Para ser legítima la política necesita el consentimiento de los gobernados, es decir, aquellos sobre los cuales ejerce el poder político, o la capacidad que tiene una persona o conjunto de personas para imponer sus decisiones a una colectividad que debe someterse.
De esta manera todos los individuos dentro de la sociedad sufrimos y practicamos las relaciones de poder, una característica propia de las diferentes relaciones sociales que se dan dentro de una sociedad.
Pero la ciudad es una forma de comunidad de iguales, con el fin de vivir lo mejor posible; y puesto que la felicidad es lo mejor y ésta es una actualización y un uso perfecto de la virtud y que de ello resulta la consecuencia de que unos hombres pueden participar de ella y otros poco o nada, es evidente que esta es la causa de que haya distintas especies y variedades de ciudad y la pluralidad de las constituciones: pues al perseguir cada pueblo ese fin de forma distinta y por distintos medios, se hacen diferentes sus formas de vida y sus regímenes políticos.
― Aristóteles, Política
¿De dónde surge el derecho de gobernar?
A lo largo de la historia hemos legitimado el poder porque creemos que manda por un ordenamiento legal, porque creemos que el poder está fundamentado en una tradición de origen sagrado, o porque creemos en las cualidades extraordinarias de la persona que lo ejerce.
De esta manera, el poder político ha estado depositado en manos de unos pocos lo que conocemos como oligarquía, o en manos de una sola persona lo que hemos llamado monarquía.
En la actualidad, al menos en teoría, en la mayoría de países la base legítima del poder político se encuentra en las manos de muchos: el pueblo o lo que llamamos una democracia. Esto significa, que como pueblo delegamos ese poder en los representantes políticos que libremente elegimos a través del proceso electoral.
Ahora bien, el derecho moral de gobernar y la legitimidad de un gobierno son justificados cuando hay un consentimiento explícito de los gobernados.
¿Podemos confiar en que elegiremos sabiamente a nuestro líder?
Platón tenía una imagen clara sobre cómo debería ser una sociedad ideal, e inicia su análisis reconociendo que la ciudad son en realidad dos ciudades, a saber, una rica y otra pobre que se encuentran en guerra entre sí.
Estaba convencido que para resolver los problemas de la ciudad es fundamental que haya un gobernante sabio y justo, que entienda lo que está mal y que posea el conocimiento para hacer lo correcto, una suerte de experto en el arte de gobernar.
El problema es que el consentimiento de los gobernados no es garantía de un buen gobierno. Platón veía que tomamos decisiones vitales sobre juicios superficiales y, sin tener en cuenta la diferencia entre las cualidades necesarias para ser electo a un cargo político y las cualidades necesarias para gobernar, cometemos el grave error de pensar que cualquiera que alcanza los votos suficientes es capaz de gobernar.
Platón estaba convencido que no poseemos la objetividad para elegir a un líder que tenga las cualidades necesarias para gobernar con sabiduría, por tanto, estaba a favor de educar y capacitar cuidadosamente a un líder desde su juventud en lugar de la democracia.
Hasta el día en que los filósofos no tengan autoridad absoluta sobre la ciudad no habrá remedio para los males de ésta, ni de los ciudadanos, ni podrá llevarse a la práctica la organización política que hemos imaginado en teoría.
― Platón, La República
Aristóteles compartió con Platón esta desconfianza en la gente común tanto para gobernar como para elegir un gobernante, coincidiendo con él en que los ciudadanos ordinarios no somos capaces o no procuramos las necesidades de la sociedad en su conjunto y, en su lugar, actuamos para satisfacer nuestros fines egoístas.
Las advertencias de Sócrates contra la democracia
Pensamos en la democracia como un bien sin ambigüedades, la entendemos como la representación de diferentes sectores en la toma de decisiones que nos conciernen a todos, y de manera sobreentendida sometemos nuestra libertad y acatamos las reglas de la mayoría. Olvidamos que un gobierno legitimado por el consentimiento de los gobernados también puede ser un mal mayor.
¿Alguna vez cuestionamos la idoneidad de la mayoría?
En los diálogos de Platón, en el libro seis de La República, Platón describe a Sócrates entrando en conversación con un personaje llamado Adimanto y tratando de hacerle ver los defectos de la democracia, comparando una sociedad con un barco.
