Fausto de Goethe

Hace unos 200 años apareció la obra más importante de la literatura alemana: Fausto de Johann Wolfgang von Goethe. Una obra vasta y poderosa, donde se tratan casi todos los grandes temas de la vida: amor, juventud, vejez, el diablo, la idea del bien, etc. 

Goethe, poeta con alma de filósofo, nos deleita con cuestiones fundamentales de la existencia. Fausto se plantea las preguntas que no nos hacemos, aquellas que, al parecer, no tienen cabida en la vida cotidiana de nuestro tiempo. En este sentido, sigo un hilo que enlaza la obra, pero me limito a «Fausto I». 

El Fausto de Goethe es una gran advertencia moral 

«Fausto I – La primera parte de la tragedia», tiene lugar en Alemania alrededor del año 1500. Goethe tomó prestada la figura de Fausto de la trama del libro de Fausto de 1587, historia abreviada en el teatro de marionetas de la época. Al parecer, una figura que se remonta a una persona real. 

La trama de este Fausto de las marionetas es la de un erudito frustrado en todos los aspectos, que tiene la oportunidad de cumplir todos sus deseos a través del pacto con el diablo. Sin embargo, lo quería absolutamente todo y, por eso, el diablo pudo acabar con él. 

Fausto, en sí, es una gran advertencia moral contra la sed desenfrenada de conocimiento y la indulgencia excesiva. Goethe mantiene la advertencia moral, pero lleva a su Fausto más allá, y lo convierte en el drama del hombre en busca de significado y de sí mismo. 

Dios y el diablo no piensan lo mismo sobre los seres humanos 

En el «Prólogo en el cielo» Goethe prepara la obra. En la conversación entre Dios (El Señor) y el diablo (Mefistófeles), el punto central es la discrepancia en sus apreciaciones sobre los seres humanos. Diferencias que dan lugar a la apuesta por el alma de Fausto. 

Mefistófeles tiene una imagen negativa de los hombres, solo ve cómo la gente lucha y se atormenta, mientras el «dios del mundo permanece igual». Es escéptico sobre la razón por la que los hombres luchan por «ser más animales que cualquier animal». 

El Señor, por otro lado, cree en el bien de las personas. Tiene una imagen positiva del hombre, reconoce las posibilidades de la mente y confía en la razón. 

La apuesta en el Fausto de Goethe 

El Señor cree en el bien de Fausto, a diferencia de Mefistófeles que está convencido de que puede desviar al erudito del camino correcto. 

EL SEÑOR. ¿Conoces a Fausto?  

MEFISTÓFELES. ¿El Doctor?  

EL SEÑOR. Mi siervo.  

MEFISTÓFELES. Sin duda. Ese sujeto os sirve de una manera extraña. Para ese loco nada hay de terrestre, ni aun el comer ni el beber. Su espíritu siempre cabalga por los espacios, y él mismo se da cuenta a medias de su locura. Pide al cielo sus más bellas estrellas, y a la tierra sus sublimes alegrías; pero nada de lejos ni de cerca basta para calmar la tempestad de sus deseos.  

EL SEÑOR. Me busca afanosamente en la oscuridad, y voy bien pronto a conducirle a la luz. En el arbusto que enverdece, el jardinero distingue ya las flores y los frutos que se desarrollarán en la estación inmediata.  

MEFISTÓFELES. ¿Queréis apostar a que perdéis también a ese? Pero dejadme la elección de los medios, para arrastrarle despacio a mis vías.  

EL SEÑOR. Cuanto tiempo viva sobre la tierra te es permitido inducirle en tentación. Todo hombre que obra puede extraviarse.  

MEFISTÓFELES. Os doy gracias. Me agrada mucho habérmelas con los vivos. Me gustan las mejillas llenas y frescas. Soy como el gato, que se cuida muy poco de los ratones muertos.  

EL SEÑOR. Bien, lo permito. Separa a ese espíritu de su origen, y condúcelo a tu camino, si puedes; pero que seas confundido si tienes que reconocer que un hombre de bien, en la tendencia confusa de su razón, sabe distinguir y seguir la vía estrecha del Señor.  

