Kant: ¿Qué hace que una voluntad sea buena?

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Immanuel Kant busca una respuesta a la pregunta ¿Qué hace que una voluntad sea buena? Así, comienza Fundamentación de la metafísica de las costumbres con el enunciado de su tesis: «Ni en el mundo ni, en general, fuera de él es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricción, excepto una buena voluntad.»

Ahora bien, en la Enciclopedia Herder leemos que la voluntad es la «actividad superior del psiquismo humano, orientada a la acción, entendida como capacidad de determinarse uno mismo, o sea, la libertad, teniendo en cuenta los fines que se representa la razón. O simplemente el ‘querer’».

Por su parte, Kant describe la voluntad como la capacidad para actuar de acuerdo con los principios de la razón, sin motivos o inclinaciones. La cuestión es que, el ingenio, el juicio y las «cualidades del temperamento» (como el valor, la determinación y la perseverancia en la voluntad), son las cualidades o «talentos del espíritu» con los que cuenta la razón. Y, así como estos dones naturales pueden ser «buenos y deseables», también pueden convertirse en «malos y dañinos» si la voluntad que utilizamos no es buena. 

Estas cualidades no pueden considerarse absolutamente buenas, porque están limitadas por las acciones e intenciones en las que se usan. Sin duda hay personas que poseen una o más de estas cualidades, pero no las reconocemos como buenas personas porque sus acciones no son buenas. La calidad de estas propiedades, por lo tanto, siempre depende de la intención subyacente a ellas. 

El entendimiento, el ingenio, la facultad de discernir, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; o el valor, la decisión, la constancia en los propósitos como cualidades del temperamento son, sin duda, buenos y deseables en muchos sentidos, aunque también pueden llegar a ser extremadamente malos y dañinos si la voluntad que debe hacer uso de estos dones de la naturaleza y cuya constitución se llama propiamente carácter no es buena.  

―Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres

Imperativo categórico

Ahora bien, lo que hace que una voluntad sea buena es su conformidad con la moral. Ley, que Kant llamó el imperativo categórico. Es decir, un estándar de racionalidad, principio supremo de la moralidad. Esto es, un principio objetivo, racionalmente necesario e incondicional. 

En un sentido moral, nuestros actos siempre deben seguir este principio, incluso si tenemos deseos o inclinaciones naturales contrarias a este. 

La voluntad racional es autónoma o libre, en el sentido de ser la creadora de la ley que la vincula. Así, el principio fundamental de la moralidad, el imperativo categórico, no es otro que la ley de una voluntad autónoma. 

En consecuencia, no importa si el objetivo de nuestra acción es en sí mismo bueno o malo, lo importante es la intención que nos mueve a realizarla. 

El imperativo categórico sería aquel que representa una acción por sí misma como objetivamente necesaria, sin referencia a ningún otro fin. 
[…] 
Ahora bien, si la acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa, el imperativo es hipotético, pero si la acción es representada como buena en sí, es decir, como necesaria en una voluntad conforme en sí con la razón, o sea, como un principio de tal voluntad, entonces el imperativo es categórico. 
[…] 
Por último, hay un imperativo que, sin poner como condición ningún propósito a obtener por medio de cierta conducta, manda esa conducta inmediatamente. Tal imperativo es categórico. No se refiere a la materia de la acción y a lo que ha de producirse con ella, sino a la forma y al principio que la gobierna, y lo esencialmente bueno de tal acción reside en el ánimo del que la lleva a cabo, sea cual sea el éxito obtenido. Este imperativo puede llamarse imperativo de la moralidad. 

— Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres 

La buena voluntad

Para Kant, lo único bueno sin distinción alguna es una buena voluntad. Cualquier otra cosa que pudiera ser un bien intrínseco presenta problemas. Todo puede ser utilizado para fines nocivos y, por lo tanto, no puede ser intrínsecamente bueno. Ni siquiera la felicidad es intrínsecamente buena, porque para ser dignos de felicidad es necesario tener una buena voluntad. 

Ni en el mundo ni, en general, fuera de él es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricción, excepto una buena voluntad. […] Si no existe una buena voluntad que dirija y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el principio general de la acción; por no hablar de que un espectador racional imparcial, al contemplar la ininterrumpida prosperidad de un ser que no ostenta ningún rasgo de una voluntad pura y buena, jamás podrá llegar a sentir satisfacción, por lo que la buena voluntad parece constituir la ineludible condición que nos hace dignos de ser felices.

— Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres 

Según Kant, la buena voluntad es buena en sí misma y no necesita justificación para demostrar su valor moral

Asimismo, la moralidad de nuestros actos no depende del resultado esperado, sino de la forma en que realizamos nuestras acciones. Porque lo que podemos controlar es la voluntad detrás de la acción. Es decir, podemos actuar de acuerdo con una ley en lugar de otra. 

