Hannah Arendt introduce la controvertida noción de banalidad del mal, para describir los crímenes atroces de los regímenes totalitarios. El pensamiento de Arendt sobre la naturaleza del mal proviene de su intento por comprender y evaluar los horrores de los campos de exterminio nazis, lo que se conoce como «asesinato administrativo en masa».
Todos conocemos los horrores del Holocausto gracias a un gran esfuerzo de las partes involucradas por el no olvido. Es importante comprender que las atrocidades cometidas por los nacionalsocialistas son parte de nuestra cultura social del recuerdo, no solo para los alemanes y judíos, sino para toda la humanidad. Hay cosas que nunca debemos olvidar.
En sus Memorias Arendt se expresa sobre la experiencia del Holocausto: «Lo radicalmente malo es lo que no debería haber ocurrido, es decir, con lo que no se puede reconciliar, lo que no se puede aceptar como destino bajo ninguna circunstancia, y lo que no se debe callar. Es eso, por lo que no se puede asumir la responsabilidad, porque sus implicaciones son incalculables y porque no hay un castigo que sea adecuado bajo esas implicaciones. Esto no significa que todo mal deba ser castigado; pero, si uno puede reconciliarse o apartarse de él, debe ser punible.»
Eichmann en Jerusalén
En abril y junio de 1961 Arendt estuvo presente como observadora de la revista The New Yorker, en el juicio contra Adolf Eichmann por crímenes de guerra. Eichmann fue teniente coronel de la Schutzstaffel (SS), y responsable de organizar el transporte de millones de judíos y otros a varios campos de concentración.
El libro Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal, publicado en 1963, fue una versión ligeramente ampliada del texto en el New Yorker: «A Reporter at Large: Eichmann in Jerusalem».
Este libro no se ocupa de la historia del mayor desastre sufrido por el pueblo judío, ni tampoco es una crónica del totalitarismo, ni la historia del pueblo alemán en tiempos del Tercer Reich, ni por último tampoco, ni mucho menos, un tratado sobre la naturaleza del mal. Todo proceso se centra en la persona del acusado, en una persona de carne y hueso, con una historia suya, individual, con sus propias formas de comportamiento, y con sus propias circunstancias.
— Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal
Ahora bien, al informar para The New Yorker, Hannah Arendt se enfrenta a lo que ella llama «la banalidad del mal»: un agente burocrático que comete crímenes atroces sin la presencia de un motivo perverso o fervor ideológico.
Todo lo anterior ha sido alegado muy a menudo, especialmente por aquellos que no descansarán hasta haber descubierto «un Adolf Eichmann en el interior de cada uno de nosotros». Si se da al acusado el carácter de símbolo, y al proceso el de pretexto para plantear problemas que son aparentemente más interesantes que el de la culpabilidad o inocencia de un individuo determinado, entonces deberemos, si es que queremos ser consecuentes, aceptar la afirmación hecha por Eichmann y su defensor: Eichmann fue llevado ante el tribunal porque se necesitaba un chivo expiatorio, y este chivo expiatorio lo necesitaba no solo la República Federal Alemana, sino también los hechos históricos ocurridos y cuanto los hizo posibles, es decir, se trataba de un chivo expiatorio del antisemitismo y del gobierno totalitario, así como del género humano y del pecado original.
— Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal
Las intenciones no son tan sencillas de juzgar como los actos
La mayoría no podemos evitar pensar que alguien capaz de enviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños es un sádico y perverso que siente placer al asesinar. Pues bien, en el juicio Arendt supera sus propias convicciones y determina que las intenciones no son tan sencillas de juzgar como los actos.
Arendt describe a Eichmann como un hombre normal, que aparte del hecho de que quería hacer una carrera en la SS no tenía ningún motivo, ni siquiera era un fanático antisemita. Era psicológicamente normal no un demonio o un monstruo. Era un hombre que obedeció las órdenes, la ley y cumplió con su deber.
… en cuanto al problema de conciencia, Eichmann recordaba perfectamente que hubiera llevado un peso en ella en el caso de que no hubiese cumplido las órdenes recibidas, las órdenes de enviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños, con la mayor diligencia y meticulosidad. Evidentemente, resulta difícil creerlo. Seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre «normal». «Más normal que yo, tras pasar por el trance de examinarle», se dijo que había exclamado uno de ellos.
— Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal
Y otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas y amigos, era «no solo normal, sino ejemplar». Y, por último, el religioso que le visitó regularmente en la prisión, después de que el Tribunal Supremo hubiera denegado el último recurso, declaró que Eichmann era un hombre con «ideas muy positivas». Tras las palabras de los expertos en mente y alma, estaba el hecho indiscutible de que Eichmann no constituía un caso de enajenación en el sentido jurídico, ni tampoco de insania moral. […]
Peor todavía, Eichmann tampoco constituía un caso de anormal odio hacia los judíos, ni un fanático antisemita, ni tampoco un fanático de cualquier otra doctrina. «Personalmente» nunca tuvo nada contra los judíos, sino que, al contrario, le asistían muchas «razones de carácter privado» para no odiarles.
