Historia de un duro hijo de puta por Charles Bukowski

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Historia de un duro hijo de puta es un poema del libro Gatos (On cats) por Charles Bukowski. Como fiel admirador de los gatos, Bukowski los observa y aprende de ellos. De hecho, en el poema Mis gatos revela que los gatos son sus maestros: «Cuando me siento deprimido todo lo que tengo que hacer es mirar a mis gatos y mi coraje regresa». 

Para Bukowski los gatos son majestuosos, bellos, amorosos, feroces y exigentes. Para él, los gatos son fuerzas únicas de la naturaleza: «Un gato es solo SÍ MISMO, representante de las poderosas fuerzas de la vida que no se sueltan». 

Por otra parte, los gatos y los escritores se llevan muy bien. De hecho, los gatos y todas las mentes inspiradas tienen una relación misteriosa, donde no se sabe quién ayuda a quién. Precisamente, ese es el caso de la historia autobiográfica que Charles Bukowski nos cuenta en este poema. La historia de un gato luchador y sobreviviente que se aferra con fuerza a la vida, mientras se gana el respeto del escritor y el nuestro. 

Charles Bukowski por Sophie Bassouls, 1978.

Historia de un duro hijo de puta por Charles Bukowski

Llegó a mi puerta una noche, mojado, flaco, golpeado y aterrado 
un gato blanco, bizco y sin cola 
Me lo llevé dentro y le di de comer, y se quedó 
Cogió confianza en mí, hasta que un amigo subió la rampa del garaje 
y lo atropelló 
Llevé lo que quedaba de él al veterinario, que dijo: 
«No tiene muchas posibilidades… dale estas pastillas… 
su columna está rota; ya lo estaba antes, pero de alguna manera 
se arregló, si vive nunca caminará; mira estas radiografías, 
lo han disparado, mira aquí, los perdigones aún están ahí… 
Además, una vez tuvo cola, pero alguien se la cortó…». 
Volví con el gato, era un verano caluroso, uno de los más 
calientes en décadas, lo puse en el suelo del baño, 
le di agua y las pastillas, no comía, ni siquiera tocaba el agua. 
Mojaba mi dedo en ella y le humedecía la boca, y le hablaba, 
no me iba a ninguna parte, pasaba mucho tiempo en el baño 
y le hablaba, y lo tocaba suavemente, y él me miraba 
con esos ojos azules claros y bizcos, y con el paso de los días 
hizo su primer movimiento 
arrastrándose con sus patas delanteras 
(las traseras no le respondían). 
Logró llegar al arenero 
se arrastró sobre el borde hasta estar dentro, 
fue como la trompeta de una posible victoria 
sonando en el baño y en la ciudad. 
Me veía a mí mismo en ese gato, también yo lo había pasado mal; 
no tan mal, pero lo bastante mal. 
Una mañana se levantó, se puso en pie, cayó 
y se quedó mirándome. 
«Puedes hacerlo», le dije. 
Siguió intentándolo, levantándose, cayéndose 
hasta que finalmente dio algunos pasos, era como un borracho; 
las patas traseras no querían hacer lo suyo y se caía de nuevo, 
descansaba, volvía a levantarse. 
Ya sabéis el resto: ahora está mejor que nunca, bizco 
casi desdentado, pero la gracia ha vuelto, y esa mirada 
en sus ojos nunca se ha ido… 
Y ahora a veces me hacen entrevistas, quieren oírme hablar sobre 
la vida y la literatura, y yo me emborracho y cojo en brazos a mi gato bizco, 
acribillado, atropellado y sin rabo y les digo, «¡miren, miren esto!» 
Pero no lo entienden, dicen cosas como, «¿y dice usted 
que fue influido por Céline?» 
«No», y tomo al gato en brazos, «por lo que ocurre, por 
cosas como esta, por esto, ¡por éste!» 
Meneo al gato, lo levanto 
en la luz ahumada y ebria, está tranquilo, él sabe… 
Es entonces cuando la entrevista termina y 
aunque a veces me siento orgulloso cuando veo las fotos 
después, y ahí estoy yo y ahí está el gato, y estamos 
juntos en la foto… 
Él también sabe que es una idiotez, pero que de alguna manera ayuda.
 

― Charles Bukowski, Gatos 


Foto | Charles Bukowski por Sophie Bassouls, 1978. Vía Getty Images.