Kant: el mal radical

Dado que somos seres racionales con una fuerza moral importante en nosotros ¿Por qué elegimos el mal? Immanuel Kant reflexiona sobre esto y encuentra que una propensión universal al mal radical es posible. Básicamente, busca dar sentido a tres verdades aparentemente contradictorias sobre la naturaleza humana: 

  1. Somos radicalmente libres.
  2. Estamos por naturaleza inclinados hacia la bondad.
  3. Estamos por naturaleza inclinados hacia el mal.

Sin embargo, para que no se tropiece en seguida con el término naturaleza —el cual, si (como de ordinario) debiese significar lo contrario del fundamento de las acciones por libertad, estaría en directa contradicción con los predicados de moralmente bueno y moralmente malo— hay que notar que aquí por naturaleza del hombre se entenderá sólo el fundamento subjetivo del uso de su libertad en general (bajo leyes morales objetivas), que precede a todo hecho que se presenta a los sentidos, dondequiera que resida este fundamento. Pero este fundamento subjetivo a su vez tiene siempre que ser él mismo un acto de la libertad (pues de otro modo el uso o abuso del albedrío del hombre con respecto a la ley moral no podría serle imputado, y no podría en él el bien o el mal ser llamado moral).

― Immanuel Kant, Religión dentro de los límites de la razón 

El mal es una opción de nuestra libertad

Al igual que San Agustín, para Kant es el poder libre de nuestra elección lo que nos lleva a elegir la realización de nuestros intereses por encima de la ley moral. Tal elección es, para él, inextirpable, escondida en las «profundidades del propio corazón» y, por lo tanto, inescrutable. 

El mal es una opción de nuestra libertad para actuar en contra de las «leyes objetivas de la moralidad», leyes que determinan el bien para nosotros mismos. 

Por lo tanto, el fundamento del mal no puede residir en ningún objeto que determine el albedrío mediante una inclinación, en ningún impulso natural, sino sólo en una regla que el albedrío se hace él mismo para el uso de su libertad, esto es: en una máxima.

― Immanuel Kant, Religión dentro de los límites de la razón 

Según Kant, hay un mal radical en la naturaleza humana

Cuando Kant nos dice que hay un mal radical en nuestra naturaleza, lo que quiere decir es que tenemos una propensión innata al mal. Todos tenemos una propensión a subordinar la ley moral al interés propio y esta propensión es radical, o arraigada, en nuestra naturaleza en el sentido de que es inextirpable. 

La tesis «el hombre es malo» no puede querer decir, según lo que precede, otra cosa que: el hombre se da cuenta de la ley moral y, sin embargo, ha admitido en su máxima la desviación ocasional respecto a ella. «El hombre es malo por naturaleza» significa tanto como: esto vale del hombre considerado en su especie; no como si tal cualidad pudiese ser deducida de su concepto específico (el concepto de un hombre en general) (pues entonces sería necesaria), sino: el hombre, según se lo conoce por experiencia, no puede ser juzgado de otro modo, o bien: ello puede suponerse como subjetivamente necesario en todo hombre, incluso en el mejor.

― Immanuel Kant, Religión dentro de los límites de la razón 

El fundamento del mal radical 

La tesis de Kant es rigurosa, éticamente, somos totalmente malos o totalmente buenos, en virtud de que hayamos adoptado o no la ley moral como máxima rectora de todas nuestras máximas. La razón en sí es simple: o la ley moral es la máxima rectora para la elección de máximas o no lo es. Para la bondad moral es suficiente hacer de la ley moral el fundamento de nuestras máximas. 

Todos luchamos con nuestra propensión innata a desviarnos voluntariamente del cumplimiento de la ley moral. Luchamos contra la depravación de nuestro corazón, es decir, nuestra propensión a invertir «el orden ético en cuanto a los incentivos de un libre poder de elección». 

Ahora bien, puesto que esta propensión misma tiene que ser considerada como moralmente mala, por lo tanto no como disposición natural sino como algo que puede ser imputado al hombre, y, consecuentemente, tiene que consistir en máximas del albedrío contrarias a la ley; dado, por otra parte, que a causa de la libertad estas máximas por sí han de ser consideradas como contingentes, lo cual a su vez no se compagina con la universalidad de este mal si el supremo fundamento subjetivo de todas las máximas no está —sea ello como quiera— entretejido en la naturaleza humana misma y enraizado en cierto modo en ella: podremos, pues, llamar a esta propensión una propensión natural al mal, y, puesto que, sin embargo, ha de ser siempre de suyo culpable, podremos llamarla a ella misma un mal radical innato (pero no por ello menos contraído por nosotros mismos) en la naturaleza humana. 