— W. Goethe, Fausto y El Segundo Fausto. Traducción de L. Aquarone, 1893. 

La apuesta de Job 

Esta apuesta recuerda a la apuesta de Job en el Antiguo Testamento:  

6 Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás.  

7 Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella.  

8 Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?  

9 Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?  

10 ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra.  

11 Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia.  

12 Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová. 

— Job 1:6-12, Reina-Valera 1960 

El erudito insatisfecho 

Fausto es un erudito de gran éxito que no acepta límites. Lo tiene todo: conocimiento y reputación. Sin embargo, no está satisfecho. Dice Mefistófeles de Fausto que él «pide al cielo sus más bellas estrellas, y a la tierra sus sublimes alegrías; pero nada de lejos ni de cerca basta para calmar la tempestad de sus deseos». 

«Pide al cielo sus más bellas estrellas», esto indica el conocimiento del mundo (Welterkenntnis). Pero, también pide «a la tierra sus sublimes alegrías», esto es deseo de vivir y los placeres mundanos (Lebenslust). 

FAUSTO. ¡Filosofía, ay de mí! jurisprudencia, medicina, y tú también, triste teología!.. os he estudiado a fondo con ardor y paciencia: y heme aquí ahora, pobre loco, tan sabio como antes. Me título, es verdad, maestro, doctor, y hace diez años que dirijo como quiero a mis discípulos. Y bien veo que nada podemos conocer… ¡He ahí lo que me abrasa la sangre! ¡Sé más, ciertamente, que todos cuantos necios, doctores, maestros, escritores y monjes hay en el mundo! ¡Ni un escrúpulo, ni una duda me atormentan ya! Nada temo del diablo, ni del infierno: pero también me ha sido arrebatada toda alegría.  

— W. Goethe, Fausto y El Segundo Fausto. Traducción de L. Aquarone, 1893.

Fausto reconoce los límites del conocimiento académico y sus limitaciones humanas. En su afán de conocimiento usa la magia como método de reconocimiento del mundo. Pero fracasa, comprende que no puede competir con los espíritus ni con los dioses. 

También quiere abrirse a la vida plena. No obstante, retrocede ante la belleza que le revela el «espíritu de la tierra» (el anima mundi). Cuando lo rechazan, simplemente lo maldice todo. Es la actitud de todo o nada. 

La tragedia del erudito (Gelehrtentragödie) 

Fausto es un erudito bien educado, pero profundamente desesperado por no poder exceder los límites del conocimiento humano. 

La codicia de Fausto por más conocimiento y más placer hace imposible que disfrute de la vida. Profundamente deprimido e insatisfecho con su vida, hace un pacto con Mefistófeles, el diablo. Le vende su alma a cambio de un «momento» de felicidad, que cree encontrar en el conocimiento ilimitado y los placeres mundanos. 

En el Fausto de Goethe El pacto aparece como una apuesta entre socios iguales: 

MEFISTÓFELES. En ese caso, puedes aventurarte; empéñate; verás en estos días cuanto placer le es dado a mi arte procurar: te daré lo que ningún hombre ha podido ni aun entrever.  

FAUSTO. ¿Y que tienes que dar tú, pobre demonio? ¿Ha sido nunca concebido por tus semejantes el espíritu de un hombre en sus altas inspiraciones? Tú sólo tienes alimentos que no satisfacen, oro descolorido, que sin cesar se desliza de las manos, como el azogue; un juego en el cual no se gana jamás; una muchacha que hasta en mis brazos hace guiños al que se halla a mi lado; el honor, bella divinidad que se disipa como un meteoro. Muéstrame un fruto que no se pudra antes de caer, y árboles que se cubran diariamente con un nuevo verdor.  

MEFISTÓFELES. Nada hay que me asombre en semejante empresa; puedo ofrecerte esos tesoros. Sí, mi buen amigo: ha llegado ya el tiempo en que podamos divertirnos con toda seguridad.  