Básicamente, Sócrates nos pregunta que si hacemos un viaje por mar a quién preferiríamos a cargo del barco ¿cualquiera o una persona educada en las reglas y las demandas de la navegación?
Nuestra respuesta resulta obvia, a lo que Sócrates responde ¿por qué entonces, seguimos pensando que cualquier anciano debería estar en condiciones de juzgar quién debería ser un gobernante de un país?
Lo que Sócrates nos advierte es que votar en una elección es una habilidad, no una intuición azarosa. Y como cualquier habilidad, necesita ser enseñada sistemáticamente a las personas.
Las advertencias de Sócrates
Para Sócrates permitir que votemos de manera irreflexiva, sin educación, es tan irresponsable como ponernos a cargo de un barco navegando en medio de una tormenta. Así, según él, sólo las personas que piensan racional y profundamente sobre cuestiones racionales deberían votar, porque es importante conectar nuestro voto con la sabiduría.
Imagínate, pues, que ha llegado a suceder algo así con una flota o un solo barco: un patrón más corpulento y más fuerte que el resto de la dotación, pero un poco sordo, corto de vista y también de conocimientos náuticos tan cortos como su vista, y que los marineros se pelean unos con otros por conseguir el timón, pretendiendo cada uno que a él le corresponde empuñarlo, aunque él no ha aprendido nunca el arte de piloto y que él no puede indicar bajo qué maestro y en qué tiempo lo aprendió; que se atreven incluso a declarar que no es un arte que pueda aprenderse, y están dispuestos a hacer pedazos a quien se atreva a asegurar que se puede enseñar.
[Imagínate], además, a ellos que se empujan en torno al mismo patrón, pidiéndole y haciendo todo para que les confíe el timón; pero aún más, entonces, si no lo convencen, y caso de que otros lo consigan, que los maten y los arrojen por encima de la borda. En lo referente al patrón, lo anulan por medio de la mandrágora, emborrachándole o por cualquier otro medio y, apoderándose del mando de la nave y del cargamento, se atracan de vino y de buenos manjares y navegan como pueden hacerlo unos tales marineros.
Además de eso, alaban y tratan de excelente marino, hábil piloto y maestro en el arte de la náutica al que les ayuda a conseguir el mando, ya persuadiendo, ya violentando al patrón, mientras que vituperan por inútil a quien no les ayude, y no conocen que a él [= al piloto] le es necesario estudiar el tiempo, las estaciones, el cielo, los astros, los vientos y todo lo que se relaciona con su arte, si quiere ser realmente un experto piloto de una nave. En cuanto a la manera de gobernarle con o sin el asentimiento de esta o aquella parte de la tripulación, no creen que pueda aprenderse mediante la teoría ni por la experiencia y al mismo tiempo el arte de pilotar.
─ Platón, La República
Lamentablemente, hemos olvidado las advertencias de Sócrates contra la democracia. No entendemos que la democracia es tan efectiva como el sistema educativo que la rodea.
Cuando la mayoría es una mayoría irreflexiva que solo obedece a la disciplina de partido o a la voz del líder, la democracia se convierte en el peor enemigo de la libertad.
El consentimiento de los gobernados es una ficción ante los gobiernos despóticos
La confianza del pueblo otorga legitimidad a un poder político para el bien común. No obstante, esto implica el reconocimiento mutuo entre los individuos de un bien común para todos. El problema es que el pueblo rara vez cuestiona su derecho, y si lo hace es porque, probablemente, ya está bajo la opresión de la tiranía.
Parafraseando a platón, el mundo es lo que es porque nosotros somos lo que somos. No podemos ignorar la ética política, permanecer estáticos, delegar la responsabilidad a otros y esperar milagros.
Si queremos gobernantes que realmente se involucren y trabajen para el pueblo y el bien común como les corresponde, todos estamos obligados a formar parte activa de la discusión sobre las virtudes de los distintos regímenes políticos, los valores de la libertad, la igualdad o el ideal de justicia.
¿En qué clase de mundo y en qué clase de sociedad queremos vivir?
¿Cómo concebimos la democracia cuando decimos que queremos una sociedad democrática?