Tarde o temprano nos enfrentamos al dilema ético de los derechos frente a la regulación: «¿Qué es más importante para mí, mis derechos o que el Estado regule a la sociedad?» Simplemente no podemos escapar a esta elección como lo ha demostrado la pandemia de COVID-19.
Somos personas con derechos e intereses individuales, pero también formamos parte de una sociedad, y el Estado es el poder político gobernante que representa a la sociedad dentro de fronteras definidas.
Para algunos filósofos el Estado existe para servir y proteger nuestros derechos, mientras que otros resaltan que existimos para servir al Estado; obviamente, para nuestro propio bien, ya que nuestros actos no son aislados y pueden afectar el bienestar de los demás.
Básicamente, cuando nos referimos a la relación entre el individuo y el Estado, nos referimos a lo que es más justo para nosotros como individuos y lo que es más justo para todos, esto es el orden social y el bien común.
Sin embargo, no se trata de una simple elección entre «yo» o los «otros», la realidad es más compleja que esto, siendo casi imposible separar el asunto de nuestros derechos del bien para todos. Así surge otra interrogante importante: «¿Cuál es la medida de control e intervención que deseamos por parte del Estado?»
Derechos frente a regulación
Es inevitable la tensión entre nuestras libertades individuales y el poder inherente de las instituciones políticas. La mayoría de nosotros quiere que el Estado regule a la sociedad y garantice nuestra seguridad. Pero, al mismo tiempo, exigimos garantías para nuestros derechos y libertades fundamentales, no queremos intervención del Estado en nuestras vidas.
Ahora bien, intuimos la necesidad de un equilibrio entre las partes. Así, entonces, la cuestión es ¿cuál es la medida?, ¿qué tanto debemos permitir la intrusión del gobierno en nuestras vidas?
La teoría política se encarga de este equilibrio del poder entre el pueblo y el Estado. La cuestión es que todo lo que tiene que ver con nosotros depende del concepto que tenemos de nuestra naturaleza. Esto es, la opinión que tenemos de nosotros mismos en cosas como qué somos y qué somos capaces de hacer.
La política no hace una excepción, el grado de control e intervención que deseamos por parte del Estado depende de nuestra confianza o desconfianza en la naturaleza humana. En consecuencia, las opiniones van desde la creencia de que el poder del Estado debe ser absoluto (totalitarismo), hasta la creencia de que idealmente no debe haber ningún Estado (anarquismo), porque éste interfiere con los derechos de los individuos.
En dónde nos ubicamos en este intervalo depende de nuestra confianza o desconfianza en la naturaleza humana. Es decir, si confiamos en la bondad de las personas entonces tendemos a desear poca o ninguna intervención del Estado. Pero, si lo que vemos en las personas es su egoísmo y maldad, entonces queremos que un Estado fuerte controle todas las tendencias agresivas de los demás. Por tanto, la cuestión de nuestros derechos frente a la regulación de la sociedad es un problema que no escapa a la condición humana.
Teoría política: liberalismo y conservadurismo
Detrás del anarquismo o cero gobierno se encuentra una opinión en extremo optimista de nosotros: nos concebimos dotados de una razón todopoderosa, capaces de realizar la bondad natural del hombre y capaces de construir solos una sociedad justa y feliz.
En oposición a estas ideas, el totalitarismo o poder absoluto del gobierno se fundamenta en una opinión en extremo pesimista de nosotros: nos vemos dueños de una racionalidad limitada, capaces de hacer mucho mal y carentes de lo que se necesita para incidir sobre la realidad política.
Ahora bien, en relación con el anarquismo y el totalitarismo, el liberalismo y conservadurismo son teorías políticas consideradas moderadas.
El liberalismo defiende el primado del principio de la libertad individual, como afirmación de la autonomía del individuo para seguir reglas racionales. Mientras que el conservadurismo defiende el respeto por las instituciones tradicionales y establecidas.
La mejor manera de comprender esto es descubriendo su génesis, sus fuentes originales. Por consiguiente, lo primero que debemos saber es que no había conservadores ni liberales antes de la revolución francesa.
El liberalismo abrazó los ideales de la revolución y abogó por los derechos naturales, contemplando la necesidad de separar la política de la moral y de la religión, así como la necesidad de limitar el poder de los gobernantes. Mientras que el conservadurismo surgió como una reacción violenta en contra de las revoluciones europeas y de la guerra de independencia de Estados Unidos.
Queremos que nos dejen solos
John Locke supuso el derecho del pueblo a ser libre dando así inicio al liberalismo. Locke abogó por la separación de poderes y por la discriminación del poder ejecutivo (gobierno) y del poder legislativo (Parlamento).