FAUSTO. Si es posible que yo pueda tenderme en un lecho de pluma para reposar en él, ¡que se me dé al instante! Si puedes lisonjearme hasta el punto que yo esté contento conmigo mismo, si puedes seducirme con placeres, ¡que este día sea el último para mí! Yo te ofrezco la apuesta.  

— W. Goethe, Fausto y El Segundo Fausto. Traducción de L. Aquarone, 1893.

Si Mefistófeles logra que Fausto sea feliz se quedará con su alma. Por tanto, hace todo lo posible para desviar a Fausto del camino correcto. Lo hace más joven y lo ayuda a tener una aventura con una chica joven e inocente: Margarita (Gretchen). 

Fausto en la mañana de Pascua (Faust am Ostermorgen) de Johann Peter Krafft, 1856.

La contradicción

Con el pacto, el camino de Fausto está trazado, pero también su tragedia. Porque básicamente anhela el «momento» de un sí justificado, que debe prohibirse a sí mismo al mismo tiempo, porque el momento nunca puede ser todo. 

Asimismo, el amor de Fausto por Margarita la hundirá en la miseria. Porque una vida limitada con esta persona corriente y simple es imposible para él. 

Sentir lo es todo para Fausto: «el sentimiento es el todo, el nombre no es más que ruido y humo que nos vela el esplendor de los cielos». Pero, son palabras de seducción que rechazan cualquier compromiso, y Margarita lo sabe, es una chica inteligente y lo contradice: «puede parecer razonable; pero aún queda, sin embargo, algo de oscuro, porque tú no crees en el cristianismo». 

Sentir lo es todo

FAUSTO. Querida mía, ¿Quién osaría decir: Creo en Dios? Pregúntaselo a los sacerdotes y a los sabios, y su respuesta parecerá una burla de la pregunta.  

MARGARITA. ¿No crees pues en él?  

FAUSTO. Compréndeme mejor, amable criatura: ¿Quién se atrevería a nombrarlo y a hacer este acto de fe: Creo en él? ¿Quién se atrevería a sentir y a decir: No creo en él? Él que lo contiene todo, que todo lo sostiene, ¿no te sostiene a ti, y a mí y a él mismo? ¿No se sustenta el cielo allá arriba? ¿No se extiende la tierra por aquí abajo, y no se elevan los eternos astros mirándonos amigablemente? ¿Mis ojos no ven los tuyos? ¿No arrastra hacia ti mi cabeza y mi corazón todo cuanto existe? ¿Y lo que hacia ti me impele, no es un misterio eterno, visible o invisible? Por profundo que sea, llena tu alma de él, y si con ese sentimiento eres dichosa, dale el nombre que quieras, ¡felicidad! ¡corazón! ¡amor! ¡Dios! Por lo que hace a mí, no tengo ningún nombre para eso. El sentimiento es el todo, el nombre no es más que ruido y humo que nos vela el esplendor de los cielos.  

MARGARITA. Todo lo que hablas es bello y bueno: lo que dice el cura se parece a eso. Excepto algunas palabras.  

FAUSTO. Todos los corazones, bajo el sol, lo repiten en su lenguaje; ¿por qué no decirlo yo en el mío?  

MARGARITA. Si eso se entiende así, puede parecer razonable; pero aún queda, sin embargo, algo de oscuro, porque tú no crees en el cristianismo.  

— W. Goethe, Fausto y El Segundo Fausto. Traducción de L. Aquarone, 1893. 

La tragedia de Margarita (Gretchentragödie) 

Lo que Margarita quiere decir es que la religión tiene que tomar forma concreta en un orden. Para ellos este es el orden que da la Iglesia: el matrimonio. Margarita se refiere a un principio de lo religioso en general, pero Fausto lo elude y persigue sus intereses. No toma ni a Dios ni al diablo en serio. 

La tragedia no se hace esperar. La noche secreta del amor, Fausto deja embarazada a Margarita y provoca la muerte de su madre y posteriormente la de su hermano. Margarita, desesperada y medio loca, mata al niño nacido fuera del matrimonio. Es encarcelada y condenada a pena de muerte. 

