Tradicionalmente, por código moral comprendemos un conjunto de normas, reglas y leyes que dictan nuestro comportamiento, aceptadas por una colectividad para indicar lo que está bien y lo que está mal. No obstante, el código moral personal desborda esta definición, ya que se trata de aquello que creemos en lo más profundo de nuestro ser y cómo desde ahí nos relacionamos con el resto del mundo.
Aunque el código moral personal está influenciado por lo que la sociedad dicta que es correcto e incorrecto, este código es único para nosotros y diferente al resto, en el nivel de importancia que otorgamos a ciertos valores y en la manera como los mantenemos.
Conforme fortalecemos nuestro razonamiento abstracto también fortalecemos nuestro razonamiento moral y aprendemos a desenvolvernos en sociedad.
Aproximadamente entre los 10 y los 14 años configuramos la reciprocidad ética asimilada de nuestro medio social. De forma única y particular construimos nuestro propio código moral, al poner a prueba los valores aceptados previamente sin cuestionar contra los de nuestros pares para decidir cuáles conservar y cuáles descartar.
En este proceso asimilamos valores y adquirimos habilidades sociales de los modelos de roles y los referentes sociales proporcionados por la familia, cuidadores, docentes y la sociedad en general. Lo que hacemos es poner a prueba los valores y las habilidades sociales, para desarrollar la visión de nosotros mismos como personas capaces de dominar habilidades valoradas por la sociedad a la cual pertenecemos.
Esto implica la necesidad del conocimiento de nuestras aptitudes, habilidades y capacidades, así como la formación del sentido moral y social desde los principios y valores que deben orientar nuestro juicio moral y, por ende, nuestro comportamiento.
Impacto de las relaciones familiares en la formación del código moral personal
Como somos parte inseparable del entorno, los seres humanos desde que nacemos nos desarrollamos dentro de un contexto social e histórico, sujetos a influencias contextuales sobre nuestro desarrollo integral.
Entre las influencias contextuales más importantes encontramos la familia, principalmente aspectos como la atmósfera y la estructura del entorno familiar. Esto es así porque el respaldo, las manifestaciones amorosas, los conflictos familiares, el trabajo y la condición socioeconómica de nuestros padres dan forma al entorno familiar.
Cuando nos referimos a la familia estamos hablando de ese grupo de personas que nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Personas cercanas que nos brindan compañía, seguridad, protección, afecto y apoyo emocional; personas que nos ayudan a descubrir quiénes somos y a formar nuestra visión del mundo y manera de pensar y sentir.
La atmósfera familiar está ligada a la condición socioeconómica, que combina el ingreso, la educación y la ocupación, aspectos que pueden afectar el comportamiento y las actitudes de los familiares. Es importante subrayar que la condición socioeconómica no afecta los resultados del desarrollo, sino factores asociados como el vecindario de la familia, la calidad de atención médica y la educación, entre otros.
Esto significa que un posible daño producido por la pobreza es indirecto y se produce a través de su impacto sobre el estado emocional de los padres, las prácticas de crianza y el entorno familiar.
Las experiencias culturales, los valores que definen el ritmo de la vida familiar y los papeles de los integrantes de la familia influyen en la manera como socializamos y, por tanto, en la configuración del código moral personal.
Factores de protección
En la infancia todos estamos expuestos a eventos que causan estrés y la mayoría aprendemos a afrontarlos, para bien o para mal. Precisamente, los factores de protección son las influencias que reducen el impacto del estrés y tienden a favorecer desenlaces positivos en nuestro desarrollo.
Los factores de protección son importantes para reducir los efectos del estrés sobre nuestro bienestar físico y psicológico, y el factor de protección más importante son las relaciones familiares sanas: el amor, el cuidado, el ejemplo y el apoyo emocional y social que recibimos en el seno de la familia.
Hoy es urgente comprender que las posturas éticas fundamentales en la vida guardan una estrecha relación con las habilidades emocionales, ya que es lo que nos permite relacionarnos e interactuar con el mundo positivamente. De hecho, el éxito en todos los ámbitos de la vida depende del sano desarrollo de las habilidades emocionales.
El aprendizaje emocional inicia en los primeros momentos de vida y prosigue a lo largo de toda la infancia. Todos los intercambios entre padres e hijos suceden en un contexto emocional, y la frecuencia en que se dan determina nuestra actitud y nuestras capacidades emocionales.
Por otro lado, el buen funcionamiento cognitivo y las experiencias compensatorias ajenas a la familia, como vínculos con adultos prosociales y colegios eficaces también pueden ayudar a reducir el impacto del estrés y contribuir a un desarrollo positivo.
Factores de riesgo
Los factores de riesgo son aquellas condiciones que aumentan la posibilidad de un resultado negativo en nuestro desarrollo. Estos factores están relacionados con situaciones que favorecen el estrés y afectan nuestro bienestar físico y psicológico a largo plazo.
Dentro de estos factores encontramos un entorno familiar tenso y poco estimulante, una disciplina rígida o la ausencia de la misma, ningún respaldo social ni apoyo emocional, tanto la exposición a la agresividad de los adultos en el hogar como a la violencia del vecindario; exposición al uso de drogas y alcohol, enfermedades, maltrato físico y/o psicológico, abuso sexual, una atmósfera familiar conflictiva; las necesidades básicas insatisfechas, la ausencia temporal de los padres, el divorcio o muerte de los padres y la criminalidad, la guerra y la violencia de la sociedad en general, entre muchos otros.
Estos factores de riesgo están relacionados con experiencias negativas de socialización y pueden generar comportamientos antisociales o asociales desde la niñez temprana.
Educar es amar, cuidar y dar el ejemplo
Hoy la humanidad afronta graves problemas, por ejemplo, estamos alcanzando altos niveles de deshumanización y el bienestar social es cuestionable en todo el mundo.
En relación con el bienestar social se habla mucho de desarrollo económico, desarrollo urbano, bienes de consumo, etcétera, pero olvidamos que el aspecto más importante es el desarrollo moral. Porque todos los aspectos del bienestar social están condicionados por la calidad de las interacciones humanas.
La deshumanización se combate con prácticas de crianza amorosas y compasivas, principios de una ética del amor para vivir nuestras vidas desde la integridad, el respeto mutuo, el cuidado, el conocimiento y la voluntad de cooperar.
Nuestras necesidades siempre se encuentran en competencia directa con las necesidades insatisfechas de los demás. Por consiguiente, el bienestar social debe ser una preocupación conjunta, compartida por todos los miembros de la sociedad: dónde estamos, hacia dónde vamos y hacia dónde deberíamos ir como sociedad son interrogantes que todos deberíamos plantearnos y, al menos, intentar darnos a sí mismos una respuesta honesta.
La perspectiva cambia cuando comprendemos que en esos primeros años todos estamos asimilando la reciprocidad ética del entorno para armar el código moral personal.
Aunque la atención que la familia nos brinda en la infancia es tanto una cuestión de cuidado como de educación, para alcanzar la excelencia moral indispensable para el bienestar social, es imperativo que la familia, la escuela y la sociedad reconozcan la infancia como una etapa crucial de la existencia humana.
Arte | Bélizaire y los niños Frey de Jacques Amans, 1837. Se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte (THE MET).
«Bélizaire y los niños Frey es uno de los retratos estadounidenses más documentados de un sujeto negro esclavizado representado con la familia de su esclavizador. Atribuida al principal retratista emigrado francés que trabajó en Nueva Orleans en las décadas de 1830 y 1850, Jacques Amans, la pintura ilumina las complejas relaciones de intimidad e inhumanidad que definieron la esclavitud doméstica.» (THE MET)