Porque ley, en su verdadero concepto, no es tanto limitación como dirección de las acciones de gentes libres e inteligentes hacia su propio interés; y no más allá prescribe de lo que conviniere al bien general de quienes se hallaren bajo tal ley. Si pudieran ellos ser felices sin su concurso, la ley, como cosa inútil, se desvanecería por sí misma; y mal merece el nombre de encierro la baranda al borde de pantanos y precipicios. Así, pues, yérrese o no en el particular, el fin de la ley no es abolir o restringir sino preservar y ensanchar la libertad. Pues en todos los estados de las criaturas capaces de leyes, donde no hay ley no hay libertad. Porque libertad es hallarse libre de opresión y violencia ajenas, lo que no puede acaecer cuando no hay ley; y no se trata, como ya dijimos, de «libertad de hacer cada cual lo que le apetezca». ¿Quién podría ser libre, cuando la apetencia de cualquier otro hombre pudiera sojuzgarle? Mas se trata de la libertad de disponer y ordenar libremente, como le plazca, su persona, acciones, posesiones y todos sus bienes dentro de lo que consintieren las leyes a que está sometido; y, por lo tanto, no verse sujeto a la voluntad arbitraria de otro, sino seguir libremente la suya.
― John Locke, Dos tratados sobre el gobierno civil
El liberalismo como doctrina económica
En su obra La riqueza de las naciones Adam Smith desarrolló el liberalismo como doctrina económica, señalando que el mercado libre maximiza el bienestar general y, que los individuos deberían de dejarse solos para perseguir el capitalismo de libre empresa.
Smith estaba convencido que sin regulación gubernamental las fuerzas del mercado de la oferta y la demanda regularían la economía:
Cual sea la especie de actividad doméstica en que pueda invertir su capital, y cuyo producto sea probablemente de más valor, es un asunto que juzgará mejor el individuo interesado en cada caso particular, que no el legislador o el hombre de Estado.
― Adam Smith, La riqueza de las naciones
Obviamente la realidad del sistema económico actual dista del ideal de Smith. En lugar de que existan muchos empresarios individuales, existen unos pocos conglomerados multinacionales que controlan la economía mundial y compiten con los gobiernos.
El liberalismo del siglo XIX se definió a partir de la filosofía política de Locke y la teoría económica de Smith: la libertad individual se fundamenta en el poder limitado del Estado. En otras palabras, lo mejor para nosotros es una intervención gubernamental restringida.
Queremos que cuiden de todos nosotros
Si para Locke el Estado era una estructura artificial, para Edmund Burke, contemporáneo de Adam Smith y, quizá, el principal conservador de su tiempo, el Estado era una encarnación de la tradición y de todo lo mejor de la naturaleza humana, compartiendo así la concepción hegeliana del Estado orgánico, viviente de los valores culturales: el Estado sabe mejor que nosotros mismos lo que nos conviene.
Burke describió la Revolución francesa como «la (crisis) más asombrosa que haya sucedido hasta ahora en el mundo», estaba convencido que nos convertíamos en una turba si nos dejaban a nuestro propio arbitrio.
Su pesimismo era evidente y no confiaba en el criterio de nadie, por lo que estaba a favor de restringir las libertades individuales en beneficio de nuestros propios intereses.
El propósito era mostrar que, sin empeñar fuerzas considerables, los mismos medios que se han empleado para destruir la religión podrían emplearse con igual éxito para la subversión del gobierno, y que podrían usarse argumentos especiosos contra aquellas cosas que quienes dudan de todo lo demás no permitirían que fueran puestas en entredicho. Creo que es una observación de Isócrates, en uno de sus discursos contra los sofistas, la de que es mucho más sencillo mantener una causa equivocada, y respaldar opiniones paradójicas para satisfacer a un auditorio vulgar, que establecer una verdad dudosa con argumentos sólidos y concluyentes. Cuando los hombres descubren algo que puede decirse a favor de lo que, en la misma proposición, pensaban que era completamente indefendible, se vuelven recelosos de su propia razón y caen en una especie de grata sorpresa: secundan al orador, seducidos y cautivados por encontrar una cosecha tan abundante de razonamiento donde todo parecía estéril e infructuoso.
― Edmund Burke, Vindicación de la sociedad natural
El debate entre estas ideas es increíblemente actual y es indispensable para la salud de la democracia
En ambas teorías se manifestaron tesis diferentes que cambiaron a través del tiempo, por lo que, en la actualidad, bajo liberalismo y conservadurismo entendemos cosas muy distintas.
Antes era evidente la diferencia entre ambas posiciones. Hoy, según como sean las cosas, tanto los liberales como los conservadores pueden defender una mayor o menor intervención por parte del gobierno en nuestras vidas.
Lo que permanece es un énfasis liberal a favor de los derechos individuales y un énfasis conservador a favor del valor de la tradición.
El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua entre los dos ideales, ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común.
― Luigi Einaudi, Discorso elementare sulle somiglianze e dissomiglianze fra liberalismo e socialismo
Conclusión
Ante el dilema ético de los derechos frente a la regulación, ciertamente, mientras existan el egoísmo y la maldad en nosotros no solo la moral y la ética son necesarias, también es necesario que el Estado regule a la sociedad. Mientras tanto, independientemente de la teoría política, es deber del gobierno garantizar nuestras libertades fundamentales y proteger a todos los ciudadanos de los abusos a los derechos humanos.
La responsabilidad moral va más allá del cumplimiento legal, no termina donde la ley se detiene. Porque la libertad se regula a sí misma. Una más de esas paradojas que tiene la naturaleza humana: siempre hemos estado dispuestos a renunciar a algo de libertad por algo de orden.