Heidegger: somos existencia

Para Martin Heidegger somos existencia, es decir, somos vida que se manifiesta en nuestra relación con el mundo al tratar de explicarlo y darle sentido: «Si el mundo existe, es porque existe un hombre que reflexiona sobre él.» 

El ser y el tiempo (Sein und Zeit) es la obra máxima de Martin Heidegger, un libro largo, complejo y difícil de leer por las nuevas palabras y expresiones creadas por el filósofo, pero necesarias para expresar cosas que no podemos expresar con nuestros términos convencionales. 

La preocupación central de Heidegger es el ser mismo. Para él, la pregunta por el ser es la pregunta fundamental de la filosofía. Porque si queremos reflexionar sobre lo real, o lo que es, primero debemos considerar cuál es el sentido del ser mismo (Sinn des Seins). 

Para comprender la idea central del pensamiento de Heidegger, debemos reflexionar sobre la existencia misma: ¿Existe la computadora que creo ver ante mí? ? ¿Existo yo? ¿Existes tú? ¿Existe Dios? La fórmula de estas preguntas es ¿existe x (donde x = alguna cosa particular)? El problema es que cuando preguntamos de esta forma asumimos, de manera tácita sobreentendida, que ya sabemos lo que significa «existir». Con otras palabras, suponemos lo que es la existencia sin darnos cuenta que estamos suponiendo. 

Ahora bien, Heidegger se da cuenta de esta presuposición y plantea la pregunta más fundamental: ¿Qué significa «existir»? o, lo que es lo mismo, la pregunta por el sentido del ser mismo (Sinn des Seins). No está de más decir que la obra máxima de Martin Heidegger El ser y el tiempo es una investigación sobre esa pregunta. 

El ser-ahí (Dasein)

La pregunta por el sentido del ser mismo (Sinn des Seins) está dirigida a una entidad que somos los seres humanos como tales, esto es el «ser-ahí» (Dasein). En tal sentido, el ser-ahí es tanto a quien se dirige la pregunta por el ser como quien hace la pregunta. Sin embargo, el ser-ahí no debe entenderse como el yo-cosa cartesiano, el ser humano biológico ni la persona. Más bien el ser-ahí somos nosotros entendidos como una suerte de entes privilegiados porque queremos comprender nuestro propio ser. 

Solamente el ser-ahí existe. El ser-ahí puede apartarse del mundo y observarse a sí mismo, pero también es una apertura del ser: 

El «ser ahí» es abierto propia o impropiamente para sí mismo bajo el punto de vista de su existencia. Existiendo, se comprende a sí mismo, pero de tal suerte, que este comprender no representa un puro aprehender, sino que constituye el ser existencial del «poder-ser» fáctico. El ser abierto es el de un ente al que le va este ser. El sentido de este ser, es decir, la cura, que hace posible ésta con la constitución que tiene, constituye originalmente el ser del «poder ser». El sentido del ser del «ser ahí» no es otra cosa, que flote en el vacío y «fuera» de él mismo, sino el «ser ahí» mismo, que se comprende a sí mismo.  

― Heidegger, El ser y el tiempo

Sólo los seres humanos tenemos la capacidad de plantear la pregunta por el significado de nuestro ser, «el ser-ahí se distingue ónticamente por el hecho de que, en su mismo ser, ese ser es un asunto para él». 

Somos un ser arrojado en el mundo

Dentro de este orden de ideas, el ser-ahí lo podemos entender a partir de su existencia (Existenz), la cual es ser-en-el-mundo (In-der-Welt-sein). 

Asumir relaciones con el mundo es posible sólo porque el ser-ahí, como ser-en-el-mundo, es como es. Este estado de ser no surge simplemente porque alguna entidad está presente fuera del ser-ahí y se encuentra con él. Tal entidad puede «encontrarse con» el ser-ahí sólo en la medida en que puede, por sí misma, mostrarse dentro de un mundo.  

― Heidegger, El ser y el tiempo

Todas las cosas forman parte de la vida y dependen de ella, por tanto, la vida es la única realidad autónoma, ella abarca todo lo que existe y no necesita de nada para justificar su existencia. En este sentido se comprende que las cosas y fenómenos sólo tienen sentido si están relacionadas con nosotros humanos, ya que, como vida reflexiva, nos ocupamos de ellos. 

Asimismo, el mundo es el horizonte en el cual los objetos o entes intramundanos se dan, es el horizonte de nuestras posibilidades. La cuestión es que nosotros somos arrojados en él como proyecto (Entwurf), como poder ser, teniéndonos que hacer cargo de nuestro propio ser. 

A diferencia de los animales y plantas, los seres humanos «llevamos unas vidas». Y vivir una vida significa en cada momento elegir un tipo de vida o, lo que es lo mismo, un forma posible de ser. Pero no se trata de una actitud introspectiva para elegir un camino en una encrucijada. Más bien se trata de ser el núcleo de las vidas a las que somos expuestos. Así, dirigir o elegir «mí» vida, debe interpretarse a la luz de la cura o cuidado (Sorge) como el ser del ser-ahí. 

Para Heidegger somos existencia 

De esta manera, según Heidegger, somos un ser arrojado en el mundo, y es menester tomar la propia existencia de manera responsable como un proyecto arrojado al mundo, de lo contrario se plantea entonces el problema de la existencia inauténtica. 

