XIX (principios).

La fábula de los ciegos

Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían por mayoría simple, sacándolas a votación. 
Con el sentido del tacto sabían distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían de ellos cuanto hay que saber, y de esta manera vivían tranquilos y felices en la medida en que tal cosa sea posible para unos ciegos. 
Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. Pronunció discursos, agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar principal del gremio de los ciegos. 
Sentaba cátedra sobre el mundo de los colores, y desde entonces todo empezó a salir mal. Este primer dictador de los ciegos empezó por crear un círculo restringido de consejeros, mediante lo cual se adueñó de todas las limosnas. A partir de entonces nadie pudo oponérsele, y sentenció que la indumentaria de todos los ciegos era blanca. Ellos lo creyeron y hablaban mucho de sus hermosas ropas blancas, aunque ninguno de ellos las llevaba de tal color. De modo que el mundo se burlaba de ellos, por lo que se quejaron al dictador. Éste los recibió de muy mal talante, los trató de innovadores, de libertinos y de rebeldes que adoptaban las necias opiniones de las gentes que tenían vista. Eran rebeldes porque, caso inaudito, se atrevían a dudar de la infalibilidad de su jefe. Esta cuestión suscitó la aparición de dos partidos. 
Para sosegar los ánimos, el sumo príncipe de los ciegos lanzó un nuevo edicto, que declaraba que la vestimenta de los ciegos era roja. Pero esto tampoco resultó cierto; ningún ciego llevaba prendas de color rojo. Las mofas arreciaron y la comunidad de los ciegos estaba cada vez más quejosa. El jefe montó en cólera, y los demás también. La batalla duró largo tiempo y no hubo paz hasta que los ciegos tomaron la decisión de suspender provisionalmente todo juicio acerca de los colores. 
Un sordo que leyó este cuento admitió que el error de los ciegos había consistido en atreverse a opinar sobre colores. Por su parte, sin embargo, siguió firmemente convencido de que los sordos eran las únicas personas autorizadas a opinar en materia de música. 
― Hermann Hesse, La fábula de los ciegos (Inspirada en Voltaire) en cuentos completos 

Moraleja de la fábula de los ciegos

La principal enseñanza es el peligro de la ideología, porque incluso si no somos de un grupo o de otro tendemos a pensar que somos completamente lo uno o lo otro. No importa cuáles sean nuestros puntos de vista, no pensamos lo suficiente para evitar identificarnos a nosotros mismos con la ideología de alguno de los grupos, convirtiendo, así, opiniones en verdades. 

El problema es que caemos en creencias irracionales (dogmáticas), y cerramos nuestras mentes a perspectivas y opiniones alternativas. Precisamente, la fábula de los ciegos nos advierte del peligro que conlleva ignorar la evidencia que no respalda nuestra línea de pensamiento. 

Filtrar la evidencia que va en contra de las propias creencias es lo opuesto a la ética. Los fundamentos éticos se debilitan y el bienestar es reemplazado por la violencia y la autarquía. De ahí la importancia de la sabiduría para discernir la diferencia entre la verdad y las ideologías. 


Arte | El ciego mal portado (A Mons / L’aveugle Mal Conduit), grabado de artista anónimo, Siglo XVIII (finales) – Siglo XIX (principios). Se encuentra en el © Museo del Louvre, dist. RMN-Grand Palais – Foto T. Ollivier.