Si para las corrientes antropológicas antiguas somos un alma racional, para Ludwig Feuerbach somos seres sensibles, seres que pensamos, amamos y queremos.
Durante siglos prevaleció una concepción abstracta del hombre donde el cuerpo no pertenecía a la existencia humana, esfera exclusiva del alma. Contrario a esta posición, Feuerbach cuestiona la esencia del hombre o nuestra humanidad propiamente dicha, y concluye que la esencia de la que somos conscientes consiste en la razón, el corazón y la voluntad.
De esta manera, el punto de partida de la antropología materialista de Feuerbach es el hombre: el hombre sensible.
Nosotros hemos creado a Dios
Aún en nuestro tiempo persiste la creencia en que Dios ha creado al hombre, pero según Feuerbach esto es el fruto de una tremenda inversión. Para él, es el hombre quien ha creado a Dios. Además, es un fracaso del hombre religioso proyectar la conciencia del hombre fuera de sí mismo, y otorgarle el crédito de todo lo que él mismo es a un ser que llama Dios.
Según esto, Dios no nos ha creado, sino lo contrario, nosotros hemos inventado a Dios como un espejo en el que nos reflejamos a sí mismos. Por consiguiente, las virtudes o atributos que poseemos nos pertenecen a nosotros mismos, no a Dios.
Dios no es lo que somos y nosotros no somos lo que es Dios
Para Feuerbach estaba claro que los atributos que nosotros adjudicamos a Dios, no son otra cosa que nuestros deseos y sentimientos sublimados.
Dios es eterno, el hombre temporario; Dios es omnipotente, el hombre impotente: Dios es santo, el hombre pecaminoso. Dios y el hombre son dos extremos: Dios es lo absolutamente positivo, el contenido de todas las realidades: el hombre es sencillamente lo negativo, el concepto de la nada.
― Ludwig Feuerbach, La Esencia del Cristianismo
Ahora bien, esta discordia que nos presenta la religión entre Dios y nosotros es una discordia entre nosotros mismos y nuestro propio ser.
Lo único verdaderamente divino y absoluto somos nosotros mismos como especie
Al parecer, lo que hacemos es proyectar nuestras cualidades y aspiraciones fuera de nosotros, nos extrañamos de nosotros mismos y, así, construimos la idea de Dios: un ser exterior a nosotros. Por ende, la conciencia que poseemos de Dios es la proyección alienada que hemos hecho de nosotros mismos.
Lo único verdaderamente divino y absoluto somos nosotros mismos, no como individuos sino como especie. Por lo que, en lugar de una moral basada en el amor a Dios, Feuerbach propone una moral basada en el amor al ser humano y en la esencia del hombre.
Así como el hombre piensa, así como él siente, así es su Dios; este es el valor que tiene el hombre y este es el valor que tiene su Dios. La conciencia de Dios es la conciencia que tiene el hombre de sí mismo, el conocimiento de Dios es el conocimiento que tiene el hombre de sí mismo. Conoces al hombre por su Dios, y viceversa, por su Dios conoces al hombre; ambas cosas son idénticas. Lo que para el hombre es Dios, es su espíritu y su alma; y lo que es el espíritu del hombre, su alma, su corazón, es precisamente su Dios, y Dios es el interior revelado, el yo perfeccionado del hombre; la religión es la revelación solemne de los tesoros ocultos del hombre, es la confesión de sus pensamientos íntimos, la proclamación pública de sus secretos de amor.
― Ludwig Feuerbach, La Esencia del Cristianismo
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En cambio, si mi imaginación corresponde a la medida de la especie, la diferencia entre el ser absoluto y el ser relativo ya no existe; pues, esta imaginación es absoluta. La medida de la especie es la medida absoluta, es la ley y el criterio del hombre.
El hombre es el Dios del hombre: «Lo humano es lo divino»
Feuerbach parte de lo concreto y lo finito al explicar nuestra naturaleza desde nuestra pertenencia al mundo y nuestro cuerpo. Para él, somos el resultado del entorno y la conciencia es el resultado de nuestra interacción con el mundo externo. En consecuencia, para aspirar a la perfección debemos tener la fuerza del raciocinio, la fuerza de la voluntad y la fuerza del corazón.
Pero ¿cómo es entonces la esencia del hombre de la cual éste es consciente, o en qué consiste la especie, la humanidad propiamente dicha en el hombre? (1) Consiste en la razón, en la voluntad y en el corazón. Para que el hombre sea perfecto, debe tener la fuerza del raciocinio, la fuerza de la voluntad y la fuerza del corazón. La fuerza del raciocinio es la luz de la inteligencia; la fuerza de la voluntad es la energía del carácter y la fuerza del corazón es el amor. La razón, el amor y la fuerza de la voluntad, son perfecciones, son las fuerzas más altas, son la esencia absoluta del hombre como hombre y el objeto de su existencia. El hombre existe para conocer, para amar y para querer.
― Ludwig Feuerbach, La Esencia del Cristianismo
Para Feuerbach somos seres sensibles
Estas fuerzas: razón, amor y voluntad son nuestra esencia absoluta como seres humanos y el objeto de nuestra existencia. Cada uno de nosotros existe para conocer, para amar y para querer. Feuerbach nos concibe como seres sensibles, seres que pensamos, amamos y queremos.
Pero ¿cuál es el objeto de la razón? Es la razón. ¿Y el amor? Es el amor. ¿Y el de la voluntad? Es la libertad de la voluntad. Nosotros conocemos para conocer, amamos para amar y queremos para querer, esto es, para ser libres. La esencia verdadera es un ser que piensa, ama y quiere. Veraz, perfecto y divino es solamente lo que existe por sí mismo. Pero ése es el amor, ésa es la razón, ésa es la voluntad. La trinidad divina en el hombre que existe por encima del hombre individual, es la unidad de la razón, del amor y de la voluntad.
― Ludwig Feuerbach, La Esencia del Cristianismo
Lo importante es el ser corporal, el ser real, para Feuerbach somos seres sensibles. En consecuencia, el ser humano es el valor supremo del ser humano, es decir, el amor del ser humano por el ser humano es el ideal por excelencia de las relaciones humanas.
Por esta razón, en lugar de una moral religiosa basada en el amor a Dios, la propuesta de Feuerbach es un humanismo que propugna una moral basada en el amor al ser humano.