Aristóteles: el bien es la actividad del alma dirigida por la virtud

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¿Por qué compramos una barra de chocolate? ¿Por qué deseamos que nuestros enemigos desaparezcan? Pues, para comernos el chocolate en paz y ser felices. Al respecto, Aristóteles nos dice que el bien propio del hombre es la actividad del alma dirigida por la virtud: la felicidad como actividad del alma. 

La idea del bien

El libro I de Ética a Nicómaco comienza con una afirmación que recuerda la idea del bien platónica

Todas las artes, todas las indagaciones metódicas del espíritu, lo mismo que todos nuestros actos y todas nuestras determinaciones morales, tienen al parecer siempre por mira algún bien que deseamos conseguir; y por esta razón ha sido exactamente definido el bien, cuando se ha dicho, que es el objeto de todas nuestras aspiraciones. 

— Aristóteles, Ética a Nicómaco 

Aunque para Aristóteles el bien debe ser «objeto de todas nuestras aspiraciones», el bien no puede ser algo universal y absoluto, sino algo que existe sólo en los seres que llamamos buenos. Igualmente, hay bienes de distintas clases como hay entes de distintas clases. 

Añadamos, que el bien puede presentarse bajo tantas acepciones diversas como el ser mismo; y así el bien en la categoría de la sustancia es Dios y la inteligencia; en la categoría de la cualidad, es la virtud; en la de la cuantidad, es la medida; en la de la relación, es lo útil; en la del tiempo, es la ocasión; y en la de lugar, es la posición regular, y lo mismo sucede con todas las demás categorías. Por lo tanto, el bien evidentemente no es una especie de universal común a todas; no es uno, porque si lo fuese, no se le encontraría en todas las categorías, y estaría exclusivamente en una. 

— Aristóteles, Ética a Nicómaco 

Entonces, si no hay un bien universal ¿Qué es el bien en cada caso individual? 

La búsqueda de Aristóteles del bien es una búsqueda del bien supremo o fin último. Independientemente de cuál sea este bien supremo, tiene tres características: es deseable por sí mismo, no es deseable en aras de algún otro bien y todos los demás bienes son deseables por su causa. 

Si en todos nuestros actos hay un fin definitivo que quisiéramos conseguir por sí mismo, y en su vista aspirar a todo lo demás; y si, por otra parte, en nuestras determinaciones no podemos remontarnos sin cesar a un nuevo motivo, lo cual equivaldría a perderse en el infinito y hacer todos nuestros deseos perfectamente estériles y vanos, es claro, quo el fin común de todas nuestras aspiraciones será el bien, el bien supremo.

— Aristóteles, Ética a Nicómaco 

Se trata de la configuración en niveles de medios y fines con la que alcanzamos lo que consideramos bueno para nosotros. El último nivel de este ordenamiento de fines es el fin último, y se refiere a «aquello en vista de lo cual se hacen todas las demás cosas». 

¿No debemos creer que, con relación a la que ha de ser regla de la vida humana, el conocimiento de este fin último tiene que ser de la mayor importancia, y que, a la manera de los arqueros que apuntan a un blanco bien señalado, estaremos entonces en mejor situación para cumplir nuestro deber? 

— Aristóteles, Ética a Nicómaco 

Este fin último se caracteriza por ser «aquello a lo que todas las cosas tienden», aquello por lo que sucede todo lo demás. Esto es el objetivo de cada decisión y de cada acción. 

El bien supremo

Ahora bien, no todos los fines u objetivos son fines últimos. Si el objetivo de todas las acciones es el bien, entonces, el fin último es el más perfecto de todos los fines. 

Como, a lo que parece, hay muchos fines, y podemos buscar algunos en vista de otros: por ejemplo, la riqueza, la música, el arte de la flauta y, en general, todos estos fines que pueden llamarse instrumentos, es evidente que todos estos fines indistintamente no son perfectos y definitivos por sí mismos. Pero el bien supremo debe ser una cosa perfecta y definitiva. Por consiguiente, si existe una sola y única cosa que sea definitiva y perfecta, precisamente es el bien que buscamos; y si hay muchas cosas de este género, la más definitiva entre ellas será el bien. 

— Aristóteles, Ética a Nicómaco 

Aristóteles cree que la eudaimonia (felicidad) y eu zên (vivir bien) designan tal fin. Para él todas las acciones que realizamos y que deseamos para sí mismos tienen un único propósito: eudaimonia, florecimiento o felicidad. 

La palabra que le designa es aceptada por todo el mundo; el vulgo, como las personas ilustradas, llaman a este bien supremo, felicidad, y, según esta opinión común, vivir bien, obrar bien es sinónimo de ser dichoso.  

— Aristóteles, Ética a Nicómaco
Edición ilustrada del siglo XV de la Ética a Nicómaco.

