En Crítica del Juicio Immanuel Kant explora la noción de belleza y cómo se relaciona con nuestra experiencia.
A veces nos pasa que la belleza nos asalta, por ejemplo, pasando una página al azar:
Algún día, en algún lugar lejano,
Sin duda diré con un suspiro de alivio:
Dos sendas se separaban en un bosque,
Y yo tomé la menos usada.
En eso estará la diferencia.
― Robert Frost, La senda no tomada (Fragmento)
La cuestión es que esto, que como un rayo nos parte en dos, no tiene el mismo efecto en otras personas. De hecho, sucede que las cosas que nos complacen no complacen a otras personas y viceversa.
¿Cómo podemos estar tan convencidos de que tenemos razón y estar tan equivocados en la opinión del otro?
Pues bien, para Kant la belleza es algo parecido a un sabor, en el sentido de que emitimos un juicio de inmediato y sin pensar. Para él, contemplar la belleza es una experiencia subjetiva que se siente directamente en nuestra mente.
Lo agradable significa para todo hombre lo que le proporciona placer; lo bello lo que simplemente le agrada; lo bueno, lo que estima y aprueba; es decir, aquello a que concede un valor objetivo.
― Immanuel Kant, Crítica del juicio
En otras palabras, lo agradable es lo que nos gratifica, lo bello lo que simplemente nos gusta y el bien es lo estimado (aprobado).
Verdad y belleza
Kant concibe el entendimiento como la facultad de los conceptos y a la intuición como la sensibilidad. No obstante, cada uno por separado no puede dar origen a una experiencia conocedora. Porque tanto los conceptos como la intuición son condición necesaria para formular juicios en el ámbito del conocimiento, de la moral y del arte.
Debido a nuestras limitaciones para conocer, Kant señala que sólo podemos conocer los fenómenos o las cosas tal y como se nos presentan, las cosas tal y como son en sí mismas (nóumena) permanecen ocultas a nosotros. Esto significa que, al no tener una manera independiente de conocer la realidad, la verdad sobre esa realidad se torna imposible.
Ahora bien, esto no significa que no podamos comprender las cosas. Por medio del entendimiento y de la intuición podemos comprender y exponer los fenómenos que obedecen a la causalidad propia de la naturaleza. Ya que, gracias al concepto de libertad, la razón nos permite pensar una causa que no se origina en las leyes de la naturaleza, sino que se origina en la ley moral o práctica que nos damos a nosotros mismos.
Por consiguiente, advierte Kant, la tarea del arte no es otra que sensibilizarnos en los fines más elevados que podamos concebir como seres humanos.
Pero la capacidad que nosotros tenemos de hallar en nuestra reflexión sobre las formas de las cosas (de la naturaleza, como del arte), un placer particular, no produce solamente una finalidad de los objetos para el Juicio reflexivo bajo el punto de vista del concepto de la naturaleza, sino también bajo el punto de vista de la libertad del sujeto en su relación con los objetos considerados en su forma, y aun en la privación de toda forma; de donde se sigue que el juicio estético no tiene solo relación con lo bello como juicio del gusto, sino que también la tiene con lo sublime, en tanto que se deriva de un sentimiento del espíritu; y que de este modo esta crítica de juicio estético debe dividirse en dos grandes partes correspondientes a estas dos divisiones.
― Immanuel Kant, Crítica del juicio
Lo bello y lo sublime
La belleza es trivial y potencialmente irresponsable frente a serias preocupaciones morales cuando la entendemos como una forma de placer: tan sólo un fenómeno sensible de disfrute. En otras palabras, la belleza genera desconfianza cuando el valor estético y el valor moral son independientes entre sí.
Sobre el particular, Kant explica que la belleza indica algo más que una simple evocación del placer, y posee un significado moral inherente de dos maneras importantes:
- La belleza nos asegura que la naturaleza puede ser susceptible de fines morales universales.
- La belleza es similar al sentimiento desinteresado de placer involucrado en las valoraciones morales.
Básicamente, la belleza se trata de un sentimiento desinteresado que no responde a nuestros intereses o deseos. Entender la belleza de esta manera nos ayuda a evitar caer en la desesperación moral cuando nos enfrentamos a la indiferencia de la naturaleza hacia la virtud moral.
Así, Kant nos dice que no es necesario desconfiar de la belleza, porque la belleza en sí misma es moralmente valiosa. Por la misma razón, el cultivo del gusto puede ayudarnos a reconocer el sentimiento moral asociado con la acción moral correcta.
