Todos aprendemos que las afirmaciones son hechos u opiniones, y que un hecho es algo que es verdadero y una opinión es algo que se cree. No obstante, por el camino también aprendemos que todas las afirmaciones de valor son opiniones. En consecuencia, no hay hechos morales. Y si no hay hechos morales, entonces no hay verdades morales.
Si no hay verdades morales objetivas sobre lo que es bueno, valioso o correcto, ¿cómo podemos enjuiciar a las personas por crímenes de lesa humanidad? Si no es verdad que está mal violar, agredir o asesinar a una persona, entonces, ¿cómo podemos indignarnos? Si no es cierto que todos los seres humanos somos creados iguales, entonces ¿por qué votar por un sistema político que no te beneficia sobre los demás?
Rechazar la moral no le quita lo real
Rechazar la moral nos deja en el plano de «todo vale». Por ejemplo, todos conocemos la admonición: «¡No mentirás!», la modificación popular del octavo mandamiento bíblico «No darás falso testimonio contra tu prójimo». Sabemos que mentir es inmoral, pecado y delito en algunas de sus formas como calumnia o perjurio. También sabemos que es reprobable porque manipula a la otra persona. Sin embargo, casi todos mentimos en la vida cotidiana hasta el punto de dar forma a la posverdad: la distorsión deliberada de una realidad.
Kant vio en la mentira la «mayor violación del deber del hombre hacia sí mismo» y, en consecuencia, exigió la veracidad incluso en situaciones de emergencia, «sin importar cuán grande sea la desventaja que pueda resultar de ello».
Una verdad moral que Pinocho aprendió a las malas
Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi es una narración para todas las edades, y contrario a lo que muchos imaginan también trata verdades trascendentales, aquellas para las que, Kant advirtiera, no hay evidencias.
–¿Y ahora las monedas dónde las tienes? –le preguntó el Hada.
–¡Las perdí! –respondió Pinocho. Pero estaba diciendo mentiras, porque en realidad las tenía en el bolsillo. Y apenas dijo la mentira, su nariz, que ya era larga, le creció dos dedos más.
–¿Y dónde las perdiste?
–Aquí en el bosque vecino. Con esta segunda mentira, la nariz siguió creciendo.
–Si las perdiste en el bosque vecino –le dijo el Hada–, podemos buscarlas y encontrarlas, porque todo lo que se pierde en este bosque siempre se vuelve a encontrar.
–¡Ah!, ahora que me acuerdo –dijo el títere enredándose–, las cuatro monedas no las perdí, sino que, sin darme cuenta, me las tragué mientras me tomaba el remedio. Tras esta tercera mentira, la nariz le creció de un modo tan extraordinario que el pobre Pinocho ya no podía ni girar la cabeza. Si se volteaba hacia un lado, la nariz se golpeaba con la cama o las ventanas y si se volteaba hacia el otro, se daba contra las paredes o la puerta del cuarto, y si levantaba un poco la cabeza corría el riesgo de metérsela en un ojo al Hada.
El Hada lo miraba y se reía.
–¿Por qué te ríes? –le preguntó el títere, todo confundido y preocupado por esa nariz que le crecía incontrolablemente.
–Me río de las mentiras que me dijiste.
–¿Cómo sabías que dije mentiras?
–Las mentiras, niño mío, se reconocen al instante, porque existen dos tipos de mentiras: están las mentiras con piernas cortas y las mentiras con la nariz larga. Las tuyas está claro que son de las que tienen larga la nariz.
Sin saber dónde esconderse de la pena. Pinocho intentó huir del cuarto, pero era imposible: su nariz había crecido tanto que no pasaba por la puerta.
― Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi
Sobre lo real y lo verdadero
Un hecho lo podemos comprender como las cosas, sus propiedades o sus relaciones tal como son en la realidad, independientemente de nuestra interpretación. En filosofía el hecho está estrechamente relacionado con cuestiones de objetividad y verdad.
Las definiciones más comunes de verdad conectan proposiciones con hechos del mundo real. En otras palabras, establecer la verdad se basa en los hechos tal como son en nuestro mundo externo. Por consiguiente, una creencia o proposición se define como verdadera si esa creencia o proposición corresponde a hechos en el mundo real. Esto significa que el mundo exterior es independiente, y la verdad debe corresponder a ese mundo exterior independiente. La verdad también depende del contexto y, por lo mismo, debe probarse.
Por otra parte, para que algo sea real debe existir y no depender del contexto. Lo real es real en sí mismo: es independiente del contexto. Esto significa que si algo es real no necesita ser probado.
Siguiendo el ejemplo anterior, la mentira es real y existe. Pero si decimos que «está mintiendo» debe probarse: es necesario demostrar que realmente está mintiendo. Ahora bien, la prueba depende de cómo entendemos la mentira y todos los elementos involucrados, especialmente las ideas que tenemos sobre lo que es real y verdadero.
El hecho moral
Ahora bien, el hecho moral no sólo describe una condición perdurable del mundo, sino que también proscribe lo que debería ser el caso (o lo que no debería ser el caso) en términos de nuestro comportamiento: cómo debe ser nuestra conducta.
Algunos filósofos llamados realistas morales argumentan a favor de que hay hechos morales de la siguiente manera:
- Las afirmaciones morales a veces son verdaderas.