― Immanuel Kant, Religión dentro de los límites de la razón 

Para entender esto mejor, una máxima es una expresión concisa de una regla o principio moral fundamental, esto es cualquier guía simple y memorable para vivir. Lo sepamos o no, una máxima motiva acciones específicas, porque es un principio subjetivo de acción. «No matar» y «No robar» son ejemplos de tales principios subjetivos. 

Supongamos que una persona ha adoptado una máxima moral como máxima rectora, por ejemplo «No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti», e incorpora la ley moral como base para elegir todas las demás máximas. En virtud de hacer que todas las demás máximas cumplan con esta máxima, las máximas subsiguientes serán consistentes con la ley moral. Sin embargo, cuando se elige una máxima alternativa, por ejemplo la del engreimiento, como máxima gobernante, entonces esta alternativa egoísta se convierte en la base para la elección de la máxima, y la ley moral se subordina a una máxima gobernante alternativa junto con todas las demás máximas. 

En consecuencia, la elección ética que enfrentamos es subordinar todas las demás máximas a la ley moral, o subordinar la ley moral con todas las demás máximas a una alternativa egoísta. 

La cuestión es que nos desviamos de la ley moral aun conscientes de ella. Cuando subordinamos los requisitos de la moralidad a los incentivos del engreimiento -por pequeño que sea- el resultado es un mal radical. Según Kant, el mal es radical en la medida en que está arraigado en nuestra naturaleza como una inclinación o «inclinación por el mal». 

Nos hacemos morales

Por naturaleza no somos ni moralmente buenos ni moralmente malos, porque no somos seres morales por naturaleza, sino que nos hacemos morales. Nos volvemos radicalmente malvados cuando subordinamos la ley moral a nuestro propio interés. Asimismo, nunca hacemos el mal por hacer el mal, sino sólo por inclinaciones a bienes menores. 

Aquello que el hombre en sentido moral es o debe llegar a ser, bueno o malo, ha de hacerlo o haberlo hecho él mismo. Lo uno o lo otro ha de ser un efecto de su libre albedrío; pues de otro modo no podría serle imputado, y en consecuencia él no podría ser ni bueno ni malo moralmente. Cuando se dice que el hombre ha sido creado bueno, ello no puede significar nada más que: ha sido creado para el bien, y la disposición original del hombre es buena; no por ello lo es ya el hombre, sino que, según que acoja o no en su máxima los motivos impulsores que esa disposición contiene (lo cual ha de ser dejado por completo a su libre elección), es él quien hace que él mismo sea bueno o malo.

― Immanuel Kant, Religión dentro de los límites de la razón 

El desafío 

Dado que somos una suerte de tablilla sin escribir, es nuestro deber desarrollar las disposiciones para el bien, hacernos mejores a nosotros mismos, educarnos por sí mismos y hacernos morales. 

¿El hombre es por naturaleza, moralmente, bueno o malo? Ninguna de las dos cosas, pues no es por naturaleza un ser moral; sólo lo será cuando eleve su razón a los conceptos del deber y de la ley. Entretanto, se puede decir que tiene en sí impulsos originarios para todos los vicios, pues tiene inclinaciones e instintos que le mueven a un lado, mientras que la razón le empuja al contrario. Sólo por la virtud puede devenir moralmente bueno, es decir, por una autocoacción, aunque puede ser inocente sin los impulsos. 

― Immanuel Kant, Pedagogía

Para Kant «querer ser bueno» y «ser bueno» no es lo mismo. Si decidimos ser buenos solo algunas veces, entonces no estamos resolviendo ser virtuosos en absoluto. Porque «ser bueno» es un compromiso con la ley moral que no puede ser vencido por ninguna tentación. 

En sus Confesiones, San Agustín nos cuenta que un día robó algunas peras por el simple hecho de hacer algo malo. Para Kant, algo así no es posible, solo un diablo podría hacer lo que está mal solo porque está mal. Según Kant, todos tenemos elección, siempre tenemos la ley moral o el amor propio como incentivo para actuar. Precisamente, una forma de enfrentar este desafío tan inmenso es a través del autoexamen moral.