Lo único que Margarita desea es ser feliz. Pero en su intento se sacrifica por completo a Fausto hasta que finalmente no queda nada de su personalidad y sucumbe a la locura. Su amor por él no la libera ni le da la felicidad que tanto anhela, esto sólo lo alcanza al perderlo todo, incluso su libertad. En su confusión, Margarita todavía muestra independencia. Así, al final de la tragedia se salva, se reencuentra negándose a huir. Rechaza la salvación por medio de Fausto y Mefistófeles, se entrega al juicio de Dios, y ella se salva, mientras Fausto y Mefistófeles huyen. 

Si bien, hasta ahora, el alma de Fausto ha sido reclamada incondicionalmente por el diablo, Fausto tiene la posibilidad de redención. 

Parábola del mundo globalizado 

Con la figura de Fausto, Goethe creó el diseño de la persona moderna, aquella que siempre quiere más: más conocimiento, más dinero, más éxito, más títulos, más sexo, etcétera. 

Michael Jaeger, investigador de Goethe, sostiene que Fausto puede leerse como una parábola del mundo globalizado. Es decir, este mundo acelerado y superficial en el que vivimos, en el que se explota el medio ambiente, las personas buscan su felicidad plena en el consumo, están insatisfechas cada vez más rápidamente y especulan sin cesar sobre el futuro. 

Quizá, al igual que Fausto, tenemos que ir por el camino del mal para llegar al bien, como si fuera necesario delimitar primero el mal para que se destaque el bien.   

El hecho moral es universal: trasciende el tiempo y el espacio. Fausto es tan actual como hace 200 años y abre todo un universo de percepciones, preguntas y formas de pensar. Ciertamente una obra que vale la pena leer o volver a leer. 


Arte | Fausto en la mañana de Pascua (Faust am Ostermorgen) de Johann Peter Krafft, 1856. El cuadro se encuentra en el Museo Belvedere, Viena, Austria. 

Es la mañana de Pascua 

La pintura recrea la escena en que Fausto ya nada tiene que aprender ni ver sobre la tierra, y ya no quiere vivir más en el limitado círculo de los deseos humanos. Fausto sostiene una copa con veneno en la mano, su pensamiento es quitarse la vida, pero las campanas y los cantos de Pascua le hacen caer la copa de las manos. 

FAUSTO. […] He aquí un licor que debo beber piadosamente; te llena de sus negras olas; yo lo he escogido, será mi última bebida; la consagro con toda mi alma, como libación solemne, a la aurora de un día más bello. 

(Lleva la copa a su boca. Suenan campanas y cantos de coros.) 

CORO DE ÁNGELES. ¡Cristo ha resucitado! Regocíjese el mortal que se consume aquí abajo en los lazos del vicio y de la iniquidad. 

FAUSTO. ¿Qué murmullos sordos, qué sonidos retumbantes arrancan poderosamente de mis turbados labios esta copa? Ese zumbido de las campanas, ¿anuncia ya la primera hora de los días de la Pascua? Esos coros divinos, ¿entonarán los cantos de consuelo, que desde la noche de la tumba, repetidos por los labios de los ángeles, fueron la primera prenda de una alianza nueva? 

— W. Goethe, Fausto y El Segundo Fausto. Traducción de L. Aquarone, 1893. 

Las calles se llenan de gente disfrutando de la alegría de la fiesta. Fausto olvida su tristeza y se deja contagiar por la alegría, que expresa con un grito: «¡Aquí soy humano, aquí puedo serlo!»

En la mañana de Pascua, Fausto da un paseo frente a la puerta de la ciudad. Más tarde, con la vista del sol poniente, llega al autoconocimiento y expresa su dilema o conflicto: 

FAUSTO. […] Dos almas ¡ay de mí! se dividen mi seno, y cada una quiere separarse de la otra: la una encendida en amor se apega al mundo por medio de los órganos del cuerpo; un movimiento sobrenatural arrastra a la otra lejos de las tinieblas, hacia las altas moradas de nuestros abuelos. 

— W. Goethe, Fausto y El Segundo Fausto. Traducción de L. Aquarone, 1893.