El acto moral o la acción moral se refiere a aquella acción que elegimos ejerciendo el libre albedrío como consecuencia de un juicio de conciencia, y decimos que un acto humano es moralmente bueno cuando tomamos decisiones coherentes con nuestro verdadero bien o bondad.
Un acto moral consta de tres partes fundamentales:
- El acto objetivo (lo que hacemos),
- La finalidad o intención subjetiva (por qué lo hacemos) y
- La situación o circunstancias concretas en las que se da lugar lo que hacemos (cómo, con quién, dónde, consecuencias, etc.)
Ahora bien, para tener un acto moralmente bueno estos tres aspectos deben ser buenos:
- Lo que estamos haciendo debe ser objetivamente bueno, no puede ir en contra de un bien humano fundamental como la vida o la integridad.
- La intención de uno debe ser buena. Pero la buena intención no es suficiente porque el fin no justifica los medios.
- Las circunstancias y las consecuencias son elementos que pueden afectar la responsabilidad moral personal del acto. Por ejemplo, ante una conducta sancionada penalmente como el homicidio, la legítima defensa o defensa propia exime de responsabilidad a su autor.
Una acción es toda actividad que emprendemos esperando un resultado, y el ámbito de nuestra acción es el mundo moral o ético. Esto significa que todos nuestros actos son actos morales, es decir, que pueden ser valorados como buenos o malos. Por consiguiente, a cada uno de nuestros actos les incumbe intencionalidad, voluntad, conciencia y responsabilidad.
¿Cómo determinamos la moralidad de nuestros actos?
Aquello que nos permite determinar el valor moral de nuestros actos es el bien moral o ideal de perfección. Este ideal es la perfección o la bondad en su más alta expresión. Así, la conducta es mejor o peor según se acerque o se aleje de éste.
La vida moral está definida por el ideal que la orienta. De ahí la importancia de tener claridad sobre los ideales de perfección. En primer lugar, estos ideales proceden de diversos aspectos fundamentales de la vida humana. No obstante, los más importantes son la religión, el derecho y la ética.
Por ejemplo, las personas creyentes centran en Dios el ideal supremo de perfección. De este modo sus vidas encarnan sus atributos de bondad y excelencia: amor, compasión, sabiduría y así sucesivamente. Cuando sus actos no responden a la perfección que Dios espera de ellos, sienten que han obrado mal.
Cada uno de los aspectos mencionados establece ideales de perfección en consonancia con su propia comprensión de la realidad, surgiendo así unos criterios específicos desde los cuales se valora la conducta. En consecuencia, tenemos un orden moral establecido por Dios, otro establecido por el derecho y otro por la ética.
La cuestión es que así como los ideales de perfección de la religión, el derecho y la ética pueden complementarse o coincidir, también pueden encontrarse en completo antagonismo.
El bien moral según el derecho
En el Derecho el poder legislativo es el estamento que determina los ideales de perfección, mandato que está destinado a los miembros de la comunidad política (ciudadanos).
En este ámbito la motivación para actuar proviene de los deberes de los ciudadanos, y la conducta incorrecta es el delito.
Los ciudadanos obligados por el pacto político respondemos ante los tribunales cuando incurrimos en una conducta incorrecta.
El bien moral según la religión
En la religión, Dios mismo establece los ideales de perfección por revelación y sus representantes, mandato que va dirigido a todos los creyentes.
En el ámbito religioso la motivación para actuar se encuentra en la fe y la conducta incorrecta es llamada pecado.
Los creyentes respondemos por nuestra conducta ante Dios.
El bien moral según la ética
La ética reflexiona sobre las morales sociales y los bienes morales que nos llevan a la perfección humana, como es el caso de la justicia.
En el ámbito ético son los sujetos éticos quienes promulgan los ideales de perfección, mandato destinado a todas las personas sin distinción.
Aquí actuamos por convicciones personales llamando conducta inmoral a la conducta incorrecta.
Todas las personas respondemos ante sí mismas y ante la sociedad.
El acto moral está sujeto a una evolución moral
Debemos entender la moral como parte fundamental de nuestra realización personal y de nuestra autonomía. Recordemos que la historia de la humanidad es la historia de nuestra evolución moral. Esto es, un proceso continuo de autorrealización en el que buscamos la excelencia. Nunca debemos olvidar que el ideal de perfección o bien moral encierra la excelencia de un contexto histórico específico.
Por ejemplo, los espíritus libres fueron denunciados como «impíos» desde el siglo XVI, proscritos y enumerados en el llamado «Índice», la forma abreviada de la «Lista de libros prohibidos» o «Index Romanus» (Índice romano). En esta lista, la Inquisición Católica Romana incluyó cualquier libro que fuera considerado pecado grave para cualquier católico romano. La lista fue publicada por primera vez en 1559 y formalmente abolida en 1967. En 1633, Galileo Galilei fue llevado ante la Inquisición por insistir en que el Sol no gira alrededor de la Tierra. Su castigo fue una vida de arresto domiciliario, un crimen que habría sido protegido por la libertad de expresión un siglo después.
A diferencia de la ortodoxia de la religión y el derecho, la ética se vigila a sí misma, no solo reflexiona sobre la moral, sino también sobre sí misma. Parafraseando a John Stuart Mill, las leyes no se mejorarían nunca si nuestra conciencia ética no fuera mejor que las leyes existentes.