Hay un yo inauténtico (el yo-ellos) y un yo auténtico (el mí-yo). Si caemos en la impersonalidad porque concebimos la propia existencia como la de un ente cualquiera, y no la que es en cada caso mía, estaríamos hablando de existencia inauténtica, una existencia superficial carente de reflexión, que sólo podrá superarse a través de la angustia (Angst). 

El ser-con (Mitsein)

Siguiendo a Heidegger, la existencia del ser-ahí debe ser comprendida como un todo: somos uno con el mundo. Esto, obviamente, encierra una forma de vida compartida con otros. Así, ser ser-ahí significa ser-con. 

El ser-con (Mitsein) es la condición trascendental a priori que hace posible que el ser-ahí pueda descubrir las relaciones con otros, así como la condición trascendental a priori de la soledad. 

Por «otros» no nos referimos a todos los demás excepto a mí, aquellos sobre los que se destaca el «yo». Son más bien aquellos de los que, en su mayor parte, uno no se distingue, aquellos entre los que uno también está… En razón de este ser-en-el-mundo con-como, el mundo es siempre el que comparto con otros. 

― Heidegger, El ser y el tiempo 

Cura o cuidado (Sorge)

Tomando prestada la Cura de la fábula de Higinio, Heidegger concluye que el ser del ser ahí es cura o cuidado (Sorge), definido como el pre-ser-se-ya-en-el-mundo. 

Una vez llegó Cura a un río y vio terrones de arcilla. Cavilando, cogió un trozo y empezó a modelarlo. Mientras piensa para sí qué había hecho, se acerca Júpiter. Cura le pide que infunda espíritu al modelado trozo de arcilla. Júpiter se lo concede con gusto. Pero al querer Cura poner su nombre a su obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía dársele el suyo. Mientras Cura y Júpiter litigaban sobre el nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y pidió que se le pusiera a la obra su nombre, puesto que ella era quien había dado para la misma un trozo de su cuerpo. 

Los litigantes escogieron por juez a Saturno. Y Saturno les dio la siguiente sentencia evidentemente justa: Tú, Júpiter, por haber puesto el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haber ofrecido el cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, que mientras viva lo posea Cura. Y en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame homo, puesto que está hecho de humus (tierra). 

― Heidegger, El ser y el tiempo 

Temporalidad (Zeitlichkeit) 

Heidegger al comprender el ser como posibilidad le otorga una noción de temporalidad (Zeitlichkeit) de la existencia. No obstante, la temporalidad como la entiende Heidegger no constituye una sucesión de pasado, presente y futuro, sino la expresión de la relación del ser-ahí con algo que se sitúa fuera de él. Así somos una posibilidad por venir (futuro); somos arrojados al mundo, como siempre ya siendo y, por tanto, ya sido (pasado); y nos hacemos cargo de nuestro ser (presente). 

Este testimonio preontológico cobra una especial significación por el hecho de que no sólo ve en la «cura» aquello a que está entregado el «ser ahí» humano «durante su vida», sino que esta primacía de la «cura» aparece en conexión con la conocida concepción del hombre como el compuesto de cuerpo (tierra) y espíritu. […]: este ente tiene el «origen» de su ser en la cura. […]: el ente no es abandonado por este origen, sino retenido, dominado por él mientras este ente «es en el mundo».

El «ser en el mundo» tiene el sello «entiforme» de la «cura». Su nombre (homo) lo recibe este ente no de su ser, sino de aquello de que está hecho (humus). En qué se haya de ver el ser «original» de esta obra, lo dice la sentencia de Saturno: en el «tiempo». La definición preontológica de la esencia del hombre dada en la fábula ha fijado de antemano su vista, según esto, en aquella forma de ser que domina su paso temporal por el mundo.

― Heidegger, El ser y el tiempo 

Somos ser-para-la-muerte (Sein zum Tode)

La cura nos permite comprender el ser-ahí a partir de la temporalidad y de la muerte. Esto es el «no ser ya más», la no realizabilidad de ninguna de mis posibilidades. La muerte es así la «posibilidad de la imposibilidad de cualquier existencia en absoluto». 

Igualmente, para Heidegger la muerte completa la existencia del ser-ahí. Al ser la muerte una experiencia intransferible revela que la existencia es en cada caso la mía. Precisamente, la angustia frente a la muerte nos lleva a una vida reflexiva o existencia auténtica. 

La muerte es una posibilidad de ser que ha de tomar sobre sí en cada caso el «ser ahí» mismo. Con la muerte es inminente para el «ser ahí» él mismo en su «poder ser» más peculiar. En esta posibilidad le va al «ser ahí» su «ser en el mundo» absolutamente. Su muerte es la posibilidad del «ya no poder ser ahí». Cuando para el «ser ahí» es inminente él mismo como esta posibilidad de él, es referido plenamente a su «poder ser» más peculiar.

Así inminente para sí mismo, son rotas en él todas las referencias a otro «ser ahí». Esta posibilidad más peculiar e «irreferente» es al par la extrema. En cuanto «poder ser» no puede el «ser ahí» rebasar la posibilidad de la muerte. La muerte es la posibilidad de la absoluta imposibilidad del «ser ahí». Así se desemboza la muerte como la posibilidad más peculiar, irreferente e irrebasable.

― Heidegger, El ser y el tiempo 

La muerte está inseparablemente ligada a algún ser-ahí individual específico. Por tanto, la propia muerte es «esa posibilidad que es la más propia». La conciencia de la propia muerte como una posibilidad omnipresente revela el yo auténtico (un yo que es mío), y revela que somos existencia.