De esto surge la pregunta si ¿se puede hacer el mal sin ser malo?
La intención principal de Eichmann era obedecer, y para que la intención sea perfectamente voluntaria se requiere de la reflexión sobre los propios actos. En consecuencia, el mal es un peligro ubicuo de Eichmann y se deriva de un abandono («falta de mundo»), división del trabajo y anonimato burocrático.
Desde esta perspectiva burocrática, «el gobierno de Nadie», como arma del totalitarismo, es que Arendt llega a su noción de «la banalidad del mal». Una banalidad reflejada en el mismo Eichmann, quien encarnó «el dilema entre el indecible horror de los hechos y la innegable ridiculez del hombre que los perpetró».
Cuanto más se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad para pensar, particularmente, para pensar desde el punto de vista de otra persona. No era posible establecer comunicación con él, no porque mintiera, sino porque estaba rodeado por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y por ende contra la realidad como tal.
— Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal
«Bolsas del olvido»
Según Arendt, los nazis proporcionaron esta desconexión deliberada de la realidad: «bolsas del olvido» (Hoy, les llaman «hechos alternativos»).
Cierto es que el dominio totalitario procuró formar aquellas bolsas de olvido en cuyo interior desaparecían todos los hechos, buenos y malos, pero del mismo modo que todos los intentos nazis de borrar toda huella de las matanzas —borrarlas mediante hornos crematorios, mediante fuego en pozos abiertos, mediante explosivos, lanzallamas y máquinas trituradoras de huesos—, […] también es cierto que vanos fueron todos sus intentos de hacer desaparecer en «el silencioso anonimato» a todos aquellos que se oponían al régimen. Las bolsas de olvido no existen. Ninguna obra humana es perfecta, y, por otra parte, hay en el mundo demasiada gente para que el olvido sea posible. Siempre quedará un hombre vivo para contar la historia.
— Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal
Nadie está exento de caer en la banalidad del mal
Arendt señala que, bajo condiciones de terror, la mayoría de nosotros cumpliríamos, pero algunas personas no. Asimismo, no se requiere más y no se puede pedir nada más, para que este planeta siga siendo un lugar adecuado para la vida humana.
La lección de esta historia es sencilla y al alcance de todos. Desde un punto de vista político, nos dice que en circunstancias de terror, la mayoría de la gente se doblegará, pero algunos no se doblegarán, del mismo modo que la lección que nos dan los países a los que se propuso la aplicación de la Solución Final es que «pudo ponerse en práctica» en la mayoría de ellos, pero no en todos. Desde un punto de vista humano, la lección es que actitudes cual la que comentamos constituyen cuanto se necesita, y no puede razonablemente pedirse más, para que este planeta siga siendo un lugar apto para que lo habiten seres humanos.
— Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal
Hannah Arendt: la banalidad del mal
Arendt toma el término de Kant «mal radical» para describir el mal del Holocausto. Sin embargo, mientras que Kant se refiere al mal radical para determinar la raíz del mal, Arendt lo hace en un sentido extremo, una forma máxima de mal sin ninguna restricción.
En una carta al erudito Gerhard Scholem de diciembre de 1964, ella aclara su punto de vista: «Tienes toda la razón, cambié de opinión y ya no hablo de «mal radical». […] De hecho, es mi opinión ahora que el mal nunca es «radical», que es solo extremo y que no posee profundidad ni dimensión demoniaca alguna. Puede crecer en exceso y arrasar todo el mundo precisamente porque se propaga como un hongo en la superficie. Es «desafiante al pensamiento», como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar cierta profundidad, de llegar a las raíces, y en el momento en que se ocupa del mal, se siente frustrado porque no hay nada. Esa es su «banalidad». Sólo el bien tiene una profundidad que puede ser radical.»
Ahora bien, ese mal extremo nos hace superfluos como seres humanos, muertos vivientes carentes de espontaneidad o libertad. Una suerte de portavoces de escritorio en un aparato burocrático, sin ninguna motivación interna para cumplir las tareas, más que el deber y la irreflexión.
Arendt realiza un gran esfuerzo por diferenciar entre lo banal y lo común. Si bien los actos del mal pueden convertirse en tragedias monumentales, los perpetradores humanos individuales de esos actos a menudo están marcados no con la grandiosidad de lo demoníaco, sino con la absoluta mundanidad.
Foto | Retrato de Hannah Arendt por Fred Stein, 1944. Se encuentra en la Galería Nacional de Retratos, Instituto Smithsonian, Washington, DC.