Epicuro: la ética del placer

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La base de la ética de Epicuro de Samos es que todo lo que produce placer es bueno: el placer es un bien inherente a nuestra naturaleza y estamos destinados a buscarlo.

Epicuro plantea que el cuerpo proporciona el único criterio de verdad y el placer es el medio que permite alcanzar la felicidad, una idea en completa contraposición a las teorías de Sócrates, Platón y Aristóteles, defensores de la tesis de la razón sobre las pasiones e impulsos.

Cuando se es joven, no hay que vacilar en filosofar, y cuando se es viejo, no hay que cansarse de filosofar. Porque nadie es demasiado joven o demasiado viejo para cuidar su alma… Por tanto hay que estudiar los medios de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla. Por consiguiente, medita y practica las enseñanzas que constantemente te he dado, pensando que son los principios de una vida bella. 
[…] 
Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como criterio del bien. 

― Carta a Meneceo 

El placer es ausencia de dolor

La finalidad de nuestras vidas es el placer. Pero no cualquier placer, sino más bien el tranquilo y duradero. Epicuro lo explica como ausencia de dolor y, para evitar el dolor, debemos buscar los placeres elementales no desenfrenados, sin rendirnos a la esclavitud de la necesidad.

Desde la perspectiva de la ética de Epicuro el auténtico placer es el placer calculado, producto de un gran autocontrol y de una buena madurez intelectual. Este placer lo alcanzamos cuando conseguimos el pleno dominio de nosotros mismos, de nuestros propios deseos y afecciones. 

No obstante, cabe aclarar que no se trata de una eliminación sistemática de las pasiones, sino de la eliminación de los obstáculos que se oponen a la felicidad: los temores, los dolores, las penas y las preocupaciones. El placer entendido de esta manera no es sólo físico, sino también intelectual. De esta manera, para alcanzar la serenidad del alma (ataraxia), es necesario el balance entre nuestras sensaciones y nuestros pensamientos. 

Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo.  

― Carta a Meneceo

Debemos saber elegir los placeres

Si bien para Epicuro la felicidad consiste en vivir en continuo placer, no se trata de cualquier placer. La felicidad no es simplemente la sensación de placer pasajero, sino más bien un estado de satisfacción duradera logrado a través de la búsqueda de una vida bien vivida. 

De ahí, la importancia de evaluar los placeres y discernir entre placeres cinéticos (gratificación instantánea) y placeres estáticos (satisfacción a largo plazo).

Epicuro distingue los deseos entre naturales y vanos, a la vez que entre los deseos naturales unos son necesarios y los otros sólo naturales. Así, entre los deseos necesarios unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo y los otros para la vida misma. Por tanto, debemos elegir los placeres sabiamente.

Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan. En efecto, en algunos casos tratamos el bien como un mal, y en otros el mal como un bien. 

― Carta a Meneceo

Los placeres y sufrimientos son consecuencia de la realización o impedimento de los deseos. Igualmente, los placeres vanos no son buenos porque son difíciles de conseguir, fáciles de perder y a la larga solo nos causan dolor. La verdadera sabiduría radica en conocer nuestras verdaderas necesidades y reducirlas a lo indispensable, evitando los deseos de poseer más. Porque el verdadero placer no lo encontramos en las cosas materiales, sino en el saber y la amistad. 

Una teoría verídica de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión a la salud del cuerpo y a la ataraxia [del alma], ya que en ello está la perfección de la vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. Y una vez lo hemos conseguido, se dispersan todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo. Ya que buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento. Cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.  

― Carta a Meneceo

Debemos comprender la muerte

Además de saber elegir los placeres, también debemos ser buenos sin ser supersticiosos. Porque no hay nada de bueno en ser buenos por miedo a un poder superior.

Según Epicuro somos infelices porque le tenemos miedo a los dioses y a la muerte. Creía que los dioses existen y están hechos de átomos como todo lo demás. Sin embargo, no vigilan nuestro comportamiento ni se preocupan de nuestros actos. Por tanto, no hay por qué tenerles miedo. 

En cuanto a la muerte, que no es más que la separación de los átomos de los que estamos hechos, comprender que no es nada para nosotros puede liberarnos de los miedos irracionales y, así, llevar una vida más plena y disfrutar de nuestra vida mortal.

Para Epicuro la ética del placer se basa en la serenidad y la autosuficiencia

Epicuro basa la ética del placer en la autonomía: el sufrimiento lo eliminamos cuando sabemos seleccionar los placeres y sabemos calcular su medida. De manera especial, lo importante es encontrar en uno mismo la serenidad y la autosuficiencia.

Epicuro pone especial énfasis en una vida equilibrada, en la que sopesemos cuidadosamente nuestros deseos y decidamos conscientemente qué nos traerá la verdadera felicidad, en lugar de dejarnos llevar por la gratificación inmediata.

La clave de la ética del placer es, precisamente, cómo nos acercamos al placer. Así, la moderación y el autocontrol son componentes importantes para alcanzar la tranquilidad y la satisfacción, y dirigirnos hacia formas de felicidad más sostenibles y profundas.