El «yo» según Sartre

Jean-Paul Sartre explica que el yo -o ego trascendental– es «superfluo» porque la conciencia «se unifica a sí misma». Sartre nos invita a considerar nuestra conciencia directa y no reflexiva de los objetos como «pre-personal y sin yo». 

Al ser directamente conscientes de un objeto no somos conscientes de que actuamos sobre ese objeto. La conciencia irreflexiva se dirige al objeto de la conciencia y no a mí mismo siendo consciente de un objeto. 

Puesto que todos los recuerdos no-reflexivos de conciencia irreflexiva me muestran una conciencia sin Yo, puesto que por otra parte las consideraciones teóricas basadas en la intuición de esencia de la conciencia nos han obligado a reconocer que el Yo no podía formar parte de la estructura interna de las «Erlebnisse», debemos concluir: no hay Yo sobre el plano irreflexivo. Cuando corro para tomar un tranvía, cuando miro la hora, cuando me absorbo en la contemplación de un retrato, no hay Yo. Hay conciencia de tranvía-debiendo-ser-alcanzado, etc., y conciencia no-posicional de la conciencia. En efecto, entonces yo estoy sumergido en el mundo de los objetos, son ellos que constituyen la unidad de mis conciencias, que se presentan provistos de valores, de cualidades atractivas y repulsivas, pero yo (moi) he desaparecido, me he anihilado (anéanti). No hay lugar para mí a este nivel, y esto no proviene del azar, de una falta de atención momentánea, sino de la estructura misma de la conciencia.  

― Jean-Paul Sartre, La Trascendencia del Ego

Sartre nos dice que estamos en una posición de espectadores externos, cuando nos damos cuenta de manera retrospectiva de nuestro acto «irreflexivo». 

El «yo» sólo existe como un patrón de actos -realizado por una conciencia de un cuerpo-, y no como un sujeto. 

El «yo» según Sartre: No se ha dicho la última palabra

Sin embargo, en filosofía nunca se ha dicho la última palabra. Algunos filósofos apuntan que la autoconciencia corporal no es una conciencia de un cuerpo en aislamiento pasivo del mundo físico y social. Nuestras experiencias perceptivas del mundo no se limitan, exclusivamente, a aquello que llega a nuestros órganos sensoriales desde nuestra perspectiva personal sobre el mundo. Por el contrario, nuestras experiencias anteriores definen cómo percibimos el mundo en cualquier momento y espacio.