El poema Oda a una urna griega fue escrito por el poeta inglés John Keats en 1819. Se trata de un poema complejo y misterioso, donde un orador indefinido mira una urna griega decorada con imágenes evocadoras de la vida rural en la antigua Grecia.
La oda nos cuenta de doncellas, músicos, hombres, mujeres y animales realizando varias acciones llenas de movimiento. No obstante, ese movimiento ha sido inmortalizado en el mármol. En la urna todo ha quedado en silencio, frío y quieto: los árboles nunca darán fruto, las personas que participaron del sacrifico nunca regresarán a sus casas y el joven nunca besará a su amada.
Estas escenas fascinan, desconciertan y emocionan al orador. Parecen haber capturado la vida en su plenitud, pero están congeladas en el tiempo.
¿Es la verdad belleza y la belleza verdad?
Keats finalizó Oda a una urna griega con el famoso verso «la belleza es verdad y la verdad belleza» y, como si eso no fuera suficiente agregó que eso es todo lo que necesitamos saber. Ciertamente, Keats tropezó con una verdad sentida al observar la urna, y el poema que le dedicó nos dice que tanto la verdad como la belleza forman parte de una realidad última.
La belleza de Oda a una urna griega nace del entusiasmo momentáneo y no proviene de alguna reflexión abstracta, es estética pura sin doctrina, no pretende resolver nada y no juzga las cosas. Precisamente, su gracia la encontramos en la pura contemplación del contraste entre la inmortalidad de las imágenes humanas y la brevedad de sus vidas. Pero también de los momentos fríos, estáticos y congelados en el tiempo que pintó el artista.
En la contemplación de este quieto movimiento experimentamos la belleza y la verdad en el mismo instante. Parece que nuestra imaginación se conmueve, y somos inspirados a una realidad verdaderamente concebida que sólo puede ser hermosa.
Oda a una urna griega
I
Tú, ¡novia aún intacta de la tranquilidad! ¡Tú, hija adoptiva del silencio y del tardo tiempo, historiadora selvática, que puedes expresar un cuento adornado con mayor dulzura que nuestra rima! ¿Qué leyenda con guirnaldas de hojas ronda tu forma de deidades o mortales, o de ambos, en Tempe o en las cañadas de Arcadia? ¿Qué hombres o dioses son ésos? ¿Qué doncellas reacias? ¿Qué loco propósito? ¿Qué lucha por escapar? ¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué loco éxtasis?
II
Las melodías conocidas dulces son, pero las desconocidas aún son más dulces; así vosotros, suaves caramillos, tocad: no para el oído sensible, sino, más queridos, tocad para el espíritu cantinelas sin tono. Hermosa juventud, debajo de los árboles no puedes dejar tu canción, ni nunca esos árboles quedarse dormidos; atrevido amante, nunca, nunca podrás besar, aunque triunfante estés a un paso de la meta, pero no te lamentes, ella no se desvanecerá, aunque tú no tengas tu deleite, ¡pues por siempre amarás y hermosa ella será!
III
¡Oh, alegres ramas que no podéis arrojar vuestras hojas, ni despediros de la primavera; y feliz músico, infatigable, siempre tocando canciones por siempre nuevas! ¡Amor más feliz! ¡Más feliz, feliz amor! Siempre cálido y aún por gozar, siempre anhelante y por siempre joven: respirando muy por encima de la pasión humana, que deja el corazón muy triste y hastiado, frente enfebrecida y lengua agostada.
IV
¿Quiénes se acercan al sacrificio? ¿A qué verde altar, oh misterioso sacerdote, llevas esa vaquilla que muge al cielo, con sus sedosos flancos con guirnaldas adornados? ¿Qué pueblecillo junto al río o la costa marina, o construido en la montaña, con pacífica ciudadela, se ha quedado vacío de su gente, esta piadosa mañana? Y, pueblecillo, tus calles para siempre estarán en silencio y ni alma que diga por qué estás desierto, podrá regresar nunca.
V
¡Oh forma ática! ¡Bella actitud! Con guirnaldas de marmóreos hombres y doncellas muy bien tallados, con ramas de bosques y la hierba hollada; tú, forma callada, nos tientas al pensamiento de igual forma que la eternidad: ¡fría égloga! Cuando la vejez desgaste esta generación, tú seguirás en medio de otro dolor, que no el nuestro, amiga del hombre, a quien dices: “la belleza es la verdad, la verdad belleza”; esto es todo lo que sabes de la tierra, y todo lo que saber necesitas.
– John Keats, Oda a una urna griega (Traducción de Martín Triana)
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