- Una afirmación es verdadera solo si la relación de hacer-verdad se mantiene entre ella y la cosa que la hace verdadera.
- Por lo tanto, las afirmaciones morales verdaderas son verdaderas solo porque existe la relación de hacer-verdad entre ellas y las cosas que las hacen verdaderas.
- Las cosas que hacen verdaderas algunas afirmaciones morales deben existir.
Básicamente, se trata de una breve inferencia de la existencia de las cosas que hace que algunas afirmaciones morales sean verdaderas para la existencia de hechos morales.
El problema es que una distinción engañosa entre hecho y opinión está incrustada en el imaginario colectivo y el sistema educativo
A lo largo de la vida nos enfrentamos a la diferencia entre realidad y opinión: una cosa es lo que no necesita prueba y otra muy distinta es lo que uno piensa, siente o cree. Eventualmente, aprendemos a distinguir entre hechos y opiniones. La cuestión es que hay afirmaciones que pueden ser reales, aunque no podamos probarlas, así como también hay afirmaciones probadas que han resultado ser falsas.
- Las cosas pueden ser reales incluso si nadie puede probarlas. Cuando definimos un hecho, oscilamos entre lo real y lo verdadero, dos cosas completamente diferentes como ya hemos visto. Por ejemplo, podría ser realidad que hay vida en otras partes del universo, aunque nadie pueda probarlo.
- Muchas de las cosas que una vez consideramos verdades probadas resultaron ser falsas. Por ejemplo, muchas personas alguna vez pensaron que la Tierra era el centro del universo, y que los astros, incluido el Sol, giraban alrededor de la Tierra. Es un error confundir lo real (una característica del mundo) con la prueba (una característica de nuestra vida mental).
La inconsistencia es obvia
Por un lado, aprendemos valores como respeto y honestidad, y por otro, aprendemos que no existe un hecho en cuanto a si mentir y hacer trampa está mal. Porque para la mayoría los valores no son hechos, son opiniones.
Nuestra creencia en que las afirmaciones de valor son opiniones que no pueden ser probadas nos lleva, a su vez, a creer que cualquier afirmación moral no es un hecho. En consecuencia, cosas como los derechos humanos son concebidas como opiniones y no como hechos. Y, peor aún, cualquiera puede creer que no es cierto que está mal matar gente por diversión.
De esta manera todo está en juego, la existencia misma está en juego. Simplemente es aterrador que personas adultas -que deberían ejercitar su conocimiento y razonamiento moral- vean las afirmaciones morales como simples opiniones que no son reales o ciertas.
En el mundo de los hechos encontramos verdades probadas y no probadas, también opiniones falsas y opiniones verdaderas
Todos los seres humanos merecemos una base intelectual consistente. Porque la vida en sociedad nos exige reconocer la existencia de hechos morales y verdades morales.
Es importante pensar críticamente:
- Las opiniones son cosas en las que creemos y muchas de ellas no son verdaderas, otras sí lo son.
- Algunas de nuestras creencias están respaldadas por evidencia, otras no lo están.
- Las afirmaciones de valor son como cualquier otra afirmación: verdaderas o falsas, probadas o no.
- Por lo tanto, nuestra tarea radica en pensar cuidadosamente a través de nuestra evidencia cuál de las muchas afirmaciones morales en competencia es correcta y cuál no.
Nuestras acciones son reales
Nos debatimos entre hechos y opiniones, no obstante, una vez que actuamos nuestra acción es real. El problema es que no cualquier acción es una acción ética. Una acción ética requiere verdad y bondad. Cuando realizamos una acción que puede describirse como buena, nuestra buena acción individual se vincula con todas las buenas acciones, estableciendo una relación reciproca con el bien común.
Cada acción ética individual es internamente determinada y externamente libre. Esto significa que en el momento en que nos enfrentamos a un dilema ético ya no podemos cambiar los factores que contribuyeron a crear el dilema, pero sí podemos dar una respuesta a la situación. No obstante, depende enteramente de nosotros si esa respuesta es una acción ética o una acción no ética.
Muchos elementos contribuyen a la toma de una decisión ética y la acción que se deriva de esa decisión. Por ejemplo, nuestras creencias religiosas y nuestras circunstancias políticas o económicas. Como hemos visto, todo lo que pensamos y hacemos se fundamenta en las ideas que tenemos sobre las cosas, es decir, la realidad, nosotros mismos y Dios: ¿Qué es real para mí? ¿Quién soy? ¿En qué creo?
Conclusión
Todas las personas hacemos juicios morales todo el tiempo, sin excepción, ante la mentira, el engaño o un asalto a mano armada. Asimismo, la sola reflexión que nos lleva a no querer ser lastimados por terceros ya es una reflexión ética.
Fundamentar la ética no es una tarea fácil, pero la perspectiva cambia radicalmente si tenemos en cuenta que no podemos saber lo que es la realidad, y que sólo podemos conocer nuestra interacción con la realidad. A la ética accedemos desde la experiencia, por tanto, depende de nosotros si -al igual que Pinocho- el hecho moral nos explota o no en la cara.
Arte | Geppetto viste a Pinocho. Ilustración de Carlo Chiostri del libro de Collodi «Las aventuras de Pinocho», 1901. Cortesía de Wikimedia Commons.