En Ética a Nicómaco, Aristóteles presenta la ética de la virtud y explica que estamos orientados por nuestra naturaleza hacia la felicidad, pero ésta sólo se alcanza mediante la práctica de las virtudes. Es decir, actitudes de equilibrio en todos los ámbitos de la vida humana.
Sócrates, Platón y Aristóteles son los máximos representantes del modelo ético del hombre virtuoso. Los tres convirtieron el dominio de la razón sobre las pasiones e impulsos en el núcleo de sus teorías éticas.
Sócrates identifica la virtud con el conocimiento: no podemos hacer lo justo si no lo conocemos, y es imposible que no hagamos lo justo una vez lo conocemos. Así, lo que nos hace virtuosos es conocer la virtud verdadera.
Platón sigue el concepto de Sócrates, pero lo eleva a la sabiduría, las ideas del bien, justicia, valor y piedad. La vida «buena» es la vida virtuosa, aquella en la que alcanzamos la armonía. Y la armonía surge cuando las tres partes del alma hacen lo que les corresponde, de tal manera que «dominen o sean dominadas entre sí conforme a la naturaleza».
Aristóteles va más allá y define la virtud como una acción. La virtud es la excelencia de nuestra parte esencial que es el alma. Así, distingue las virtudes del alma o virtudes intelectuales, y las virtudes de la voluntad o virtudes éticas. Para Aristóteles no es suficiente conocer el bien, también hay que desearlo y hacerlo.
La virtud
Básicamente, la virtud se trata de nuestra forma de ser, partiendo de la pregunta fundamental ¿Cómo debo ser? en lugar de ¿Qué debo hacer?
La virtud es actuar conforme a nuestra capacidad de razonar, y la contemplación de la verdad es el ideal de la vida virtuosa.
El bien y el mal se caracterizan en términos de actuar de acuerdo con las virtudes tradicionales: hacer que la persona sea buena, porque la vida virtuosa es la vida más satisfactoria, la más feliz.
Para Aristóteles el conocimiento ético no es solo un conocimiento teórico, no basta con ser educados en buenos hábitos, también debemos hacer cosas virtuosas.
La virtud es la capacidad habitual, adquirida, a obrar bien en sentido moral, una cualidad de nuestra voluntad que supone un bien para uno mismo o para los demás.
El justo medio
Las virtudes morales son para Aristóteles un medio o punto central entre dos extremos. Por tanto, para comportarnos moralmente debemos cultivar los hábitos del carácter que nos conducen a la moderación.
Así, si la valentía es el justo medio entre la cobardía y la temeridad debemos razonar al respecto y actuar con valentía, que es el equilibrio entre estos dos extremos, la condición de la virtuosidad.
Es necesario decir que toda virtud, siendo la virtud de alguien, es lo que le confiere el estar bien dispuesto y obrar bien.
― Aristóteles, Ética a Nicómaco
[…]
La virtud es pues una disposición voluntaria que consiste en el medio con relación a nosotros, definido por la razón y conforme a la conducta del hombre sabio. Ocupa el justo medio entre dos extremos viciosos, el uno por exceso y el otro por defecto. En las pasiones y acciones la falta consiste unas veces en quedarse más acá y otras en ir más allá de lo que conviene, pero la virtud halla y adopta el medio. Porque si, según su esencia y según la razón que define su naturaleza, la virtud consiste en un medio, está en el punto más alto respecto del bien y de la perfección.
La virtud se aprende
La virtud es un hábito que debemos adquirir voluntariamente, y que debemos desarrollar mediante el aprendizaje y la repetición de actos buenos.
Hay que decir, pues, que toda virtud perfecciona la condición de aquello de lo cual es virtud y hace que ejecute bien su operación; Por ejemplo, la excelencia del ojo hace bueno al ojo y su función… Si esto es así en todos los casos, la virtud del hombre será también el hábito por el cual el hombre se hace bueno y por el cual ejecuta bien su función propia. […] Llamo término medio de la cosa al que dista lo mismo de ambos extremos, y éste es uno y el mismo para todos; y relativamente a nosotros, al que ni es demasiado ni demasiado poco, y éste no es ni uno ni el mismo para todos. […]
― Aristóteles, Ética a Nicómaco
Es, por tanto, la virtud un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquella por la cual decidiría el hombre prudente.
Siguiendo a Aristóteles, la ética de la virtud implica desarrollar las virtudes. Porque lo que nos hace morales y nos dispone a la felicidad es, precisamente, la práctica habitual de las virtudes éticas.
La felicidad
El fin último de todos nuestros actos es la felicidad y la felicidad consiste en actuar de acuerdo con la razón. Asimismo, actuar de acuerdo con la razón es nuestra capacidad más elevada, la virtud más excelente.
Si la felicidad es una actividad conforme a la virtud, es razonable que sea conforme a la virtud más excelente, y ésta será la virtud de lo mejor que hay en el hombre. Sea, pues, el entendimiento o sea alguna otra cosa lo que por naturaleza parece mandar y dirigir y poseer intelección de las cosas bellas y divinas, siendo divino ello mismo o lo más divino que hay en nosotros, su actividad de acuerdo con la virtud que le es propia es la felicidad perfecta. Que es una actividad contemplativa, ya lo hemos dicho.
― Aristóteles, Ética a Nicómaco
[…]
Lo que es propio de cada uno por naturaleza es también lo más excelente y lo más agradable para cada uno; para el hombre lo será, por tanto, la vida conforme a la mente, ya que eso es primariamente el hombre. Esta vida será también, por consiguiente, la más feliz.
Según Aristóteles, practicamos la ética de la virtud cuando actuamos desde lo mejor que hay en nosotros, a saber, el conocimiento, el entendimiento, la verdad. Asimismo, nuestra felicidad es el resultado de una vida vivida conforme a la razón.
Para Aristóteles la ética de la virtud se basa en la autonomía
La virtud es lo que nos hace buenas personas. Debemos pensar y ser buenos porque esto es lo que nos hace dignos de ser felices, y lo que nos distingue de todo lo demás.
Para Aristóteles la ética de la virtud se basa en el yo autónomo como norma y finalidad del ser humano, con plena confianza en la razón humana. No obstante, conocer la verdad no es suficiente, también debemos desearla y elegirla.