La espiritualidad es una experiencia ética

3 minutos

642 vistas

La espiritualidad la expresamos cuando tratamos de vivir éticamente, integrando el amor y la justicia en la propia vida. Así, la espiritualidad deviene en una experiencia ética. En principio, se trata de una dimensión más profunda de nuestra existencia. Ahora bien, todos somos espirituales en mayor o menor medida, dependiendo de qué tanto hemos trabajado en nosotros mismos para expandir los límites de la propia conciencia.

Cuando nos referimos a la espiritualidad, indudablemente nos referimos a la realidad: todo lo que somos, cuerpo, alma, comunidad, mundo, cosmos. Ser espirituales es descubrirnos a nosotros mismos como somos, con todo lo que somos, y esto, sin lugar a dudas, encierra nuestro comportamiento y sus fundamentos.

Por consiguiente, todas las religiones enseñan que debemos liberarnos de ataduras peligrosas. Porque no podemos alcanzar la unión con Dios sin realizar antes una limpieza moral de nosotros mismos. 

Antes de la muerte del ego es inevitable la renuncia, debemos rechazar todo deseo y apego: 

Quien no renuncia a todas esas cosas no puede ser mi discípulo. 

― Lc 14, 33 

Todas las practicas espirituales poseen herramientas que nos pueden ayudar a desencadenar una disolución duradera del ego. Sin embargo, la ética misma también es una gran herramienta. 

La espiritualidad es un camino para adquirir nuevos valores 

Los valores espirituales son tranquilos, serenos, eternos y se caracterizan por un amor maduro y desinteresado. Estos valores surgen de una conexión interna profundamente arraigada con la dimensión divina o espiritual de la experiencia humana. 

Estos valores incluyen valores que ya conocemos como honestidad, confianza, amabilidad, generosidad, tolerancia, paciencia, perseverancia, discernimiento, humildad y coraje entre otros. Sin embargo, también podemos adquirir nuevos valores como los siguientes: 

Desarrollo y dominio del espíritu 

Debemos aprender a regular la mente, para desviar la atención de ésta hacia dentro en lugar de hacia el exterior. Para lograrlo, las religiones orientales nos invitan a meditar, mientras que las religiones occidentales nos invitan a orar. Ambas practicas encierran el proceso de enfocarse deliberadamente en pensamientos acerca de Dios, Su obra o Su palabra. 

Al respecto, en el libro de Las Moradas o Castillo Interior, Santa Teresa de Jesús nos dice que la puerta de este castillo es la oración: «Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios». 

Conocimiento de la realidad última 

Debemos anhelar la sabiduría y buscar el conocimiento de la verdad última.  Según Sócrates, la capacidad para pensar y razonar está orientada a la adquisición de saber y conocimiento. En consecuencia, nuestra excelencia se encuentra en el saber y el conocimiento. El mejor ser humano, el hombre bueno, es el hombre sabio. 

Amor a Dios 

Cuando amamos a Dios, también amamos a todos los seres. La forma más elevada de la vida sabia y virtuosa tiene lugar a través del amor. Aquello que en las distintas religiones se llama humildad, compasión y devoción, encuentra su perfección en nuestra capacidad para amar. 

Actuar desde el amor 

Somos seres de conocimiento y de acción. Debemos rechazar todos los propósitos egoístas de nuestras obras, de todos los emprendimientos de una acción de interés egoísta, o de un resultado mundano. 

No existen formas de amor menos o más perfectas, el amor siempre es incondicional y perfecto. Porque el amor une todos los aspectos e intenciones que son constructivos, benevolentes, afectuosos, incondicionales y de naturaleza solidaria como la confianza, la empatía, el afecto, la generosidad o el idealismo, entre muchos otros. 

La espiritualidad es una experiencia ética

Todos los místicos hablan del camino de la perfección, porque si bien no podemos alcanzar la perfección, sí podemos aspirar a ella y alcanzar ciertos grados de excelencia humana.