Historia de un duro hijo de puta es un poema del libro Gatos (On cats) por Charles Bukowski. Como fiel admirador de los gatos, Bukowski los observa y aprende de ellos. De hecho, en el poema Mis gatos revela que los gatos son sus maestros: «Cuando me siento deprimido todo lo que tengo que hacer es mirar a mis gatos y mi coraje regresa».
Para Bukowski los gatos son majestuosos, bellos, amorosos, feroces y exigentes. Para él, los gatos son fuerzas únicas de la naturaleza: «Un gato es solo SÍ MISMO, representante de las poderosas fuerzas de la vida que no se sueltan».
Por otra parte, los gatos y los escritores se llevan muy bien. De hecho, los gatos y todas las mentes inspiradas tienen una relación misteriosa, donde no se sabe quién ayuda a quién. Precisamente, ese es el caso de la historia autobiográfica que Charles Bukowski nos cuenta en este poema. La historia de un gato luchador y sobreviviente que se aferra con fuerza a la vida, mientras se gana el respeto del escritor y el nuestro.

Historia de un duro hijo de puta por Charles Bukowski
Llegó a mi puerta una noche, mojado, flaco, golpeado y aterrado
un gato blanco, bizco y sin cola
Me lo llevé dentro y le di de comer, y se quedó
Cogió confianza en mí, hasta que un amigo subió la rampa del garaje
y lo atropelló
Llevé lo que quedaba de él al veterinario, que dijo:
«No tiene muchas posibilidades… dale estas pastillas…
su columna está rota; ya lo estaba antes, pero de alguna manera
se arregló, si vive nunca caminará; mira estas radiografías,
lo han disparado, mira aquí, los perdigones aún están ahí…
Además, una vez tuvo cola, pero alguien se la cortó…».
Volví con el gato, era un verano caluroso, uno de los más
calientes en décadas, lo puse en el suelo del baño,
le di agua y las pastillas, no comía, ni siquiera tocaba el agua.
Mojaba mi dedo en ella y le humedecía la boca, y le hablaba,
no me iba a ninguna parte, pasaba mucho tiempo en el baño
y le hablaba, y lo tocaba suavemente, y él me miraba
con esos ojos azules claros y bizcos, y con el paso de los días
hizo su primer movimiento
arrastrándose con sus patas delanteras
(las traseras no le respondían).
Logró llegar al arenero
se arrastró sobre el borde hasta estar dentro,
fue como la trompeta de una posible victoria
sonando en el baño y en la ciudad.
Me veía a mí mismo en ese gato, también yo lo había pasado mal;
no tan mal, pero lo bastante mal.
Una mañana se levantó, se puso en pie, cayó
y se quedó mirándome.
«Puedes hacerlo», le dije.
Siguió intentándolo, levantándose, cayéndose
hasta que finalmente dio algunos pasos, era como un borracho;
las patas traseras no querían hacer lo suyo y se caía de nuevo,
descansaba, volvía a levantarse.
Ya sabéis el resto: ahora está mejor que nunca, bizco
casi desdentado, pero la gracia ha vuelto, y esa mirada
en sus ojos nunca se ha ido…
Y ahora a veces me hacen entrevistas, quieren oírme hablar sobre
la vida y la literatura, y yo me emborracho y cojo en brazos a mi gato bizco,
acribillado, atropellado y sin rabo y les digo, «¡miren, miren esto!»
Pero no lo entienden, dicen cosas como, «¿y dice usted
que fue influido por Céline?»
«No», y tomo al gato en brazos, «por lo que ocurre, por
cosas como esta, por esto, ¡por éste!»
Meneo al gato, lo levanto
en la luz ahumada y ebria, está tranquilo, él sabe…
Es entonces cuando la entrevista termina y
aunque a veces me siento orgulloso cuando veo las fotos
después, y ahí estoy yo y ahí está el gato, y estamos
juntos en la foto…
Él también sabe que es una idiotez, pero que de alguna manera ayuda.
― Charles Bukowski, Gatos
Foto | Charles Bukowski por Sophie Bassouls, 1978. Vía Getty Images.