Formación ética

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La formación ética lleva implícita la formación de nuestra conducta moral, y responde a la pregunta sobre el papel de la educación para formar personas buenas. De manera concreta, se trata de una formación centrada en los valores humanos, el desarrollo del pensamiento ético y la formación del carácter. Aunque podemos atender cada uno de estos aspectos de manera individual, resulta imperativo unificarlos, atendiendo al campo cognitivo, afectivo y contextual.

Basándose en el modelo de virtud derivado del trabajo de Aristóteles, T. Lickona señala en Eleven principles of effective character education, Journal of moral education, que la conducta moral se debe aprender, practicar y en última instancia interiorizar como un carácter o virtud, ya que es el acto habitual el que deriva en el rasgo de carácter.

Lickona define el carácter moral como disposiciones estables para responder a situaciones de modo moral, y al carácter de los ciudadanos como la medida en que una masa crítica de individuos posee y encuentra su identidad en la sociedad, para actuar con base en una visión moral compartida.

Ahora bien, es importante tener claro que la formación ética no se trata de una formación de hábitos. Según Lickona es necesaria una formación moral que desarrolle la autonomía y las capacidades de juicio y discernimiento, así como la toma de perspectiva y la empatía. De manera especial, se trata de una formación que atiende al campo cognitivo, afectivo y contextual porque desde estos tres ámbitos se explica la conducta y nuestro desarrollo moral.

La finalidad de la formación ética es educarnos para la libertad

Todos somos sujetos morales poseedores de conciencia y responsables de las propias acciones, dotados de los principios de autonomía, inviolabilidad y dignidad. Esto significa que somos libres con la opción de hacer las cosas bien o hacerlas mal. Precisamente, como consecuencia directa de nuestra libertad, el objeto de la formación ética es hacernos conscientes de nuestra libertad y de nuestra responsabilidad individual.

La formación ética tiene la tarea de desarrollar capacidades cognitivas que nos permitan identificar las dimensiones éticas de los problemas, y abordar problemas éticos en todas las áreas del conocimiento humano. Asimismo, tiene la tarea de desarrollar habilidades de pensamiento crítico, particularmente la capacidad de reflexionar y deliberar sobre los propios motivos, así como las consecuencias teóricas y prácticas de nuestras acciones tanto individuales como colectivas.

Una libertad que sólo se interesa en negar la libertad debe ser negada. Y no es cierto que el reconocimiento de la libertad de los demás limite mi propia libertad: ser libre no es tener el poder de hacer lo que te dé la gana; es ser capaz de superar lo dado hacia un futuro abierto; La existencia de los demás como libertad define mi situación e incluso es la condición de mi propia libertad.

Simone de Beauvoir, La ética de la ambigüedad

Un derecho humano a la educación y al sano desarrollo de la autonomía

Cuando hablamos de formación ética nos referimos a un derecho humano a la educación y al sano desarrollo de la autonomía. El sujeto de la educación es la persona como tal y por ende la colectividad o sociedad ya que ésta es el conjunto de personas, y su objetivo consiste en actualizar todas nuestras virtudes, extrayendo desde adentro lo que hereditariamente traemos con nosotros y haciendo posible la realización de la propia personalidad. Para, de esta manera, favorecer la conservación de una forma de vida en sociedad movilizada por valores de justicia y solidaridad, sin los cuales no es viable la vida en sociedad.

En su obra Educación como socialización, Émile Durkheim explica que las personas estamos guiadas desde el exterior por la coherencia social (las leyes y la cultura, incluidos en ésta última los sistemas de valores), y desde el interior por la capacidad de autorregulación y autoevaluación (autonomía).

En consecuencia, en el sentido social, más allá de preparar las nuevas generaciones para recibir, conservar y enriquecer la herencia cultural del grupo, la educación tiene como objeto general propiciar la coherencia entre las pautas externas e internas de la persona. Esto es, que debe realizar una actividad de «socialización» y una actividad «social».

La actividad de socialización se refiere al proceso de construcción de la identidad individual, la cual implica el sano desarrollo de la autonomía. Es decir, la capacidad de la persona de bastarse a sí misma para preservar la propia individualidad frente a los demás. Por su parte, la actividad social se refiere a los diversos modos de pensamiento que constituyen la coherencia social, como la correspondencia entre la ley y la cultura.