Freud: moral y personalidad

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En el diccionario de la Real Academia Española leemos que la personalidad es la «diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra». En ese sentido, los estudios de Sigmund Freud sugieren que la moral es una parte fundamental de nuestra personalidad. Según Freud todos tenemos la habilidad para evaluar nuestra propia autoimagen y estamos equipados con una conciencia moral.

Para la psicología freudiana la personalidad está conformada por el ello, el yo y el superyó. Este último constituye la parte moral de la personalidad, encerrando el ideal del yo o autoimagen consciente. Ahora bien, el superyó o superego representa lo ideal más que lo real. Podríamos decir que se trata de una especie de instinto de supervivencia social o centinela moral perfeccionista.

Por un lado, se esfuerza por la excelencia por encima del placer o la realidad. Y por otro, inhabilita y cambia de manera automática aquellos impulsos destinados a producir pensamientos y acciones antisociales o inmorales. De esta manera, Freud nos revela la moral como parte fundamental de nuestra personalidad. 

El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión (por el influjo de la autoridad, la doctrina religiosa, la enseñanza, la lectura), tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, quizá también como sentimiento inconsciente de culpa, sobre el yo. 
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El ideal del yo es, por lo tanto, la herencia del complejo de Edipo y, así, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello. Mediante su institución, el yo se apodera del complejo de Edipo y simultáneamente se somete, él mismo, al ello. Mientras que el yo es esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó se le enfrenta como abogado del mundo interior, del ello. 

─ Sigmund Freud, El yo y el ello 

Freud: moral y personalidad

Según Freud, además de incorporar los valores de las figuras parentales, el superyó se forma a través de los mandatos morales de nuestra cultura. De niños pequeños descubrimos los «poderes superiores» de nuestros padres y luego de nuestros maestros, así, los admiramos y tememos para luego «incorporarlos en nosotros mismos».