Así pues, el valor moral de la acción no reside en el efecto que de ella se espera, ni tampoco, por consiguiente, en ningún principio de la acción que necesite tomar su fundamento determinante en ese efecto esperado. […] Por lo tanto, ninguna otra cosa, sino sólo la representación de la ley en sí misma (que desde luego no se encuentra más que en un ser racional) en cuanto que ella, y no el efecto esperado, es el fundamento determinante de la voluntad, puede constituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el cual está ya presente en la persona misma que obra según esa ley, y que no es lícito esperar de ningún efecto de la acción. 

— Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres 

La moral no debe basarse en necesidades, deseos o inclinaciones. Lo único bueno es la buena voluntad. Entendida como el uso de todas las cualidades, en la medida en que están en nuestro poder y no en el sentido del deseo. 

En consecuencia, querer lo bueno también significa querer todos los dones o «talentos del espíritu» necesarios para realizar lo deseado y, por lo tanto, lo bueno. Entonces, si alguien quiere lo bueno, también tiene que querer las cualidades necesarias. 

La buena voluntad es una medida de todas nuestras cualidades, y determina si son buenas o malas. Incluso si la buena voluntad no trajera beneficio, aún sería buena, porque la buena voluntad no se vuelve buena al perseguir un objetivo bueno, es buena en sí misma. 

El valor moral de nuestros actos debe evaluarse desde la motivación que nos lleva a realizarlos

La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice ni por su aptitud para alcanzar algún determinado fin propuesto previamente, sino que sólo es buena por el querer, es decir, en sí misma, y considerada por sí misma es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos realizar en provecho de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. 

— Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres 

Así, para Kant, la buena voluntad es el único bien incondicional. O, con otras palabras, la bondad de nuestra voluntad siempre permanece. 

Para hacernos una idea de lo que Kant quería expresar, debemos partir de que no se trata de buen carácter o buenas intenciones. Más bien, se trata de la idea de buena persona. Ahora bien, una persona buena es aquella que toma sus decisiones sobre la base de la ley moral. 

Somos buenos o malos dependiendo de la motivación de nuestras acciones, y no de la bondad de las consecuencias de esas acciones. Cuando queremos hacer el deber por el deber, según Kant, interviene la buena voluntad. 

Kant: ¿Qué hace que una voluntad sea buena?

El valor moral sólo puede encontrarse en nuestra voluntad, en «querer hacer el bien», en la buena voluntad. Para Kant la voluntad de cumplir el deber es el criterio máximo de bondad moral. Así, el único fundamento de la norma moral es el deber. 

No importan las consecuencias de las acciones, beneficio o prejuicio. Lo importante es haber cumplido con el deber, y el deber lo indican las leyes de la sociedad. 

Precisamente en ello estriba el valor del carácter que, sin comparación, es el más alto desde el punto de vista moral: en hacer el bien no por inclinación sino por deber. 
[…] 
El deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley. […] Una acción realizada por deber tiene que excluir completamente, por tanto, el influjo de la inclinación, y con éste, todo objeto de la voluntad. No queda, pues, otra cosa que pueda determinar la voluntad más que, objetivamente, la ley, y subjetivamente, el respeto puro a esa ley práctica, y, por lo tanto, la máxima de obedecer siempre a esa ley, incluso con perjuicio de todas mis inclinaciones.  

— Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres

Deber y respeto por la ley moral

Encontramos la perfección moral en el cumplimiento del deber por el deber mismo. Nuestra motivación parte del respeto absoluto por la ley moral. Así, si hacemos algo porque es nuestro deber, lo que hacemos es simplemente respetar ciertas leyes que nos pertenecen. 

Antes de Kant, las teorías éticas sustentaban sus principios en realidades externas a nosotros. A partir de Kant, esto cambia al devolvernos la autonomía moral. 

Fórmula de la ley universal

El objetivo de la voluntad es hacerse buena, actuando solo por deber y dirigida por la razón (imperativo categórico). Esto es una regla moral que nos dice qué estamos moralmente obligados a hacer, y punto. Regla que se puede afirmar de la siguiente manera: 

Por consiguiente, sólo hay un imperativo categórico y dice así: obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal.  

— Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres

En esta fórmula de la ley universal, la máxima es nuestra razón para actuar 

La fórmula de la ley universal nos dice que podemos actuar por un motivo, si, y al mismo tiempo, queremos que esa razón se convierta en una ley universal. Es decir, si queremos que todos adopten esa razón para actuar.