Eudaimonia 

El bien supremo es eudaimonia (felicidad o bienestar; florecimiento humano o prosperidad), la vida exitosa, el fin último de todos nuestros actos. 

En una palabra, lo perfecto, lo definitivo, lo completo, es lo que es eternamente apetecible en sí, y que no lo es jamás en vista de un objeto distinto que él. He aquí precisamente el carácter que parece tener la felicidad; la buscamos siempre por ella y sólo por ella, y nunca con la mira de otra cosa. 

— Aristóteles, Ética a Nicómaco 

La palabra griega eudaimon se compone de dos partes: eu que significa bien y daimon que significa divinidad o espíritu. Por tanto, ser eudaimon es vivir de una manera favorecida por un dios. 

Asimismo, el concepto del bien en Aristóteles está dividido en dos partes: el bien en sí que se atribuye a lo divino, y la acción práctica hecha por el hombre. Así, distingue entre lo inalcanzable o la divina eudaimonia, y lo alcanzable o lo humano

Aristóteles no dice que la felicidad sea virtud, sino que es actividad virtuosa. Por tanto, «vivir bien y obrar bien» consiste en aquellas actividades de toda la vida que actualizan las virtudes de la parte racional del alma. 

Cuál es nuestra función, tarea o trabajo 

La felicidad es perfecta y se basta a sí misma, «puesto que es el fin de todos los actos posibles del hombre» y es «el mayor de los bienes, el bien supremo». Sin embargo, nadie trata de vivir bien porque sí, así sin más. Lo que hacemos, lo hacemos buscando ser eudaimon, buscamos cosas como salud, amor o riqueza porque promueven nuestro bienestar, no porque sean en lo que consiste el bienestar. 

La cuestión es que no importa mucho saber que la felicidad es el fin último, si no podemos determinar en qué consiste la felicidad. Para resolver este problema Aristóteles se pregunta «cuál es la obra propia del hombre», es decir, cuál es nuestra función, tarea o trabajo. 

Así como para el músico, para el estatuario, para todo artista, y en general para todos los que producen alguna obra y funcionan de una manera cualquiera, el bien y la perfección están, al parecer, en la obra especial que realizan; en igual forma, el hombre debe encontrar el bien en su obra propia, si es que hay una obra especial, que el hombre deba realizar.  

— Aristóteles, Ética a Nicómaco

Para Aristóteles el bien es la actividad del alma dirigida por la virtud

Aristóteles advierte que nuestro bien debe estar relacionado con nuestra humanidad, es decir, aquello que somos como especie. Así encuentra que lo que nos da el potencial para vivir una buena vida, y nos distingue de otras especies, es nuestra capacidad para usar la razón. Esto es nuestra capacidad para aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarnos una idea determinada de la realidad. 

Y así, lo propio del hombre será el acto del alma conforme a la razón, o por lo menos el acto del alma, que no puede realizarse sin la razón. […] así como la obra del músico se confunde igualmente con la obra del buen músico. De igual modo en todos los casos, sin excepción, se añade siempre a la idea simple de la obra la idea de la perfección suprema, que esta obra puede alcanzar; por ejemplo, si la obra del músico consiste en componer música, la obra del buen músico consistirá en componerla buena. 

Si todo esto es exacto, podemos admitir, que la obra propia del hombre en general es una vida de cierto género, y que esta vida particular es la actividad del alma y una continuidad de acciones a que acompaña la razón; y podemos admitir, que en el hombre bien desarrollado todas estas funciones se realizan bien y regularmente. Pero el bien, la perfección para cada cosa varía según la virtud especial de esta cosa. Por consiguiente, el bien propio del hombre es la actividad del alma dirigida por la virtud; y si hay muchas virtudes, dirigida por la más alta y la más perfecta de todas. 

— Aristóteles, Ética a Nicómaco 

En otras palabras, si pensamos bien, vivimos bien como seres humanos. Precisamente, en esto consiste la felicidad: usar bien la razón a lo largo de una vida plena. Lo que Aristóteles nos dice es que hacer algo bien requiere virtud o excelencia, y por lo tanto vivir bien consiste en actividades causadas por el alma racional de acuerdo con la virtud o excelencia. 

En consecuencia, para Aristóteles el bien supremo consiste en la actividad de la parte racional del alma de acuerdo con la virtud. 

El objetivo (telos), determinado como acción y actividad, es también uno de los bienes espirituales. Algunas personas eligen la felicidad como una virtud (areté), otros como perspicacia y otros como una especie de sabiduría. 


Arte | Edición ilustrada del siglo XV de la Ética a Nicómaco. El comienzo del sexto libro de la Ética a Nicómaco en un manuscrito escrito en el sur de Italia para Andrea Matteo Acquaviva, duque de Atri. Manuscrito: Viena, Österreichische Nationalbibliothek. Wikimedia Commons