Si se quiere sacar el resultado de la precedente exposición de las dos especies de juicios estéticos, he aquí las sucintas definiciones que de ellas se deducen:
― Immanuel Kant, Crítica del juicio
Lo bello es lo que agrada en el juicio solo (y no, por consiguiente, por medio de la sensación, ni según un concepto del entendimiento). De aquí se sigue naturalmente que puede agradar sin ningún interés.
Lo sublime es lo que agrada inmediatamente por oposición al interés de los sentidos.
Estas dos, como expresiones de los juicios estéticos universales, se refieren a principios subjetivos, aunque la sensibilidad se halle satisfecha al mismo tiempo que el entendimiento contemplativo, o que se halle contrariada, aunque en provecho de los fines de la razón práctica, y los dos unidos en el mismo sujeto, tienen una relación con el sentido moral. Lo bello nos prepara para amar cualquier cosa, aun la naturaleza, sin interés; lo sublime para estimarla, aun contra nuestro interés (sensible).
Se puede definir lo sublime de este modo: es un objeto (de la naturaleza) cuya representación determina al espíritu a concebir como una exhibición de ideas, la imposibilidad de atender a la naturaleza.
El cielo estrellado y la ley moral
Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí. Son cosas ambas que no debo buscar fuera de mi círculo visual y limitarme a conjeturarlas como si estuvieran envueltas en tinieblas o se hallaran en lo trascendente; las veo ante mí y las enlazo directamente con la conciencia de mi existencia. La primera arranca del sitio que yo ocupo en el mundo sensible externo, y ensancha el enlace en que yo estoy hacia lo inmensamente grande con mundos y más mundos y sistemas de sistemas, y además su principio y duración hacia los tiempos ilimitados de su movimiento periódico. La segunda arranca de mi yo invisible, de mi personalidad y me expone en un mundo que tiene verdadera infinidad, pero sólo es captable por el entendimiento, y con el cual (y, en consecuencia, al mismo tiempo también con todos los demás mundos visibles) me reconozco enlazado no de modo puramente contingente como aquél, sino universal y necesario. La primera visión de una innumerable multitud de mundo aniquila, por así decir, mi importancia como siendo criatura animal que debe devolver al planeta (sólo un punto en el universo) la materia de donde salió después de haber estado provisto por breve tiempo de energía vital (no se sabe cómo). La segunda, en cambio, eleva mi valor como inteligencia infinitamente, en virtud de mi personalidad, en la cual la ley moral me revela una vida independiente de la animalidad y aun de todo el mundo sensible, por lo menos en la medida en que pueda inferirse de la destinación finalista de mi existencia en virtud de esta ley, destinación que no está limitada a las condiciones y límites de esta vida.
― Immanuel Kant, Crítica de la razón práctica
Kant sobre la belleza
Para Immanuel la belleza es algo que se juzga a través de una experiencia estética del gusto. Todos poseemos una idea de lo bello, una especie de modelo según el cual juzgamos y, precisamente, esta capacidad para juzgar forma nuestra experiencia de lo bello.
Ahora bien, lo bello es aquello que nos complace universalmente sin concepto: «Lo bello es lo que se representa sin concepto como el objeto de una satisfacción universal».
Bello es lo conocido sin concepto como objeto de una complacencia necesaria, desinteresada y libre. Lo bello tiene por objeto un placer libre de todo interés, así, bello es todo lo que hace que las cosas sean grandiosas y conmovedoras siendo su máxima expresión lo sublime.
Este juicio estético no aporta conocimiento del objeto y no depende de un interés diferente a la propia contemplación del objeto. Se trata de una experiencia desprovista de cualquier concepto, emoción o interés por aquello que encontramos bello. Podemos decir que es algo que sentimos.
El juicio de gusto no es, entonces, un juicio de conocimiento y, por consiguiente, tampoco (es un juicio) lógico, sino estético; se entiende por éste aquel cuyo fundamento de determinación no puede ser de otro modo sino subjetivo.
― Immanuel Kant, Crítica del juicio
Kant nos hereda una belleza universal que nos da un sentido de armonía: la única experiencia que todos podemos sentir más allá de toda palabra. La cultura se origina a partir de los sentimientos que tenemos de lo bello y lo sublime, cuando vemos algo puramente hermoso compartimos sentimientos que trascienden cualquier condicionamiento social como raza, religión o política. Justamente, señala Kant, es gracias a estos sentimientos que se establecen los principios morales de una comunidad.
Arte | Vincent Van Gogh, La noche estrellada, San Remy, junio de 1889. Se encuentra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).